The White Lotus, serie de HBO, parte de una premisa muy simple: las relaciones entre los empleados y los huéspedes de un lujoso resort en una isla deliciosa. Pero siempre hay una trampa: las peores vacaciones son aquellas de las que no se puede escapar.
Las vacaciones se relacionan con el escape. ¿Escape de qué? De todo un poco. Escape de uno mismo, sobre todo. Quienes practican la meditación logran que la mente se detenga y descanse, pero las mentes en reposo no son, ni de lejos, mayoría.
La mayoría quiere levantarse en otra cama, colgarse de otra ducha, bajar al comedor y que el desayuno esté listo; disponer el día entero entre el ocio, la aventura y ojalá también los excesos. Reemplazar los problemas que teníamos en la cabeza antes de subir al avión por los que tenemos ahora: qué hacer primero, ¿playa o piscina?
Quizás la primera pregunta que todo recepcionista de hotel necesita aprender es la siguiente: ¿qué clase de vida tiene usted? El huésped, confundido, respondería con otra pregunta, ¿a qué se refiere? Y el empleado haría una aclaración maravillosa: quiero decir, qué tan mala o aburrida es su vida como para que haya decidido escapar de ella, esto con la intención de brindarle el mejor servicio posible, claro está. Estas conversaciones no existen. Nada de esto se dice, obvio. Si se dijera, el recepcionista sería despedido en el acto y el huésped (que, además, siempre tiene la razón) demandaría al hotel por violencia a la intimidad y resquebrajamiento moral.
Pero, la verdad, y aunque haya que preguntarlo con el mayor descaro, la pregunta no sobra. Si los personajes de The White Lotus, serie de HBO, se hubiesen preguntado qué querían, qué necesitaban; mejor dicho, qué es eso de lo que vienen huyendo en esta escapada, las cosas no se habrían complicado tanto. En este resort, una isla lujosa hasta el último detalle, la comodidad juega en contra y acorrala. Quiero decir que cuando uno está solo, solo con su pareja, solo con su familia, solo con sus amigos o solo con el resto de los empleados, descubre en ellos mucho más de lo que en un principio hubiera querido.

La pregunta suele llegar escondida entre otras palabras, el tipo de advertencia blanda que se quiere hacer pasar por cortesía. Por ejemplo: ahora que tenemos algo de tiempo para nosotros, qué te parece si hablamos de eso que tenemos que hablar pero no queremos decir. Qué tal si aprovechamos la arena blanca y el agua cristalina para ser nosotros también transparentes y calientes el uno con el otro. Uuufff.
Qué pereza viajar hasta acá para encontrar la conversación de la que salimos corriendo con todo y maletas. Pero ese es el truco de la serie, colocar a sus varios personajes (digamos que es una obra coral) en un lugar cercano al paraíso, y enfrentarlos de tal manera que estas sean no unas vacaciones inolvidables, sino, por desgracia, por el peso de lo que termina pasando, unas vacaciones que gastaré el resto de mis días intentando olvidar.
Los personajes, y en esto la serie parece un juego de mesa, están divididos en dos grandes categorías: los huéspedes y los empleados. Los huéspedes son los que han decidido invertir una pequeña fortuna en estos días que pasarán desprendidos del mundo y su realidad real (uno pagaría lo que sea para alejarse todo lo posible del prójimo). Los empleados son los que cargan toallas, visten uniformes tropicales de colores pasteles, están siempre a las órdenes y esconden detrás de cada sonrisa amable una vida privada que no es tan amable ni servicial.

La situación en la que nos pone The White Lotus no es original ni tampoco lo pretende, es más, entraría tranquilamente en un género universal: historias de hoteles. Pero hablando de ese mismo género, vaya que lo aprovecha, lo ensancha, lo sube de categoría. Logra hacer que sus personajes se pregunten, una y otra vez, cómo descansar del otro, sobre todo del que tengo más cerca y al que mejor conozco, al que más quiero y el que más daño puede hacerme. Capaz venir a una isla no era tan buena idea como pensábamos. En estas condiciones, con estos personajes, lo mejor hubiese sido soltarlos en un desierto y que corran por su vida.