
Severance, serie original de Apple TV+, está entre lo más visto y mejor criticado de 2023. La trama demanda atención y fidelidad, pero recompensa con un altísimo nivel de sofisticación.
No sé por qué imaginé que estábamos unidos y me sentí mejor”.
Pappo’s Blues
Algo pasa, algo se altera, cuando una serie que nace con fama de “complicada” se vuelve popular a tan solo horas de su estreno. Es como si, luego de un aviso que tiene partes iguales de promoción y amenaza, abrieran una sala VIP a la que más vale llegar pronto-muy-pronto, antes de que lleguen todos los demás, y la sala se llene y deje de ser VIP. Fue el caso de Severance, liberada durante la primera mitad de este año. De repente (y de nuevo, otra vez), algo que “hay que ver” para formar parte de la conversación mientras sea relevante, es decir, antes de que pasemos a otro tema.
Empezamos con un grupo de empleados, de apariencia burocrática y retro, en una oficina en la que se maneja data. Esto de “manejar data”, además de tremendamente contemporáneo (se podría decir de casi cualquier empresa actual), resulta misterioso: los empleados miran pantallas en las que aparece una serie de números. Cuando uno o varios de estos números alteran el patrón en que son presentados, el empleado los selecciona, los aparta del resto y los guarda en una especie de cajita que recuerda a los paquetes de Amazon.
Aquí, claro, la incansable referencia a un futuro regulado: cualquier comportamiento que sea percibido como fuera de lo normal será identificado, atrapado y luego debidamente separado de la tribu. Pero esto, que sucede en computadoras más bien ochenteras (la nostalgia sigue de moda), es lo menos raro en una oficina en la que, salvo por cuatro cubículos al centro de un espacio inmenso, no existe mucho más. No hay ventanas, afiches o espejos en las paredes. No hay fotos de los empleados con sus familias o esos cuadros pintados por niños que decoran las oficinas de sus padres. No hay vida. De eso se trata.
En la tradición de la mejor ciencia ficción, existe una circunstancia que se aclara desde el principio para establecer el conflicto central. Los empleados de esta empresa, llamada Lumon, fueron sometidos a un procedimiento quirúrgico, y tienen en la cabeza una especie de chip, que divide su vida personal de su vida profesional. El efecto es literal y radical: por la mañana, cuando timbran tarjeta y comienzan el turno, olvidan todo lo que quede por fuera, y viceversa. En apariencia un plan horrendo que pretende crear empleados, si no perfectos, al menos libres de distracciones. En la práctica un emprendimiento innovador cuyo único resultado puede ser la locura.


No hay que decir mucho más para saber qué pasa en el resto de la primera temporada. Los empleados, que aceptaron por voluntad propia acostarse en un sillón reclinable para que un taladro les abra el cráneo, descubren que en la ambición de vivir dos vidas han cometido una especie de suicidio. Y, sí, dan el salto que separa la esclavitud de la rebeldía, tratan de contraatacar y revelarse contra la empresa y, como decimos todos, “tomar control de su propia vida”. Digo “tratan” porque ya está anunciada una segunda temporada, y el final de la primera da para pensar que la historia puede moverse en algunas direcciones.
En lo que habría que detenerse, creo, es en las formas de Severance. Es verdad, nos lo dijeron un millón de veces y no quisimos creerlo, pero es cierto y parecemos al fin haberlo entendido: las series de televisión no son (ni serán) las nuevas novelas decimonónicas ni los nuevos clásicos del cine. Pero, sin duda, hay gente y proyectos que tienen más en cuenta o más cerca la costumbre narrativa de la literatura, la mirada preocupada y consciente de una película hecha y deshecha.
Una de las razones por las que Severance se hizo notar desde que entró a esa competencia, sin fin ni podios del streaming, es que el productor ejecutivo y director de varios capítulos es Ben Stiller, un nombre y una personalidad venidos de la comedia noventera. Si me preguntan, Ben Stiller es un genio en su propia ley (una película suya, Tropic Thunder, equivale a la carrera entera de muchos cineastas que quedaron en el camino), diverso como casi nadie, y hay que estar siempre atentos al contenido que produce.
Severance debería verse en pantalla grande. Hay, en cada plano, la construcción física de un sentimiento sembrado muy adentro, hasta la raíz. Me explico: ya que gran parte de la historia sucede en interiores, y que, por así decirlo, los personajes están perdidos y encerrados cada uno dentro de cada quien, el director aprovecha la geografía de la oficina para hacernos sentir a nosotros también extraviados y pequeños puestos al lado de cualquier mueble. Los escritorios, los corredores, las luces en el techo, los ascensores, todo filmado a profundidad, como queriendo decir que no existen los finales, pero que de todas formas ya nos llegará el nuestro.