La sodomía en la ficción latinoamericana

En el libro Invertidos y marimachos en la poética queer latinoamericana se concluye que recién a inicios del siglo XXI se produjeron cambios de discurso que pusieron en jaque a las normas hegemónicas de la sexualidad.

Los colectivos de la diversidad sexogenérica están presentes en la ficción latinoamericana desde que los cronistas de Indias hablaron sobre los indios “sodomitas” que encontraron durante sus exploraciones, satanizando su deseo. Durante el siglo XIX, las novelas nacionales resaltan el amor heterosexual en sus anhelos de forjar los proyectos de la nación productiva, mientras otros textos paradigmáticos condenan, asimismo, las prácticas sodomitas y las irreverencias de género.

Por su parte, el siglo XX está marcado por textos cuyos personajes marginados son silenciados y violentados desde una clara postura homofóbica. No obstante, a finales del siglo XX e inicios del XXI, nacen voces que denuncian el maltrato y reivindican los deseos fuera de norma. El lenguaje constituye la herramienta para denunciar al sistema opresor.

La sodomía en la ficción latinoamericana.
Cruel representación de Vasco Núñez de Balboa ejecutando a nativos americanos homosexuales. GRABADO DE JOHANN THEODOR DE BRY.

Los primeros sujetos sodomitas en la ficción latinoamericana

Aunque los textos de los cronistas fungen como archivos históricos, constituyen el origen de la literatura en castellano en la región. Vale enfatizar que muestran una mirada subjetiva sobre los hechos que presenciaron y están poblados también de seres fantásticos, entre otros aspectos. Una representación inicial del deseo “sodomita”, narrada por Francisco López de Gómara, registra un dramático episodio que constituiría el primer relato que anula la sexualidad diversa.

En su búsqueda de la Mar del Sur (1513), luego de que Vasco Núñez de Balboa llegara al pequeño reino de Cuareca (istmo de Panamá) y se encontrara con cerca de medio centenar de “putos”, da la orden de asesinarlos y quemarlos. El rígido pensamiento conservador llevó a que sucesos como estos se produjeran en aquella época.  

La sodomía: una ley proveniente del Medievo

La “sodomía”, como entonces se calificó a las prácticas “contra natura”, fue severamente sancionada. En 1497 los reyes católicos habían decretado “que cualquier persona, de cualquier estado, condición, preeminencia o dignidad que sea, que cometiere el delito nefando contra naturam (…) que sea quemado en llamas de fuego” (López y Colcha, UPSE). En el extenso documento jurídico las “Siete partidas” (mediados del siglo XIII), ya se condena el pecado sodomítico.

El texto inaugural que narra la “proeza” de Balboa se convierte, así, en un referente que marca el gran tema (la muerte) que atraviesa la narrativa latinoamericana que aborda personajes queer hasta finales del siglo XX, pensando en términos contemporáneos. Lo queer —vocablo peyorativo utilizado en el contexto anglosajón contra las poblaciones de la diversidad, sobre todo, es resignificado en la arena pública en los años noventa del siglo XX por los grupos más marginados— rompe con la heteronormatividad. Los colectivos queer se resisten al encasillamiento de las sexualidades, incluso a las diversidades; de allí su resistencia a la “normalidad”, producto de construcciones culturales históricas.

Las ficciones del siglo XIX: una metáfora de la nación heterosexual

Varios relatos latinoamericanos, escritos durante los primeros tiempos de la conformación de las repúblicas, dejan ver cómo la sexualidad debía estar al servicio de los proyectos nacionales. En la primera novela ecuatoriana, La emancipada (1863), su protagonista, al no cumplir con las imposiciones del patriarcado, es destinada a la lujuria, la locura y la muerte. El mensaje es bastante claro: la mujer que no cumple con las asignaciones culturales pierde su honor, es excluida. Vale recordar que injustamente la honra de las mujeres ha estado vinculada al espacio doméstico, a “guardar” su sexualidad. La reputación de los hombres, en cambio, se ha ligado a su accionar en el ámbito público.

Muchos escritores del siglo XIX ocupaban espacios de poder. En el considerado primer cuento argentino, “El matadero” (1838-1840), Esteban Echeverría pone en escena el sexo contra natura a través de los intentos de sodomización por parte de los federales a un joven unitario, opositor a la dictadura de Rosas, quien prefiere morir antes que ser víctima de la violación.

“El sexo es la metáfora de la que se sirve el autor para expresar el salvajismo de los federales, los opositores políticos que no deben formar parte del proyecto nacional”, afirma el crítico Adrián Melo en Historia de la literatura gay en Argentina (2011). Las prácticas sexuales fuera de norma atentan contra la nación ideal: “La figura de la prostituta, junto con la del homosexual, serán paradigmáticas del gasto gratuito de energía sexual fuera del ámbito productivo de la familia, del sexo que produce degeneración y de la amenaza del fin de la comunidad nacional”.

Por su parte, Doris Sommer, en su estudio Ficciones fundacionales (1991), analiza algunos romances como Amalia, Cumandá o María. A través del amor de la pareja heterosexual se unían poblaciones de distintos grupos étnicos y se acortaban distancias políticas. El amor normado y el establecimiento de la familia tradicional conformaron la gran metáfora de la nación latinoamericana.

Sexualidades anómalas en las ficciones latinoamericanas del siglo XX

México es un país precursor al publicar a inicios del siglo XX Los cuarenta y uno: novela crítico-social (1906), bajo el seudónimo de Eduardo Castrejón. La historia se basa en una redada en Ciudad de México donde fueron apresados 41 hombres de la diversidad, diecinueve de ellos vestidos de mujer, que participaban en una fiesta privada que se realizó el 17 de noviembre de 1901.

Tras ser acusados de atentar contra “la moral y las buenas costumbres”, fueron humillados públicamente y exiliados a Yucatán. Su “muerte civil” fue un hecho. Los editores del texto prologan la obra: “El autor (…) flagela de una manera terrible un vicio execrable, sobre la cual escupe la misma sociedad, como el corruptor de las generaciones”.

Aquellos escritos que escenifican lo queer en aquella época mantienen este discurso aberrante de violencia desde el poder y la sociedad civil. Hombres sin mujer (1938), del cubano Carlos Montenegro, ambientada en una cárcel del Caribe, también ataca a los “sodomitas, bugas, pederastas”. Y entre estas ficciones clave, el chileno José Donoso, alejado de la censura, construye su célebre personaje trans Manuela en Lugar sin límites (1966), asesinado brutalmente por un grupo de machos heterosexuales.

Argentina, Perú, Colombia, Cuba… suman más historias desde mediados del siglo XX, rompiendo, muchas de ellas, con las primeras voces omniscientes homofóbicas. Puig, Perlongher, Sarduy, Arenas, Bellatín… constituyen altos referentes en la biblioteca queer.

Los ecuatorianos no se han quedado atrás. Palacio es paradigmático, pero ambiguo. Desde la ironía narra, en 1927, la historia de Octavio Ramírez, asesinado por su condición homosexual. En su cuento “Un hombre muerto a puntapiés” muestra precisamente al no ciudadano, cuyo deseo debe ser silenciado. “Tenía 42 años y era extranjero”, dice, advirtiendo que el “mal” no es parte de la nación.

Otros autores icónicos se apuntan: Benjamín Carrión con Por qué Jesús no vuelve (1963), larguísima novela que descubre la homosexualidad “perversa” en la aristocracia quiteña; Javier Vásconez con su lírico “Angelote amor mío” (1982), bellísimo cuento —lingüísticamente insuperable— que descubre a la hipócrita aristocracia también quiteña o Raúl Vallejo que gesta la mayor parte de personajes trans, enfrentándose a la gramática cuando rompe la concordancia de las palabras: “Cristina, envuelto por la noche” (1999). Tristemente, la muerte sigue siendo el destino de todos los personajes.

Rupturas y resignificación lingüística para emancipar la diversidad

Desde finales del siglo XX e inicios del siglo XXI se identifican autores-textos cuyos lugares de enunciación reivindican los deseos censurados. En esta estantería destacan Pedro Lemebel (Chile) con Loco afán (1996) o La esquina es mi corazón (2001) y Alonso Sánchez Baute (Colombia) con Al diablo la maldita primavera (2007), entre otros. El lenguaje neobarroco, saturado de excesos lingüísticos (necesarios para representar cuerpos que exceden la norma) caracteriza a la poética de Lemebel: “Noche de ronda que ronda lunática y se corta como un collar lácteo al silbato policíaco.

Al lampareo púrpura de la sirena que fragmenta nalgas y escrotos, sangrando la fiesta con su parpadeo estroboscópico”; y las irrupciones lingüísticas pueblan la novela del colombiano. “Hembrito”, escribe varias veces al referirse a hombres heterosexuales que se acercan al protagonista trans (Edwin). Hembrito: jocoso neologismo que condensa los vocablos hembra y hombre, invirtiendo así el sentido de la palabra “hembrita” que subestima y cosifica lo femenino.

En otro texto, “Manifiesto (hablo por mi diferencia)”, Lemebel resignifica la palabra hombría: “No sé qué es la hombría/ Nunca la aprendí en los cuarteles/ (…) Mi hombría la aprendí participando en la dura de esos años/Y se rieron de mi voz amariconada/ (…) Mi hombría es aceptarme diferente”.

Las propuestas de estos y de otros autores son ante todo políticas, pues de forma lúdica, a través de los juegos lingüísticos, reivindican las diversidades denunciando al sistema heteropatriarcal que ha condenado desde hace cerca de dos mil años a la sexualidad “peligrosa”.

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