(Alza la mano y toca la fe)
The midnight gospel, una serie de animación disponible en Netflix, es el producto alucinado de una serie de entrevistas hechas a personas reales sobre temas importantes: desde las drogas hasta la religión. Dichos diálogos, transformados luego en aventuras espaciales, componen un evangelio de lo más arriesgado que se haya visto.
Cada vez me siento más ajeno a este mundo. Digo esto y los demás se ríen. Lo digo como broma, es cierto, pero no por eso menos en serio. Muchas veces me encuentro caminando en la calle y me parece que los letreros ya no son para mí: ni los que anuncian descuentos en ropa, o nuevos modelos por cambio de temporada, ni los que promocionan conciertos o estrenos en el cine. (Esto, para alguien que reseña películas y series, es gravísimo). Pero digo lo que ya dije y me refiero a caminar sin rumbo, pero muy hacia dentro de la pantalla del televisor.
Tengo, en la cama, a mi lado, una libreta en la que apunto varias cosas, desde frases que me parece podrían funcionar en su momento, en alguna historia o más bien en la vida real, hasta temas pendientes del trabajo o de proyectos en curso (sería más sencillo hacer notas de audio en el celular, pero siento que si anoto algo letra por letra existen menos probabilidades de que lo olvide). En la libreta, regada en varias páginas y a veces escrita patas arriba o de lado, hay también una lista de cosas que me han recomendado ver, cosas sobre las que he leído y sentido interés, mejor dicho, una lista sin fin de títulos a la que diariamente se incrustan nuevos nombres.
Hay momentos, déjenme decirlo, en los que sigo la lista con disciplina y voy tachando lo que voy viendo, lo que me aburre, eso con lo que no logré conectar y no pienso conservar. Pero claro, si tacho un nombre, añado tres más, así que la lista no deja de alimentarse. Tengo, entonces, una regla personal: no hago crítica, hago barra. Quiero decir que agarro algo que me emocionó, que me conmovió por completo, que me enamoró, y trato de explicar mis sentimientos. Si la ficción y la narrativa entera se tratan de causar emociones, pues nada más necesario que hablar sobre ellas (de pronto nos entendemos o nos llevamos mejor, quién quita).
Escribo reseñas como quien lanza botellas al agua (botellas de vidrio, color verde o turquesa, con una nota escrita a mano en su interior). Luego, en los casos más afortunados, me encuentro con gente que recogió una de las botellas, que la rompió contra el piso y leyó el mensaje y leyó justo lo que esperaba/necesitaba leer y entonces me lo cuenta y es como un abrazo que estuvo partido, pero ya no. Cuando uno encuentra a una persona que está viendo el mundo desde el mismo lugar, con los mismos códigos, con la misma moral y las mismas libertades y vergüenzas, sabe que volverá a su isla a escribir más mensajes y que no todos terminarán flotando a la deriva (aunque quizás todos terminemos flotando a la deriva).
En mi lista, anotadas con letras mayúsculas, encontré estas palabras: THE MIDNIGHT GOSPEL. Me la recomendaron, y con mucha insistencia, personas con las que trabajo y tienen diez o quince años menos que yo. O sea: son pelados, otra generación, jóvenes aún. Y, no sé, yo ya fui joven, lo disfruté mucho y hasta se me fue la mano, pero bien, se vivió harto y aún nos quedan tiempo y terapia. Esto no significa que me suba a cualquier tendencia, al contrario, la gente que pasa de los cuarenta y persigue lo socialmente relevante, al menos en cuestión de pantallas y vinilos, me genera sospecha y ni te queda bien ese bigote de puntas levantadas (inglés, se llama), ni la camisa floreada te beneficia tanto como piensas.
Si hablamos de soltar, de soltar para sanar y todo lo demás, soltemos el mundo, soltemos el tiempo y dejémoslo en manos de los que vienen atrás, acercándose, volviéndose un poco como nosotros, pero ojalá no tanto. Si no te gusta Bad Bunny, no lo escuches ni mandes cadenas de WhatsApp para que cancelen sus conciertos o se lo trague el infierno; si en la cartelera solo hay películas de terror o de superhéroes, pues, y esto es una pena, no vayas al cine hasta que pongan algo que te inspire. Pero claro, la pregunta queda ya no encerrada en una botella sino brillando en la superficie del sol: ¿Qué veo?
Todo esto, y bastante más, pasó por mi cabeza antes de ver el primer capítulo de The Midnight Gospel. Me lo explico así: no tengo que verlo todo, está bien que me aburra lo que no entiendo, está perfecto que la industria ya no me tenga entre sus prioridades, que el mundo me mire de espaldas y no de frente. Mejor dedicarse a la extracción de joyas azules y moradas y ocultas como esta serie, que ni siquiera me atrevo a describir generalmente pues son varios los elementos que se desplazan en cada episodio, partes de un mundo bastante parecido al nuestro, donde las ventanas de las casas están cerradas, pero las ventanas de las pantallas se abren en su mayor esplendor. Miles, millones de ventanas, mucha gente asomada pero poca gente arriesgándose a escoger una sola ventana y salir volando.
Diré, sí, esto. La serie pasa en un planeta lejano que tiene pocos habitantes, de hecho, solo conocemos a un chico llamado Clancy, que tiene por oficio grabar videopodcasts. Clancy vive con su perra y su mejor amigo, un simulador de universos, o sea, una máquina que se encarga de transportarlo a planetas distintos en galaxias y dimensiones distintas, donde Clancy logra entrevistar a una serie de personajes maravillosos, de una inteligencia que solo compite con su poder de raciocinio.

En el primer episodio nuestro héroe visita un planeta durante una ocupación zombi. Bajo el fuego cruzado entre los infectados y quienes no lo están, Clancy entrevista a un líder mundial que combate a los zombis rifle en mano. Y hablan, sobre todo, de drogas, llegando a conclusiones iluminadas como esta: no hay drogas malas, lo que hay son malas circunstancias, por ejemplo, si te rompiste la cadera y estás a punto de someterte a una cirugía, pues dale, claro, usa morfina; ahora bien, si estás conduciendo a más de cien kilómetros por hora, la morfina es muy mala idea. Al final, Clancy y el líder mundial se contagian y pueden ver y sentir lo que sienten los zombis. Digamos que yo también te perseguiría y te mordería una pierna para que sientas esto. Confía en mí.
La serie, que está basada en entrevistas reales a personajes que hablan lo mismo de budismo que de eternidad, con la misma seriedad, con el mismo humor, es en sí misma una de las formas del asombro. Porque sí, uno se cansa de tramas intachables que se desarrollan con la infrarrealidad de la vida y desembocan en las consecuencias de lo aparente. Este mismo momento y no otro es el indicado para empezar a ver The Midnight Gospel, recuerda que el tiempo solo te preocupa y te falta porque vives en una dimensión en la que el tiempo existe y avanza hacia adelante, es decir, se acaba.