
Un post sobre la serie Maid provocó algunos comentarios en Facebook. La palabra que más se repetía era “sororidad”. Escribí algún comentario al respecto y fui corregida de inmediato por otra mujer, que supuestamente estaba poniéndome en mi lugar. Se trata de alguien que admiraba (y admiro), que pertenece a un grupo de mujeres intelectuales, feministas inteligentísimas que usan con frecuencia la palabra sorora, pero que cada vez que se intentan abordarlas, se encargan de dejar clara su superioridad. Es como si dijeran, entre líneas: ‘No creas que perteneces aquí. No te emociones’.
Estaba peleada con la palabra sororidad y tenía varios prejuicios sobre Maid. De todas formas la vi y me sorprendí, porque más allá de mostrar los problemas de una maternidad evidentemente complicada, retrata la violencia normalizada, invisible, que viven casi todas las mujeres (madres o no) independientemente de su clase social. La serie cuenta la historia de Alex, que huye de su cónyuge llevándose a su hija. Tras constatar que su madre (una artista bipolar que vive en un remolque) es más un problema que una ayuda, y que con su padre no se puede contar, ocupa una nueva familia a la que no pertenece. Alex termina en una casa de ayuda donde conoce a otras mujeres que la acogen.
Alex no puede (ni quiere) denunciar a su pareja por maltrato ya que nunca le pegó, “solo” le gritó y lanzó objetos cerca de ella. Así es, Maid habla de lo “indenunciable”, de las heridas que no se ven pero que sangran por dentro.
El único trabajo posible para Alex, cuyo sueño es ser escritora, es limpiar casas. De ahí la traducción al español que enfatiza el lado metafórico de la trama: Las cosas por limpiar. Al deshacerse del moho, de la mierda y el polvo, es como si limpiara su pasado, intentando lo que a veces parecería imposible: cortar con el círculo de violencia familiar al que parece estar fatalmente destinada. Fatalmente, sí, porque parecería que los pobres, aunque tengan plata, no podrán nunca liberarse de su sombra. Eso se ve en la escena en la que al fin encuentra una casa linda (después de pasar por los peores cuchitriles), pero es expulsada después de que su ex, que no puede manejar su situación emocional aunque se esfuerza en ello, aparece borracho.
El llamado “pacto patriarcal” cobra sentido cuando el padre de Alex, e incluso la madre, socapan a su expareja. No por maldad, sino simplemente porque les han enseñado que una mujer no puede salir adelante “sola” y no logran ver la violencia que en este caso no está en los ojos morados, sino en negarle un plan de celular o romper vasos cerca de ella. Es la red entre distintas mujeres de distintas edades y clases sociales la que empuja a Alex hacia su propio camino, hacia esa imagen (colgada en todas las habitaciones del albergue de mujeres) de una mujer frente al mar.
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Sororidad no es caerse bien entre amiguis y amar a todas las mujeres por igual, sino entender (y no necesariamente desde la razón, sino desde el inconsciente o el corazón) a otra mujer que a veces no tiene nada que ver contigo, entender a una completa desconocida por el solo hecho de haber pasado ambas lo mismo. Dos mujeres que son unidas, no por la luz, sino por la herida.