Succession el poder y la gloria

serie Succession.

Logan Roy es un billonario de origen humilde. Durante su vida ha construido un verdadero imperio mediático, como Warren Buffett o Robert Murdoch, y ha obtenido el poder y la gloria sin reparar en detalles éticos. Roy ha mentido, chantajeado, burlado y quizás robado. Ha usado sus medios de comunicación para causas retorcidas y para vengarse de sus oponentes.

Pero Logan Roy está viejo. Ha cumplido ochenta años y está débil y enfermo. De entre sus cuatro hijos debería salir su sucesor; aquel que continúe con la senda de fama y fortuna, de capital y patrimonio. Pero cada uno de sus hijos es, en su propia medida, problemático, errático y, como él, escabroso y turbio.

Un nido de ratas: ese es el lugar donde sucede la serie original de HBO, Succession que lleva tres temporadas y es lujosamente filmada en varios lugares del mundo —Nueva York, Londres, Hungría, Italia—, con una fotografía extraordinaria y unos diálogos mordaces, que nos hacen ver que cada uno de los personajes no es, precisamente, un dechado de inteligencia, con excepción del brillante padre.

El problema para Logan Roy es que su firma de medios de comunicación —muchos de ellos amarillistas— está sucumbiendo frente a las nuevas tendencias de la comunicación. Capítulo a capítulo, a pesar de su vejez y aparente cansancio, él debe apagar incendios que amenazan con terminar su negocio. Y, a la vez, bajo mucha presión, debe ir perfilando quién será la persona que dirija su imperio.

Sus hijos, en mayor o menor medida, se disputan esa posibilidad. Connor Roy, el mayor: aspirante a político de ultraderecha, aparentemente alejado del negocio paterno. Kendall Roy, a priori el llamado a ser el sucesor, y que ha complicado sus aspiraciones en el devenir de la trama, ha heredado las formas implacables de su padre.

Canal: HBO.

Shiv Roy, la única hija, calcula cada uno de sus movimientos y acciones para lograr sus intereses. Roman Roy, el menor, con un fuerte complejo de Edipo, aparentemente despreocupado e inmaduro, pero fulminante a la hora de concretar un negocio. Todos son soeces. Todos se aborrecen entre sí. Todos buscan su interés particular y a la vez todos están encarcelados en su jaula de oro.

A ellos se suma un buen número de personajes secundarios, pero que en cualquier momento pasan a ser principales: la esposa francesa del magnate, el sobrino nieto arribista, la exesposa, los leales —aunque no tanto— colaboradores de la empresa y el marido de Shiv. Todos tienen su agenda y todos miran desde cerca las jugadas por si la fortuna de la sucesión les llega cerca.

Para ser una familia que se lleva tan mal entre sus miembros, pasan mucho tiempo juntos: los cumpleaños, las bodas en castillos ingleses o toscanos, el retiro corporativo, homenajes en Escocia, la cena de Thanksgiving, las fiestas en las cloacas y en las alturas… y allí es donde una especie de comedia negra aflora: Succession no es solo una fábula con acento shakespereano sobre el poder y la gloria —y sus contrarios—, sino también una farsa sobre las relaciones interpersonales de una familia disfuncional.

Succession ha estado consistentemente, desde su estreno en 2018, en las listas de mejor serie televisiva de la historia, cerca de Los Soprano, Mad Men o Breaking Bad. Hay algo que las cuatro tienen en común: sus personajes —no importa cuán retorcidos o criminales— tienen un carisma que inevitablemente provoca identificación y hasta empatía en las audiencias. Tony Soprano, Don Draper, Walter White o Logan Roy podrán estar podridos por dentro y por fuera, pero poseen esa personalidad y ese estilo que todos quisiéramos tener.

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