Un Solitario George de las ranas

El tan esperado abrazo nupcial asegura
la preservación de la especie.
El tan esperado abrazo nupcial asegura la preservación de la especie. Fotografía: Steven Guevara S, Centro Jambatu.

La última verrugosa arlequín era más pequeña que la moneda de un dólar. Cuando dieron con ella pesaba menos de dos gramos, pero cargaba con la responsabilidad de evitar la extinción de una especie con un millón de años de historia. Esta es la vida del Solitario George de las ranas.

En el mundo científico, la verrugosa arlequín se llama Atelopus halihelos y, aunque es difícil imaginar que un sapo de la Amazonía pueda compartir alguna característica con la emblemática tortuga de las islas Galápagos, ambas tenían un lazo muy fuerte: se convirtieron en las últimas sobrevivientes de su especie.

La historia de esta rana no se ha difundido, como la del solitario de Galápagos, pero por varios años fue considerada la única esperanza para las Atelopus halihelos. A pesar de que no pudo tener descendencia, su caso aportó a que los investigadores intensificaran la búsqueda de otras de su especie y a que desarrollaran nuevas técnicas de reproducción en laboratorio.

Un salto para la historia

Las primeras Atelopus halihelos se instalaron en un área de 100 km2 entre los bosques de Morona Santiago y Zamora Chinchipe. Este es el único lugar en el mundo en el que se ha detectado la presencia de la especie.

El Centro Jambatu es una institución líder en investigación y conservación de anfibios.
El Centro Jambatu es una institución líder en investigación y conservación de anfibios. El espacio, localizado cerca de algunas de las áreas con mayor diversidad biológica del planeta, administra una importante colección de anfibios con casi 3000 individuos (incluye 29 especies de ranas y sapos en peligro de extinción). La mayoría vive en cautiverio. Fotografía: Jag Studio – Jambatu.

La vegetación y los riachuelos eran ideales para que las ranas vivieran en paz, pero el paisaje cambió. La zona se transformó en cultivos y potreros y, al igual que su hábitat, las Atelopus halihelos empezaron a desaparecer. Durante seis años, los investigadores perdieron el rastro de su población, hasta que en 2016 apareció el famoso espécimen.

Luis Coloma es el director del Centro Jambatu de Investigación y Conservación de Anfibios.
Luis Coloma es el director del Centro Jambatu de Investigación y Conservación de Anfibios.

El herpetólogo Darwin Núñez recuerda que en esa época viajó a Zamora Chinchipe para medir unos terrenos. Mientras hacía su trabajo, un caballo y, detrás de él, algo llamó su atención: una rana saltó por el aire. En ese instante, su expedición cambió de rumbo. Se dio cuenta de que se trataba de un animal del grupo de las Atelopus, o ranas arlequín, pero no estaba seguro del nombre de la especie.

Sin tener idea de la magnitud de su hallazgo, la recolectó y la llevó al Centro de Conservación e Investigación de Anfibios Jambatu. En las instalaciones de este sitio, ubicadas en el valle de Los Chillos, viven cincuenta variedades de ranas. Allí se especializan en el estudio y cuidado de los animales.

Luis Coloma lleva más de tres décadas investigando anfibios. Ahora dirige el Centro Jambatu. Recuerda con nostalgia su encuentro con ese pequeño sapo de no más de 30 mm. No solo su tamaño era novedoso, también resaltaba su cuerpo verde oscuro y café, y su dorso cubierto de verrugas. Al verla, Coloma detectó enseguida que se trataba de una Atelopus halihelos o arlequín verrugosa. La emoción era indescriptible, dice, porque hasta aquel episodio, pensaba que la especie había desaparecido.

El animal era el único sobreviviente en el país y en el mundo. Ese momento Coloma lo bautizó como el Solitario George de las ranas.

Una lucha contra la extinción

Un terrario en el Centro Jambatu se convirtió en el hogar del sapo solitario desde 2016. Este sitio es un Jurassic Park de los sapos. Hay animales únicos, de todos los tamaños, formas y colores que, al igual que el Atelopus halihelos, se refugian de las amenazas que existen en su hábitat natural.

Cada día lo alimentaban con grillos criados en el centro, a los que les añadían calcio y otras vitaminas y minerales, para fortalecer sus huesos. También se monitoreaba su salud para detectar posibles enfermedades, como el hongo quítrido, que se originó en los años sesenta en Asia, y que desde los ochenta ataca a los Atelopus que viven en el Ecuador.

En el laboratorio los expertos llevan una rutina que no para: analizan muestras, avanzan con las técnicas de reproducción y estudian las características de cada grupo de anfibios para entender cómo salvarlos. “La extinción de una especie es una tragedia para la humanidad”, recalca Coloma.

Cada variedad de rana es el fruto de millones de años de evolución. Con su desaparición se afecta al equilibrio del planeta, ya que las especies, incluida la humana, dependen de las demás para sobrevivir. Si una se elimina, cambia toda la dinámica en el mundo y sus efectos serán evidentes en la vida de las personas.

Abrazo nupcial desde la parte ventral: el abdomen de la hembra lleno de huevos.
Abrazo nupcial desde la parte ventral: el abdomen de la hembra lleno de huevos. Fotografía: Luis A. Coloma / Centro Jambatu.

En el caso de los anfibios, su extinción también implica perder la oportunidad de desarrollar fármacos con los químicos de su piel. Se ha comprobado que son útiles para tratar una variedad de virus, bacterias y hongos. Las verrugas de las ranas halihelos, por ejemplo, acumulan sustancias que les ayuda a defenderse de sus depredadores.

El Ecuador es el cuarto país en el mundo con mayor número de especies de anfibios. Pero, desde finales de los ochenta y comienzos de los noventa, se han contabilizado 46 variedades de ranas que nunca más fueron vistas.

Coloma se negaba a que el Solitario y los otros de su especie se sumaran a esa lista, pero pasaban los meses y los años y no aparecía una pareja para este animal. El Atelopus se mantenía saludable, pero ya era un adulto, y no había certezas sobre su futuro.

Una esperanza y una pérdida

Desde que Núñez entregó el Solitario al Centro Jambatu, continuó visitando la zona donde lo encontró. Con la esperanza de recolectar más animales para salvar la especie, recorría los posibles rincones donde podrían esconderse. También se reunía con los vecinos para explicarles la importancia de preservar las ranas y su hábitat, pero el ganado seguía transformando el paisaje.

Una noche de 2020, el investigador y su grupo fueron al bosque convencidos de que encontrarían algo. Entre la vegetación remanente, donde un ojo no entrenado ve una mancha, su colega Santiago Hualpa, vio una rana.

El verde oscuro resaltaba en la noche sobre el claro de las hojas, que estaban a un metro del suelo. La emoción de los herpetólogos aumentó al darse cuenta de que era una hembra. Era el futuro de la especie.

Pero la alegría no duró mucho, ya que el Solitario y esta hembra no lograban concretar sus encuentros. “Estas especies pueden pasar en los terrarios durante años y nunca reproducirse”, explica Coloma.

Jaime Culebras.
Jaime Culebras. Fotografía: ®WILDLIFE TOURS.

Por lo general, se reproducen en sitios específicos de su hábitat, donde influye hasta la química del agua. Por eso, en laboratorio se recurre a técnicas de reproducción asistida con hormonas y luego fertilización in vitro. En ese momento, la tecnología todavía no estaba lista.

Era una carrera contra el tiempo. En medio de la pandemia, el investigador Jaime Culebras organizó una nueva expedición en el año 2021 con Núñez, Hualpa y especialistas del Zoológico de San Luis (Estados Unidos). Incluso asistió la BBC de Londres, que financió esta salida de campo.

En esta aventura los investigadores recorrieron el terreno durante la noche y, otra vez pegados a las hojas, encontraron un grupo de machos. “Fue una alegría y una motivación para seguir en la búsqueda de las hembras”, relata Culebras, fundador de Photo Wildlife Tours e investigador asociado de la Fundación Cóndor Andino.

Aunque se abrazaron y festejaron el hallazgo, necesitaban encontrar más hembras para que la población en el laboratorio fuera viable. La única que tenían hasta ese momento no daba señales de que elegiría al Solitario o a alguno de los nuevos habitantes de los terrarios.

La tercera es la vencida

Núñez y Culebras no se daban por vencidos. Al año siguiente organizaron otra expedición a la zona, nuevamente con apoyo de la BBC. Tras caminar más de tres horas, subir una quebrada, pasar cascadas, paredes de roca y piedras resbalosas, lograron su objetivo.

“Encontrar una hembra fue reavivar la esperanza de que esta especie pudiera tener éxito”, cuenta Culebras. La alegría no se detuvo con el hallazgo. En un evento “casi milagroso”, como lo define Coloma, la rana puso huevos al mes de su llegada.

Ahora hay veinticuatro Atelopus halihelos en el laboratorio de Jambatu, incluyendo a las dos hembras y a los cinco machos que se encontraron en las excursiones. A estos últimos también se les extrajo el esperma, que se mantiene en un proceso conocido como criopreservación, para asegurar su material genético en el futuro.

Embriones en desarrollo.
Embriones en desarrollo. Fotografía: Steven Guevara S, Centro Jambatu.

El Solitario George de las ranas ya no fue parte del proceso. Con más especímenes de su tipo en el laboratorio, los ensayos de reproducción asistida avanzando y sin la responsabilidad de ser el último de su especie en el planeta, el Solitario murió en su terrario.

Coloma todavía cuenta la historia con una mezcla de emociones. Por un lado, le apena la pérdida de la rana y, por el otro, se alegra de que no se haya sumado a la lista de especies que ha visto desaparecer del planeta en sus manos.

A pesar de que el George de las ranas no pudo reproducirse, al igual que la tortuga de Galápagos, su caso inspiró para que se abriera una nueva etapa en la conservación de estos anfibios.

El camino para estas Atelopus todavía es largo. Las siguientes generaciones de ranas que sobrevivan en laboratorio algún día podrán volver a la libertad. Lo importante es que, cuando eso pase, ninguna se convierta en el nuevo Solitario George de la especie.

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