
Flavio Paredes Cruz
La actualidad de la ecología política en Francia se arma de tres elementos. Uno: el colectivo Les Soulèvements de la Terre (Las Sublevaciones de la Tierra). Dos: las ZAD (zonas a defender) demuestran que formas de existencia armónicas con el ambiente son posibles. Tres: el sostén intelectual de sus acciones es que la naturaleza no existe sino como invención del Occidente moderno.
Como cada 21 de junio, Francia celebraba la Fiesta de la Música. Solsticio de verano. Cantos y bailes renovaban la relación de las personas con el mundo. El día más largo del año cayó miércoles y los miércoles en Francia hay Consejo de Ministros, otro tipo de rito.
Mientras la humanidad se armonizaba con el planeta, asuntos opuestos se trataban en el Eliseo. Gérald Darmanin, ministro del Interior, confirmó la disolución del movimiento de ecología política Les Soulèvements de la Terre. Así, sin tolerar resistencia alguna, lo exigía Emmanuel Macron y la presión del lobby agroindustrial.
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La naturaleza no existe
“La Tierra se subleva” o “Somos la naturaleza que se defiende” no son solo eslóganes de la urgencia planetaria, divulgan una teoría. Tras las acciones de Les Soulèvements de la Terre y en los cimientos de las ZAD palpita la idea de que la naturaleza no existe: no existe como realidad objetiva, sino como noción del pensamiento occidental moderno. Admitirlo echa abajo la concepción dominante del mundo, es transformar radicalmente la relación de los humanos con todas las otras entidades (no humanas) agrupadas bajo el concepto naturaleza. La ecología política así lo quiere. Los guardianes del orden mundial, no.
Cuando la naturaleza es vista como un conglomerado mudo, un “gran todo” distante del mundo de los seres humanos, se confiere a los otros seres vivientes el estatuto de objeto y se les da un valor de uso. Plantas, animales, montañas, bosques o ríos existen solamente por la función que cumplen para el hombre: recurso, servicio, contemplación estética, escapatoria del ruido urbano… Es costo y beneficio, y ya no más una red de singularidades que nos conecta.

“La naturaleza es partes sin un todo”, escribió Pessoa en el poema que el antropólogo francés Philippe Descola usó en la apertura de Más allá de la naturaleza y la cultura. Viejo conocido del Ecuador, a Descola estas ideas se le revelaron cuando entre 1976 y 1978 trabajó con los achuar en territorio amazónico. Las lanzas del crepúsculo relata esa experiencia.
La composición de los mundos, otra de sus publicaciones, resume su trayectoria intelectual. Allí escribe: “Los achuar se comportan con los no-humanos como con compañeros sociales, es decir adoptando frente a ellos la actitud y el discurso prescritos en las relaciones entre humanos”. Ahora, la explicación de tales relaciones sostiene la lucha ecológica y se adecúa con combates anticapitalistas y decoloniales.
Entre los seguidores de Descola está Alessandro Pignocchi, historietista, investigador y activista francés, quien ha repetido estadías en la Amazonía, para estudiar los cantos anent e intentar la comprensión del universo simbólico de los achuar. Su obra divulga la ruptura del paradigma naturaleza/cultura y la vida en las ZAD. Su Petit traité d’écologie sauvage imagina un mundo donde el animismo de los indígenas amazónicos es el pensamiento dominante.
Para aprender a pensar sin la noción de naturaleza, una ayuda decisiva —dicen Descola y compañía— es interesarse en los pueblos que no emplean los mismos criterios que los occidentales (o modernos) para componer el mundo. El ejemplo más citado repite que en la Amazonía no hay concepto de naturaleza, ninguna palabra en lenguas indígenas la designa… plantas y animales son considerados compañeros sociales.
La idea de que la noción de naturaleza cumplió su tiempo invierte y reescribe las relaciones entre norte y sur geopolíticos. Las perspectivas que los pueblos autóctonos de las antiguas colonias tienen sobre sus entornos inciden en las formas de pensar y actuar en las metrópolis.
Acción radical por el planeta
Les Soulèvements de la Terre se traduce como Las Sublevaciones de la Tierra. El colectivo agrupa activistas, campesinos y altermundistas. Más que un bloque, se trata de una composición que, sin borrar contradicciones, contesta a enemigos en común: el acaparamiento de tierras y fuentes de agua por la agroindustria, la pérdida de las cualidades naturales de los suelos, la producción intensiva y el consumismo.

Les Soulèvements de la Terre no tiene un líder, sus decisiones se toman cooperativamente. Sus métodos incluyen la desobediencia civil, el bloqueo y el sabotaje. En el registro de sus acciones aparecen granjas industriales pintarrajeadas, cementeras desarmadas, diques derribados. Sus vehículos de combate son los tractores de los campesinos que los apoyan contra los complejos agroindustriales, imagen reveladora de la tensión entre agroindustria y agricultura ecológica.
Su acción se inspira en lo hecho en otras partes del mundo: de los Sin Tierra en Brasil, de la insurrección Mau Mau en Kenia, de los territorios autónomos zapatistas en México, de la revuelta de Delhi Chalo en India. Para el colectivo la urgencia ambiental es mundial y absoluta, pero las soluciones son locales y radicales. En eso difieren del movimiento por el clima, que organiza manifestaciones en las grandes ciudades y establece la no violencia como principio. En su insurrección, pequeños ajustes ya no bastan para cambiar la relación utilitarista y destructora de los no humanos.
Ecología política contrapoder
Uno de los frentes de lucha de Les Soulèvements de la Terre es las megarrepresas, a las que llaman sarcásticamente mega bassines, o sea, megabacinillas. El 25 de marzo una movilización en contra de la construcción de la presa en Sainte-Soline (Nueva Aquitania, Francia) terminó en enfrentamientos entre la policía y los opositores al proyecto. Los organizadores contaron treinta mil manifestantes, la cifra oficial no más de ocho mil. Cinco mil bombas lacrimógenas y doscientos heridos son otros números de esa fecha, que popularizó la lucha de los sublevados.
Otra movilización, en junio, contra la línea férrea de alta velocidad para conectar Lyon con Torino, reunió a manifestantes franceses, italianos y españoles. Hubo marcha transfronteriza, carreteras bloqueadas y más confrontaciones con la policía. Entonces llegó el primer día de verano y la disolución del movimiento. Amnistía Internacional y la Liga por los Derechos Humanos condenaron una decisión que socava “las libertades de asociación, manifestación y expresión”. Más de 151 000 personas han suscrito y siguen firmando la tribuna del colectivo.

“Intentar silenciar las Sublevaciones de la Tierra es un vano intento de romper el termómetro en lugar de preocuparse por la temperatura”, deploró el movimiento, dejando claro que una revuelta múltiple y diversa no puede disolverse.
Sus integrantes no solo tocan la alarma de la degradación del planeta, proponen soluciones. Formas alternas de gobernanza y convivencia apoyan sus experiencias, como en las ZAD. Lejos de quedarse en una dimensión abstracta, su ruptura es tangible, moviliza afectos e ideas que operan políticamente.
Las ZAD, territorios alternativos
Las ZAD, “zonas a defender”, reúnen a okupas en los territorios donde se ha previsto un megaproyecto (aeropuerto, centro comercial, granjas industriales) y les devuelven un uso común. Allí se propone una existencia alternativa, formas de gobierno autónomo y una relación más simétrica con los no humanos. Su lema es: “No defendemos la naturaleza, somos la naturaleza que se defiende”.
En la ZAD de Notre-Dame-des-Landes, nació —en 2021— Les Soulèvements de la Terre. Desde 2008 los zadistas se instalaron en el boscaje cerca de Nantes, en respuesta al proyecto de construcción de un aeropuerto. Esas 1650 hectáreas son un modelo de resistencia ecológica. El mayor intento de desalojo se dio en 2012, la operación César quemó cabañas y granjas; apenas un mes después, cuarenta mil personas marcharon por la reocupación. El Gobierno de Macron abandonó el proyecto del aeropuerto en 2018, pero los zadistas se negaron a evacuar. Al intento de expulsión siguió una regularización resuelta a medias y que ha permitido que esta zona de “no derecho” sea un anclaje territorial para la recomposición del mundo.

Encapuchados y jubilados, campesinos y obreros, desertores y estudiantes encuentran su participación. Hay quienes usan sus conocimientos jurídicos, otros sus recursos comunicacionales; los hay amotinadores y carpinteros, biólogos y restauradores.
Siguiendo a Notre-Dame-des-Landes, las ZAD han nacido aquí y allá, desordenando proyectos de embalses, de extensión urbana, de betún y pavimento, salvando humedales, praderas y bosques. Más allá de Francia también. La Colline, en Suiza, impidió la ampliación de una cantera que amenazaba la meseta vecina. En Alemania se evita la reducción del bosque de Hambach por la minería. En Bélgica la ZAD de Arlon protegía el arenal de Schoppach frente a la construcción de un parque industrial. No todas han sobrevivido a los desgarros ideológicos o a la réplica de los gobiernos.
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Desde la primavera, intelectuales y artistas apoyan a Les Soulèvements de la Terre. Cuando se anunciaba el verano, apareció On ne dissout pas un soulèvement, libro donde cuarenta autores proponen un glosario para difundir su ideario y mover a la acción. Desde acaparamiento, hasta ZAD, los términos se suceden para reposicionar el debate sobre lo viviente, para explicar los ecofeminismos o para hablar del Capitaloceno.
Los autores abandonan progresivamente toda pretensión de neutralidad y especifican el aporte de las ciencias humanas para pensar y alimentar las luchas presentes y las que están por venir. En esas luchas, desde el lado de la ecología política, solo una respuesta radical contra el dogma del crecimiento económico infinito detendría los estragos planetarios en curso.
Si el verano francés se inició con la disolución de Les Soulèvements de la Terre, el planeta reaccionó también radicalmente: julio de 2023 ha sido el mes más caliente jamás observado. Pasar del concepto de naturaleza, dejar de ver el mundo viviente desde arriba y ser parte de él de una forma más equilibrada sería la alternativa para evitar que la humanidad devenga en espectadora dócil de su propio destino.