¿Hay vida después del amor?

Ricky Gervais, el más que famoso comediante, tiene una faceta de escritor y director que vale tomarse muy en serio. After Life, disponible en Netflix, muestra que el sentido del humor es la forma más linda de la inteligencia, aunque no siempre sirva para reírse.

Una persona es una casa. Cuando esa persona se va, esa casa se cae, se derrumba. Abajo, entre las ruinas, siempre quedará alguien, y quizás todavía respire. Quizás ese sea precisamente el problema: seguir respirando, sentir que el aire entra y sale de los pulmones, que pasa por el pecho, que camina por la garganta, trepando la escarpada y cayendo de nuevo, que moja la lengua, pero que no sirve de mucho o no sirve de nada si el cuerpo se niega al aliento.

Serie "After life"

Una persona es otra persona. Esas dos personas eran una casa. Una de esas personas se fue, enfermó, dijeron que había posibilidades, que tal vez el tratamiento fuera efectivo, que con estas cosas nunca se sabe, pero no, ella enfermó y murió, y lo que vemos, la forma en que llegamos a conocerla, es un video en el que aparece sentada sobre la cama del hospital, un pañuelo cubre su cabeza redonda, y en el que dice muchas cosas, pero dice o insiste sobre todo en una: sigue viviendo, sigue siendo como eres, sigue siendo feliz.

After Life, la serie escrita y dirigida por el comediante británico Ricky Gervais, empieza por ahí. Su personaje, un hombre viudo que apenas pasa de los cuarenta años, y que funciona como narrador/personaje, no encuentra lógica ni cómoda la continuación de la vida porque, se sabe, hay cosas que no se superan, cosas con las que uno simplemente debe aprender a vivir.

Y Tony, que así se llama el principal, se pregunta, con toda la razón del mundo: ¿por qué debo seguir? Se lo pregunta a su psicólogo, que dicho sea de paso no ayuda gran cosa: si lo único que puede hacerme feliz no va a pasar, si Lisa (que así se llamaba y se llamará ella) no va a volver, ¿cuál es el punto de seguir vivo?

La serie, muy al estilo inglés de la BBC, tiene tres temporadas de seis capítulos cada una. En los tiempos que corren, a eso se le diría una serie corta, lejana a las sagas decimonónicas que, hoy por hoy, tienen a los estudiantes de escritura creativa pensando no en qué escribir, sino en cuántos tomos/páginas debe tener una novela para ser considerada, ojalá antes de su publicación, por Netflix o por HBO o por Paramount, en fin, por alguien que pueda llevarla al streaming y que ojalá también se hagan camisetas, gorras, tatuajes.

Nada malo en ello, chicos, vamos a por el honor y la gloria; vamos, como dicen ustedes, sin miedo al éxito, y como decía Clint Eastwood, hagámoslo por un puñado de dólares, olvidémonos de la visión (que, además, cambia todos los días) pero conservemos la misión: contarle al lector/cliente/semejante cómo se siente estar vivo.

Ricky Gervais lo hace. Cuenta cómo se siente respirar en contra de la voluntad propia; cuenta cómo sería el mundo si dijéramos no todo lo que pensamos pero sí todo lo que quisiéramos decir; cuenta cómo es levantarse, darle de comer a su perra, sacarla a pasear y luego preguntarse, de nuevo, otra vez, ¿y ahora? Esto pasa en un formato más bien televisivo, sin aspavientos, decididamente normal e incluso corriente, iluminado como un comercial de muebles, pero se sostiene sobre los diálogos y las personas.

En After Life, las prioridades están en las conversaciones, en las conclusiones a las que conducen esas conversaciones, en la relación pensamiento-boca-corazón-del-otro y en la manera en que esas palabras producen ondas que alteran la atmósfera.

Es una comedia negra, a veces, más que negra, triste, tan triste que frente a ella uno solo puede reírse y desarmarse (no necesariamente para armarse, digamos, con las mismas piezas). El altísimo nivel de ridículo que hay en la vida diaria es, sometido a contabilidad, casi demasiado, debe ser porque hasta la vida más ordinaria está en la obligación de sorprendernos a diario.

Ricky Gervais suele decir, como lanza y escudo, que todo lo que pasa en el mundo está cubierto por el globo del humor, que todo cabe, que todo vale, que bajo ningún concepto esto quiere decir que tú y yo nos riamos de lo mismo, pero podríamos. De pronto así nos entendemos.

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