Una sociedad injusta

Sociedad Injusta
Ilustración: María José Mesías

El filósofo político liberal, profesor de la Universidad de Harvard, John Rawls, diría que vivimos en el ejemplo clásico de una sociedad injusta. Una en la que las arbitrariedades de donde nacimos (región, clase social, etnia, género) determinarán casi decisivamente nuestras posibilidades de éxito en la vida.

¿Alguna vez te preguntaste por qué naciste en donde naciste: esa familia, ese momento histórico, ese lugar geográfico? ¿Cuántas coincidencias y hechos previos tuvieron que darse para que fuese así y no nacieras en el África rural hace doscientos años o aquí mismo en el Ecuador, en la provincia de Morona Santiago, donde, según las estadísticas más recientes, casi el 66 % de la población vive en la pobreza?

Las religiones occidentales hacen un pésimo trabajo en explicar esa desigualdad de partida para los seres humanos, bien resumida en esa frase del imaginario común, de que unos nacen con estrella y otros nacen estrellados. Si le preguntas a un católico por qué cree que él o ella nació en una condición de privilegio mientras billones de otros seres humanos nacen sin siquiera tener alimento suficiente o están sometidos a una guerra infame como los niños de Siria, te dirá quizá que es producto del libre albedrío de los seres humanos. La maldad de unos sobre otros.

Por el otro lado, las arbitrariedades de la vida parecerían estar mejor explicadas por las religiones orientales que creen en las vidas múltiples y en la reencarnación. De acuerdo con algunas de esas cosmovisiones, en una vida puedes ser la hija de Bill Gates y en la siguiente un niño indigente en África. Las vidas se tratan de aprendizaje y evolución.

Pero como la vida que nos toca es la terrenal, como sociedad nos enfrentamos a las consecuencias de esta desigualdad profunda y es una demanda imperiosa de nuestros sistemas políticos avanzar hacia sociedades en las que estas arbitrariedades del destino caprichoso pesen lo menos posible y todos podamos acceder a oportunidades similares.

Si volvemos al ejemplo del Ecuador, y tomamos el caso de uno de los niños que padece desnutrición crónica nacido en la provincia de Morona Santiago y el caso de un niño de clase media alta en Quito o en Guayaquil, ya sabemos de entrada a quién le irá mejor en la vida. El niño de Morona Santiago llegará a los cinco años de edad con un rezago en su desarrollo físico y neurológico. Si alcanza a terminar la primaria, ya no rendirá igual que un niño de colegio privado en Quito o Guayaquil.

Lo más probable es que ese niño o niña ni siquiera pase a la secundaria porque su familia necesitará que trabaje. Las niñas estarán en peligro de embarazo adolescente, por lo que a los veinte años su destino estará signado: no saldrá de su círculo de pobreza y su situación será de precariedad y escasez, como la de sus padres.

Es imperdonable que los gobernantes de este país, sobre todo los que han pasado décadas aspirando a la Presidencia y las élites en su conjunto se hayan desentendido de estas injusticias. Mientras el Estado se ha convertido en un botín gordo a repartir, aquí pasamos de la zozobra de un estallido social a la violencia del narcoterrorismo. Las injusticias en nuestra sociedad son el caldo de cultivo perfecto para que el horror se cocine.

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