Por Ana Cristina Franco.
Ilustración: Luis Eduardo Toapanta.
Edición 451 – diciembre 2019.
Después de casi un mes del paro nacional, mi esposo y yo no nos dimos cuenta de que era nuestro aniversario. Nos fuimos a ver Joker, de Todd Phillips. Con hot dog en mano fui testigo de una brillante crítica a un sistema exitista; una película que, como dijo Michael Moore, es “un retrato oscuro de la realidad estadounidense”, pero no solo a esa, porque a mí, como a muchos, me fue inevitable comparar el filme con la situación de nuestro país.
De hecho, parecía con dedicatoria. Arthur Fleck representaba, de alguna manera, a todas las minorías, era una metáfora del diferente, del pobre, del que está al margen de la norma; en otras palabras, el hijo bastardo rechazado por el poder, que de alguna manera —al menos en América Latina— somos todos. Pero tal vez más que la película misma, lo que más me sorprendió fueron los efectos que la cinta causó en mí: identificada con la herida de Arthur Fleck, quizá reviviendo algún sentimiento de rechazo personal, mi sangre hervía ante la injusticia.
Entendí que Joker es una película que, como la política, atrapa al espectador no por la empatía, sino por el rechazo. Y, ¿no es así como surgen las ideologías y las inclinaciones políticas? En los días del paro nacional, al ver (y protagonizar) ardientes discusiones con familiares, colegas, contactos de grupos de WhatsApp y Facebook, reflexioné sobre la pasión que nos lleva a defender o despreciar una cierta ideología, y entendí que el origen siempre será personal, no puede ser de otra forma. Recordé mi infancia con jugo Tang, Suzuki Forsa y ropa heredada; recordé el miedo que me causaba que mis compañeras de clase se enteraran de que nunca había ido a Disney y entendí que mis inclinaciones ideológicas actuales están obviamente marcadas por estas experiencias. ¿Será que elegimos nuestros ideales, no desde la afinidad sino desde el resentimiento, desde el rechazo hacia las preferencias de aquellos que simbolizan nuestras heridas personales? Creo que fue Jung quien dijo que lo que nos atrae de una persona no es la luz, sino la sombra. Nos une el rechazo. Ahí estamos los seres humanos, ciegos, creyendo que nos acercamos al otro por afinidad, sin saber que lo que nos llama la atención del prójimo es precisamente su sombra.
Entonces, Joker no le dispara a Murray Franklin, ese reaccionario presentador de TV interpretado por De Niro; ni siquiera le dispara al machismo ni al sistema ni al poder, Fleck le dispara a su padre ausente cuyo rostro invisible representa todo lo que le ha segregado. Me sorprendió ver un meme que recrea la escena, pero sustituye a Franklin por un político local. El personaje de Murray Franklin es un comodín: todos ven ahí a su enemigo interior. No solamente se rechaza un partido político, se rechaza, sobre todo, a ese tío millonario que nos despreció, a ese niño que nos pegó. Ese otro se convierte en un espejo de nuestros fracasos. ¿Será que es auténtica en los seres humanos la necesidad de exclusión? ¿Será que esta necesidad permanece oculta hasta que algo sucede y plop, salen a flote los sentimientos más radicales?
El paro nacional evidenció racismo, clasismo, el odio entre clases. Mientras los pobres saqueaban conjuntos residenciales en Cumbayá, sus adinerados dueños decían que responderían con “bala”. Los unos acusaban a los otros de vándalos, y los otros acusaban a los unos de asesinos. Se hablaba de derecha, se hablaba de izquierda, yo veía dos sistemas que no pueden escapar al poder.