El arte es incontenible. No se sabe de nadie que haya resistido el impulso de ser artista, el verdadero llamado de los cielos, y haya vivido para contarlo. No hacen falta grandes escenarios y lluvias de aplausos para saberse creador.
Dedicado a los Alejos, Debi, Bogy, Gaby, María Paula, Erika y Matías
“La creatividad está de moda. Es un asunto que interesa a políticos, intelectuales y sabios de todo el mundo. Dicen que es muy importante, que desempeñará un papel fundamental en la prosperidad del futuro, y eso está muy bien. Pero, ¿qué es exactamente la creatividad? ¿Cómo funciona?”.
Will Gompertz, Piensa como un artista.

Will Gompertz, investigador, editor, productor y escritor especializado en arte, dice que todos somos artistas. Coincide con Picasso, que decía que todos los niños nacen siendo artistas pero que lo difícil es seguir siéndolo cuando crecen, cuando crecemos. Para Gompertz y para Picasso son la sociedad, los prejuicios y la falta de confianza en uno mismo lo que nos aleja de nuestro espíritu creativo; lo que nos hace sentir que cantamos feo y bailamos mal; que dibujamos horrible, que escribimos sin gracia. De ese modo nos alejamos poco a poco de nuestro verdadero espíritu creativo y nos sometemos a rutinas menos artísticas y más productivas a los ojos de nuestras sociedades.
Hace poco fui profesora de un grupo de cineastas que, atravesando su tercer semestre en línea, habían perdido su creatividad. Ellos tienen alrededor de veinte años y casi todos escriben, dibujan, pintan, ilustran, filman, rapean. Sin embargo, su espíritu estaba apagado por la amenaza de la pandemia y por un año y medio de casas por Zoom. Empezamos entonces a leer a Gompertz y las sencillas cláusulas que propone para recuperar la creatividad: lo más importante es conmoverse, no esperar a que llegue la inspiración, ser valientes, hablar en voz alta, decir lo que siento, ser curiosos, copiar a otros, equivocarse mucho y volver a comenzar.
Su desánimo se vio convertido en hermosos ejercicios de cine documental experimental, en collages, en cuentos sobre su vida y la de quienes los rodean, en haikus visuales, en viajes al interior, en visitas al pasado y en preguntas al futuro. Siento que ellos todavía no valoran cuánto han crecido, cuánto han errado y, en esa medida, cuánto han aprendido y logrado. Verlos crecer alimenta mi propio deseo de recuperar mi también extraviada creatividad.
Pensando en ellos y también en mí, busqué a artistas mayores, con el deseo intenso de conocer sus procesos, de escucharlos hablar sobre su propia manera de invocar a la creatividad. Caminé por los corredores del Centro de Arte Contemporáneo (CAC) una mañana en la que los artistas residentes abrieron sus talleres y conocí a Martina Miño, una artista que convierte las memorias, logros y sensaciones de los habitantes del barrio de San Juan en helados de sabores. Hace algún tiempo conocí a través de Facebook al poeta Juan Secaira, que desde 2010 convive con un trastorno neurológico crónico y degenerativo. El dolor se ha tomado su cuerpo, le ha inmovilizado el brazo derecho por completo y en respuesta él ha aprendido a escribir, y ahora también a pintar, con la mano izquierda. Con Juan intercambiamos largos y profundos audios, poesía y sus más recientes cuadros. En este tiempo pude también compartir larguísimos postulados sobre el arte y la vida con Glenda Rosero, artista multidisciplinaria, con quien coincidimos en varias entrevistas y foros: ambas hemos trabajado desde nuestras manifestaciones artísticas el tema de la maternidad. Hoy en día somos buenas amigas y me atrevo a decir que sueño con la posibilidad de que hagamos algún proyecto juntas.
Martina, Juan y Glenda me han abierto las puertas a su trabajo, a sus motivos, a la inmensa creatividad que lucha contra el dolor, el sistema, la confusión de estos tiempos, la vida doméstica, y que se esmera por conocer a otros desde su ámbito más sensorial y profundo. Ahora quiero compartir algo de sus mentes y corazones con ustedes para que enciendan su propia creatividad.
Identidad

Martina es artista y cocinera, ama todo lo que surge a partir del hábito de comer, de la rutina de cada persona con relación a sus alimentos, a sus desechos, a sus rutinas en torno a la comida. Le inspira todo aquello que puede tocar, oler, sentir; es una artista poco tradicional en la medida en que trabaja desde los sentidos menores para el arte: el tacto, el gusto y el olfato. En un mundo en el que todo es visualidad y sonoridad; Martina apunta a que las personas puedan saborear el arte, digerirlo y excretarlo para que se convierta en una experiencia integral.
Glenda es madre. Cuida sola a sus hijos y ha convertido el espacio íntimo y doméstico en un escenario: lo era antes, pero en tiempos de pandemia y virtualidad más aún. Glenda es una verdadera representante de la sólida premisa propuesta por el feminismo en los sesenta, “Lo personal es político”, y en su caso también “Lo doméstico es político”. No siente la presión de exponer o la necesidad de ser reconocida por otros como artista; ella borda, recorta, esculpe, dibuja, ilustra y teje los hilos que sostienen su hogar, que la sostienen a ella; que validan su existencia en el mundo y que le permiten mantenerse cuerda. Su creación habita todos los espacios y las muchísimas ideas que permanentemente atacan a su cabeza, pues ella las enfrenta con tijeras, con cerámica, con tinta, con lápices de colores, con todo lo que tiene a la mano.
Juan vive la poesía de un modo místico. Para él, el arte es una sensación de traspasar la realidad, la normalidad, de subvertirla. Más que revolucionar la realidad, evolucionar en ella. Juan comparte conmigo que vive para el arte, con el arte, entre el arte. Pero es un arte que está conmocionado y ligado a la vida, a las situaciones cotidianas, pero también a las más sagradas. Es un arte que no se esconde, que no es de lujo, que no es un objeto del tiempo libre, sino que es lo más importante que puede haber en la vida. Saca todas las mañanas una mesa a su patio, sus lienzos, las pinturas. Se enfrenta al dolor de su cuerpo y espera. Espera que el dolor le permita disfrutar del momento mágico en el que mezcla las pinturas, en el que ve nacer nuevas texturas frente a sus ojos y las contempla con fe y con placer.

Los procesos artísticos
Glenda se define como artista multidisciplinaria y todos los días hace algo diferente, algo que se une al cuerpo de su obra, pero separa al cuerpo humano de la ansiedad. No descarta ninguna idea. Por ejemplo: si tiene ganas de bordar, lo hace porque sabe que en algún punto esa pieza entrará en una línea más grande de trabajo. No se limita a trabajar en un solo proyecto: el error de hoy puede ser el acierto de mañana.

A pesar de esta libertad que se da en el día a día, es sumamente metódica con su trabajo: tuvo una educación muy disciplinada y se sometió durante toda su infancia y adolescencia a lo que ella llama “la tortura del Conservatorio”. Así supo tener paciencia con los procesos porque nada sucede inmediatamente. Tiene claro que desde la génesis de un proyecto hasta que vea la luz pasarán dos a tres años. Es por eso que hace muchas cosas en paralelo. Ahora mismo trabaja en “La lavandería”, en “Mitológico doméstico”, en “Gestánica”, en la segunda parte de su libro Inocencias y sostiene todo lo relacionado a su colectivo Dos Guaguas.
Martina siempre ha estado muy interesada en el aspecto artístico, metafórico, social y cultural de la comida. En cómo, de alguna manera, lo que comemos define quiénes somos, cómo nos posicionamos en el mundo, cómo nos relacionamos con la naturaleza y con nuestra comunidad. Ella nunca se consideró una persona muy visual, le gustaba experimentar en un laboratorio, poner las manos en objetos, tocar, sentir, oler. Así nació, durante una maestría en Finlandia, el proyecto Helados de memoria, que reencarnaba ocho memorias de personas distintas en un sabor de helado. El formato del helado le resultaba a Martina interesante, porque veía nuestras mentes como un congelador que mantiene las memorias intactas y sin ese congelador las memorias se derriten y se evaporan. Y, a la vez, la memoria es una ficción en la que los recuerdos se reinventan una y otra vez. Entonces este ejercicio de congelar la memoria era para ella tratar de alcanzar la imposibilidad de preservarla. Este proyecto se llama ahora Escrito en hielo: Memorias comestibles del barrio de San Juan. Durante seis meses Martina se ha conocido y entrevistado con varios representantes del barrio, con líderes sociales, con la liga barrial de vóley, y desde el encuentro y la amistad le han contado sobre su resistencia, sus alegrías y penas; y con qué sabor las relacionan. Es así como Martina ha llevado sus memorias al laboratorio y ha creado un sabor que representa a varias personas del barrio. Entre ellas está Dinna Barcia, líder política, que describió como agridulce su lucha por preservar los derechos de San Juan. Al ser ella originaria de Esmeraldas crearon con Martina una noción de sabores: un helado de coco, que tiene una infusión de chillangua, chirarán y orégano seco, especias propias del encocado, que sabe a sus orígenes y a su familia, y tiene un centro líquido de grosella que representa lo agridulce de la lucha social.
Juan ha sido poeta toda su vida, y nunca pensó que podría sentir y decir desde la pintura. La pintura nació desde la más dura de las calamidades y ahora siente que le ha cambiado la vida. La vivencia con el color lo deslumbra. Guarda reminiscencias de su infancia, cuando pasaba mucho tiempo en la naturaleza y todo ese verde de antes, esas combinaciones, han surgido hoy en sus pinturas. La poesía ahora escribe por las noches y en solitario; mientras que la pintura es más diurna y social, la practica rodeado de su familia. La poesía nace en la privacidad, la pintura en la compañía. Ambas, sin tocarse, convergen.
La inspiración
Para Glenda la visualidad aporta a revalidar ciertas cosas e invalida otras, como lo doméstico, por ejemplo. Esto la guía en la creación de objetos visuales que se enfrentan y revalorizan aquello en lo que trabaja. Piezas de cerámica, collages hechos de papel, bordados, dibujos. Va clasificando cada pieza y las va colocando en los proyectos a los que invariablemente corresponden. A todo eso le llama “proceso”. Trabaja incansablemente, produce día y noche, y todo lo que hace es considerado parte del proceso. No desecha nada, siente que tiene más errores que aciertos y los ama. Tiene todo a su alrededor muy organizado: los hijos, la casa, el trabajo han sido esmeradamente calendarizados. Hace enormes sacrificios para poder responder a esa exigencia, a ese fuero interno que es su producción artística y que, si no encuentra lugar en su cotidiano, simplemente se desborda.
A Martina le inspiran los surrealistas. Su proceso artístico inicia con la lectura de teoría y filosofía del arte. Y es a partir de ella que nacen sus preguntas y aparecen las ideas que amasará con sus manos. Su práctica se encuentra a medio camino entre leer, escribir y sentir. Su proceso está siempre en la negociación con el conocimiento teórico y aquello que siente y produce con las manos, la boca y la nariz. Sus ideas se transforman en obras que muchas veces soñaba de niña. Su práctica artística tiene mucha relación con el juego, imagina escenarios surrealistas, quiere empujar las fronteras de lo real, encontrar algo más allá de lo evidente. El arte es para ella la oportunidad de encontrarse frente a ese “algo más”, esa relación entre lo real y el sueño, lo consciente y lo inconsciente, la vida y la muerte, y qué hay más allá de esas dualidades de la experiencia humana.
A Juan le motivan los artistas marginales o del llamado arte bruto, como el mexicano Martín Ramírez, que nació en 1895 y que pasó los últimos treinta años de su vida en una clínica mental dibujando debajo de las mesas. Ver sus cuadros es para él una gran motivación, así como la vida y la literatura de Carson McCullers, Flannery O’Connor y Reinaldo Arenas, que hicieron del dolor una potencia, no para eliminarlo sino para crear con él algo diferente.
Tres artistas y tres formas elevadas de comprender, aproximarse, abordar y desbordar la realidad. Cada uno de ellos un universo, una valiosa sensibilidad. Para mí el encuentro con mis ocho alumnos, con estos prodigiosos artistas, y el encuentro a diario con mis dos hijos que cantan, bailan, pintan desenfrenadamente sin parar, me han hecho recuperar el asombro; pensar que, como Gompertz dice, todos podemos ser artistas si nos reconciliamos con nuestra creatividad, si nos entregamos a la curiosidad y nos ponemos manos a la obra. Cualquier obra que sea, la misma obra de permanecer con vida en un mundo sin sentido. En palabras de Juan Secaira: “No creo que el arte sirva para responder preguntas, sino para entrar en ellas y desvivirse en el misterio que implica ese descubrimiento”.