Uno: los hongos
Lo que me cautivó de los hongos no fueron sus formas psicodélicas ni sus cualidades alucinógenas (jamás he probado hongos, le tengo terror a las drogas), sino su invisibilidad, la discreción con la que han sido parte de todos los procesos importantes de la naturaleza y la evolución, el silencio con que se han mantenido vivos. El micelio, una red subterránea de hongos, conecta a las plantas entre ellas y le sirve a la naturaleza toda como vaso comunicante.
En el libro La red oculta de Merlin Sheldrake, el autor señala que solo la especie humana tiene la noción particular de “individuo”, ya que en la naturaleza los límites entre el yo y el otro (esto se evidencia claramente en el universo de los hongos) son ambiguos. Luego relata un debate entre científicos en el que llegó, con bella lucidez, a una conclusión sencilla: ya no tenía sentido hablar de individuo.
El pensamiento causa un estallido al interior del ego, un disparo al corazón homocéntrico. Pensándolo así, ya no sería “el ser” el digno de estudio y admiración, lo serían las relaciones y las redes, pues son ellas las que hacen posible la vida.
Dos: Madres paralelas
La más reciente película de Almodóvar, estrenada hace ya unos meses, trata de dos madres que dan a luz juntas y, al regresar a casa, presienten que tal vez sus hijos han sido intercambiados. Varias temáticas atraviesan el filme: la esencia de la maternidad biológica, la no biológica, la arquetípica y conflictiva relación con la madre humana y con esa otra gran madre, la madre tierra, que a su vez contiene a la madre patria.
La que más llamó mi atención fue una escena en la que Penélope Cruz, dudando del parentesco con su hija, le hace ella misma una prueba de ADN metiéndole un hisopo en las encías. Me hizo pensar en el origen de esa sustancia invisible que se busca con tanta urgencia: la esencia, la sangre, los fluidos.
Esa sustancia invisible nos une y crea parentesco, es decir que la baba de los niños se materializa en los rostros adultos y repetidos por la genética, lo que nos hace humanos y hermanos. La función de esa sustancia, indefinida y misteriosa, se me hace parecida a la rutina del micelio, que teje las relaciones, los lazos, los afectos. Las madres de Almodóvar transitan por varias relaciones; no son una sola sino miles de mujeres: amigas, madres, viudas, amantes. Otra vez: el fin del individuo.
En términos dramatúrgicos (que funcionan como metáfora de un todo) las relaciones importarían más que la trama, más incluso que los personajes. En otras palabras, no se pueden concebir personajes sin sus relaciones. Nuestros lazos nos definen con mayor exactitud que nuestros documentos.
Tres: disparo al ego

¿Cómo imaginar una realidad que no se base en el individuo sino en sus relaciones? ¿Cómo imaginar una forma de vida que no conciba al individuo como centro del universo? Al menos en Occidente, donde las terapias espirituales están centradas en “la conexión con el yo”, donde lo que se busca es librarse de los demás y trabajar en uno mismo, resulta difícil.
Byung-Chul Han describe al budismo zen como “la religión sin Dios”. Vuelvo a las redes de micelio y pienso en ese lazo invisible que nos une con los gatos y los árboles, con los peces y las flores. Eso que no tiene cuerpo y está en todas partes.