Edición 456 – mayo 2020.

Estos años veinte serán tan trágicos como los veinte del siglo anterior.
En algún momento del primer trimestre de 2020 —un año que parecía ser como otro cualquiera, con sus tormentas y sus calmas— el mundo entero quedó fuera de control, trastornado por una pandemia que cambió ritmos, comportamientos y creencias: miles de millones de personas encerradas, la ciencia desbordada por un virus minúsculo pero voraz, la economía parada, las fábricas cerradas, las ciudades desoladas, los países de punta sin saber cómo reaccionar, China mintiendo con descaro sobre causas y consecuencias, las Naciones Unidas en un mutismo imperdonable, los pueblos pobres llenándose de malos presagios y, en fin, la humanidad reflexionando tardíamente sobre su desenfreno y su vulnerabilidad. Sí, un cisne negro había asomado su largo cuello cuando nadie lo esperaba. Todo había empezado en un mercado abarrotado y ruidoso en Wuhán, una ciudad abigarrada —once millones de habitantes—, ubicada en un cruce de caminos en el centro de China, a orillas del Yangtsé, el ‘río largo’ que divide al país en dos. Allí, en ese mercado, famoso por los animales de vida salvaje que se venden para preparar potajes exóticos, un pangolín (un pequeño mamífero originario de las zonas tropicales de Asia, que, dicho sea de paso, es muy codiciado en el Lejano Oriente por las presuntas propiedades medicinales de sus escamas) habría servido de ‘puente’ para que un coronavirus pasara de sus habituales huéspedes animales —sobre todo murciélagos— a los seres humanos. Y tras ese primer contagio (el de la persona que se comió el pangolín), el virus se replicó con una rapidez inusitada, hasta desencadenar una pandemia global. Y, por cierto, el mundo no estaba preparado para una crisis así. Tan poco preparado estaba que la única reacción de la especie humana para no ser diezmada por la epidemia —como lo había sido por la ‘Peste Negra’, de fiebre bubónica, en la Edad Media, o por la ‘Gripe Española’, hace un siglo— fue imponerse una cuarentena súbita, multitudinaria y sin plazo, para tratar así de que el contagio no fuera en avalancha, sino en deslizamiento, e impedir que colapsaran las estructuras sanitarias de todo el planeta. La cuarentena global paralizó la producción y, claro, la economía se desplomó. La recesión mundial fue inmediata. También la incertidumbre: ¿qué vendrá después de la pandemia?, ¿qué tan fuerte será el impacto?, ¿cuánto crecerán el desempleo y la pobreza? y, además, ¿cuáles serán las consecuencias políticas de tanta calamidad?
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