Beef (o el manejo de la ira)

La serie Beef, bautizada en español como Bronca, ha sido una de las grandes revelaciones del año. Cuenta con dos protagonistas que están en el mejor momento de sus respectivas carreras, una trama descabellada que se estira hasta lo imposible y una buena cantidad de fanáticos al lado.

Serie Beef

Beef es una de las apuestas más recientes de Netflix, se estrenó en abril y aparece entre lo más promocionado del año. La insistencia es tal, que uno se imagina a los impulsadores de productos en los supermercados, pero en este caso lo que ofrecen es una serie que casi-casi te obligan a probar cuando no a comprar. La buena noticia, al menos para quienes seguimos en esto, es que Beef merece harto más que el beneficio de la duda: merece tantear el primer capítulo, en el que se establecen el ritmo y la trama, y dejarse convencer.

Quienes la defienden, que no son pocos, la explican con un par de frases para el bronce: dos personas, cada una en su carro (el uno es un SUV de la Mercedes-Benz, el otro, una camioneta de clase trabajadora) tienen un altercado en el parqueadero de un almacén, se lo toman personal y llevan el conflicto hasta las últimas consecuencias. Esto, tan simple como debe ser la premisa de un cuento, se extiende por diez capítulos y es cierto que progresa en cada uno de ellos, llevando al espectador no de la mano sino arrastrado.

Como suele pasar en las series que trascienden y superan su punto de partida, Beef aprovecha la longitud de los episodios para adentrarse en la vida privada de sus personajes, de esta forma nos permite acercarnos, conocerlos, no sé si quererlos y preocuparnos por ellos porque, la verdad, creo que ninguno de los dos se presta para ser el mejor amigo de nadie, pero digamos que una vez conocidos pues, nada, cuesta soltarlos. Y digamos también, en la época dorada de las enfermedades mentales y los diagnósticos, que ambos demuestran un nivel importante de demencia.

El giro, no en la historia sino en la propuesta, es que los personajes principales están a cargo de dos actores que vienen de la comedia. Tenemos a Ali Wong, un imperio en sí misma y cuyos muy cotizados especiales de humor se encuentran también en Netflix. Y tenemos a Steven Yeun, igual de ascendencia coreana, que ha pasado por varias comedias ligeras en televisión. Quiero decir que no deja de ser un espectáculo verlos en otro registro, poniéndole el cuerpo a dos psicópatas que en cada tramo se van despegando más y más de la realidad.

Aquí viene, o bien podría venir, el tema de la diversidad racial en lo que se considera la industria del espectáculo. Escucho a gente quejarse porque, usando el eufemismo amable, en cada show “hay que poner gente de todas partes”. En algo tienen razón, no debería ser una imposición creativa y muchas veces la decisión suena más comercial que progresista. Pero hace rato que vivimos en un mundo tutti frutti y ya venía siendo hora de que el cine y la televisión lo aceptaran abiertamente. Beef cuenta, a su manera, con esa mezcla tan apetecida de violencia y sinrazón, una de las muchas versiones posibles de la experiencia coreana en Norteamérica. (¿Hace falta decir Corea del Sur?, creo que no).

Afiche de la serie Beef

Y algo más sobre la diversidad, dedicado tanto a los guardianes de la tradición como a los innovadores del pensamiento y la moral. No se trata de reunirse con gente que está de acuerdo con nosotros en todo ni de afiliarse a las causas según vayan apareciendo y conquistándonos con su discurso y su estética; muy al contrario, habría que empezar por entenderse con los que piensan y son distintos porque, oh sorpresa, al final todos somos parte de esa minoría que lo escoge todo en privado, entre los rumores de cabezas como terrazas, a veces frías, abandonadas, y otros días llenas de luz y vida y gente que quiere tirarse abajo.

Beef da muestras de lo actual y lo contemporáneo, empezando porque queda claro que todo es posible y que cada día puede ser un millón de veces distinto al anterior (esto sucede en cada capítulo, ya verán y ya sabrán). Se faja de igual a igual con la oscuridad psicológica que con las secuencias de acción, dando a entender que se puede decir lo mismo con una mujer que se masturba con un arma que con un hombre que se confiesa, borracho, con sus amigos. Gran momento, para los creadores, este en el que todo es posible; un poco/muy aterrador, pero apasionante.

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