Por Xavier Gómez Muñoz
Edición 461 – octubre 2020.
Fotografías de Adn Montalvo E.
Hablamos con uno de los músicos más conocidos del Ecuador y descubrimos que no lo conocíamos tanto como pensábamos.
Seguro que se acuerdan de su banda, de sus temas de solista, de su rostro y de su voz, pero ahora tenemos bastante más qué recordar.

Sergio Sacoto nació en Buenos Aires, Argentina, hace 52 años. Él y su familia emigraron al Ecuador cuando Sacoto era niño. Aquí cumplió los veintiuno y formó Cruks en Karnak: dieciocho años de carrera, seis discos editados; un referente del pop-rock nacional que se hizo durante pleno cambio de siglo.
Su vida ha sido buscarse y encontrarse en sitios inesperados como el servicio militar, la soledad de las montañas, un estudio de grabación. Es cantante, compositor y productor. En 2011 lanzó su primer álbum como solista, Nada es lo que parece; al que le siguieron En la oscuridad, Solo y Uno vuelve.
Principios de mayo. Quito continúa en confinamiento, no encontramos mejor forma de comunicarnos que una pantalla dividida, el formato cultural más popular de la cuarentena y el que Sacoto ha utilizado para Música desde caleta, el proyecto que ha reunido a las figuras más conocidas del pop ecuatoriano, y sus hits, en videos difundidos por YouTube y otras plataformas digitales, ya cuentan con miles de visualizaciones y han ayudado a muchos a sobrellevar la cuarentena. Sergio está en el estudio de su casa, en Lumbisí, a pocos minutos de la capital.
—¿Cómo llevas el confinamiento? He visto, por tus videos, que estás bastante activo.
—Para mí no hay mucha diferencia. Normalmente, me despierto, desayuno y bajo a mi estudio, en el sótano de mi casa. Paso ahí prácticamente todo el día. Ahora, la única diferencia es que los fines de semana no salgo a tocar. Además, estaba subiendo una montaña todos los fines de semana, entrenando para llegar al Cotopaxi… Eso, y no ver a mi familia (a sus padres, hermanos…), son las cosas que más extraño. Por lo demás, mi cotidianidad es absolutamente igual.
—No sabía que hacías montaña.
—Sí, sí, sí (se emociona). Hay que hacer varias montañas antes de subir al Cotopaxi. Ya he terminado toda esa secuencia dos veces, pero no he podido ir al Cotopaxi. La primera vez que me tocaba subir coincidió con un show y ahora, que terminé el Iliniza Norte y estaba listo, empezó la cuarentena. Dicen que la tercera es la vencida.
—¿Por qué el montañismo?
—Porque me gusta mucho la serranía, la montaña, el páramo. De pequeño hacía montaña, pero empecé mi vida profesional y eso quedó a un lado. Mi esposa sabía que tenía esa afición, y una vez que tuve un bloqueo creativo me dijo: “Por qué no haces un viaje solo”. Nos pusimos a averiguar lugares y encontramos una hostería en el Parque Nacional Cotopaxi. Fui unos días y me quedé enamoradísimo del lugar. Luego, cada vez que podía, iba con mi mujer. El programa Del Ilaló al Cotopaxi (del andinista Fabián Zurita) fue un regalo que me hizo mi esposa. Y más tarde nos juntamos con un grupo de amigos que no logramos subir al Cotopaxi la primera vez. Cuando empecé lo tomé cautamente, pero me encantó y me hice cada vez más serio. Cuando termine la cuarentena pienso retomar.
—¿Y qué pasó con el bloqueo creativo? ¿La montaña te ayudó a superarlo?
—En realidad mi disco anterior, Solo, nació en un gran porcentaje ahí. Estuve cuatro días en la hostería, y coincidió con que era temporada baja y solo estábamos dos personas. Me despertaba temprano, salía a caminar, disfruté mucho el espacio y la soledad. Compuse un montón, además, escuché mucha música, y volví con el concepto y la estética del disco, que es lo más importante para mí. Sé que cuatro días parecen poco, pero en ese tiempo dedicado por completo a algo, seguro lo logras. Forzarme a esa soledad me reencontró con un montón de cosas que estaban como apagadas. Así me pasó también con la música. Me hice músico en el ejército.
—¿Cuando el servicio militar era obligatorio?
—Sí, era obligatorio en ese entonces, pero yo lo hice en Argentina, en un pueblito que se llama Pablo Podestá, a dos horas de la capital federal. Mi mamá es argentina y mi papá ecuatoriano. Vinimos al Ecuador cuando yo tenía nueve años (en 1977) y luego, cuando tenía dieciocho, tenía un montón de problemas, malas compañías, hacía todo lo malo que se puede hacer, y mis papás, muy sabios, sabían que toda esa inconformidad y locura era algo con lo que tenía que lidiar solo, así que me propusieron ir a Argentina un año, para conocer el país donde nací: pero en la conscripción. Yo estaba en quinto curso, y tener ese espacio en otro país, la soledad y tiempo para pensar, fue muy bueno. Ahí me di cuenta de que la música era mi arma para relacionarme con los demás: mientras trabajaba en lo que me pedían, me ponía a cantar y de repente alguien me oía y me pedía que cante otra canción. Y me servía para evitar el bullying, porque tú sabes lo que pasa cuando llega un man que habla diferente, con acento ecuatoriano, que mide 1,65 entre un montón de tipos más grandes y corpulentos… Me tocaba usar la inteligencia para zafar.
—¿Tocabas algún instrumento o solo cantabas?
—Solo cantaba. Yo soy malo para la guitarra. Realmente, no soy disciplinado para aprender a tocar bien un instrumento. Toco la guitarra y el piano pero muy básicamente. Y puedo seguir algún bit de batería. Pero, por ejemplo, yo en un show solo con guitarra, no…
—Hace un momento dijiste que, antes del servicio militar, tenías malas amistades y hacías todo lo malo que se puede hacer. ¿A qué te referías?
—Qué te digo, había trago, drogas. Tenía amigos que en algún momento hasta se metían a robar casas, qué sé yo, todas las porquerías que se podían hacer. Pero por alguna razón me sentía más atraído por la gente fuera de lo normal. No me llevaba ni bien ni mal con nadie en el colegio, no tengo grandes recuerdos de esa época, pero podía ir del grupo de los populares a los lumpen y al de los drogos, aunque con los que más me juntaba era con los que los demás rechazaban. Esa era una forma de expresarme, creo, que después canalicé cuando encontré la música.
—Tengo la impresión de que siempre has sido un solitario.
—Lo que pasa es que vine muy chico al Ecuador, y de alguna forma perdí a mi familia y a mis amigos. En ese entonces no había más formas de comunicarnos que con cartas y llamadas esporádicas que eran carísimas. Así que cuando te despedías era en serio. Fueron muchos años en los que tenía una especie de resentimiento porque me forzaron a dejar a mi gente. Y como uno se guarda, se cierra… Además, mi papá dijo que era algo temporal y siempre estuvimos esperando volver. A los dieciocho, cuando regresé a Argentina para la conscripción, fui con la idea de que regresaba a mi lugar, pero me di cuenta de que ese ya no era tanto mi sitio, y pensé: en el Ecuador está mi familia, mis amigos, el barrio donde crecí (primero El Dorado, luego La Gasca y Cotocollao), yo soy ecuatoriano. Luego todo fue más fácil. En ese proceso me encontré con la música, mejoró muchísimo la relación con mis papás, hice nuevos amigos. Ahora soy un tipo muy de familia, de mi esposa, de mi hija, de mi papá y mis hermanos. Tengo gente muy querida. Pero igual soy un poco raro, no soy muy social.
—¿Por qué emigraron desde Buenos Aires?
—Mi papá trabajaba en la fábrica de General Motors y en la época de la hiperinflación (de 1975) despidieron a la mitad de los empleados. Él se quedó sin trabajo, tuvo algunos emprendimientos y muchos problemas económicos. Argentina estaba colapsada, había mucha violencia, mucha locura. Mi papá es ecuatoriano, pero vivió en Argentina desde los tres años. Él es el caso opuesto a mí: nació acá, pero es más argentino que otra cosa. Entonces, decidió probar suerte en el lugar donde nació y vinimos, primero a Guayaquil y después a Quito.
—La música de la niñez es la que escuchan los padres. ¿Qué oían en tu casa?
—Al principio, mucho tango, folclore, pero apenas pusimos un pie en el Ecuador, cumbia. Mi papá se integró durísimo con la música de acá. Él tenía una empresa de venta de enciclopedias y viajaba mucho vendiendo libros por el país. A veces me llevaba, y yo me quedaba en su camioneta cuidando las cajas de libros mientras él iba a hacer sus ventas. En esa época no había discos piratas, pero comprábamos un casete pirata nuevo para escucharlo en cada viaje. Además de cumbias, escuché a Camilo Sesto, José José, Rafael, todo ese pop setentero y un montón de música interesante que de alguna forma se me fue quedando pegada.
Su estilo único y su versatilidad para pasar del rock al bolero o a la salsa le han permitido componer y producir éxitos radiales como “Al borde”, “Dejarte ir”, “Dicen”, “Moriste”, “Haciéndose aire” o “Tu casa”, que han sido hitos para distintas generaciones en el Ecuador.
—¿Tuviste algún tipo de formación musical?
—La verdad es que no. Digamos que lo más cercano a formación lo tuve en el aspecto técnico, cuando empecé a trabajar en un estudio que se llamaba Cascarón, donde trabajaba Felipe Jácome (de Tercer Mundo), quien, además, era mi amigo y en ese entonces el novio de mi hermana. Ahí grabamos el primer disco de Cruks en Karnak (un EP de cuatro canciones llamado Tu culpa, donde están las todavía relevantes “Al borde” y “Haciéndose aire”, 1993). Y luego, como Felipe estaba por hacer un viaje, sus jefes le pidieron que deje un reemplazo y empecé a trabajar ahí. Cuando llegué tenía una idea lejana de lo que era la producción, pero estos eran tipos muy pro. Me enseñaron a secuenciar con una computadora, a mezclar, cómo se ecualiza, cómo funciona el proceso de producción de la música. Ahí aprendí esa parte de la profesión.
—¿Y la parte vocal?
—Aprendí escuchando y en el escenario. Fue un proceso de prueba y error. Por eso cuando me preguntan cómo aprender música, sugiero estudiar. Eso acorta el tiempo que toma llegar a conclusiones lógicas. Aunque en mi caso, por mi temperamento y mi forma de ser, fue lo que tenía que pasar. Al principio no sabía usar bien mi voz, no le daba la potencia necesaria, no sabía componer para el registro que tengo y me lesionaba, desafinaba, no tenía la técnica adecuada. Empecé a estudiar el instrumento vocal por mi cuenta desde 2007 (el año en que se separó Cruks en Karnak). Ahora canto mejor y soy más exigente. La verdad es que no se para de crecer cuando se estudia, ¿no?
—Empezaste a componer en el colegio, según entiendo.
—Compuse algo en un grupito que tenía en segundo o tercer curso. Y más adelante, en el ejército, hice mi segunda canción. Cuando volví al Ecuador y pensé en dedicarme a la música, me dije: “Necesito canciones, tengo que ponerme a componer”, y me salió muy natural. Desde ahí nunca paré.
—En una entrevista dijiste que te molestaba que algunas personas pensaran que la música que hacía Cruks en Karnak no era rock. ¿Por qué?
—Los pensamientos van cambiando… Creo que me molestaba porque en esa época para ser bien visto como músico tenías que ser roquero puro. Ahora veo que queríamos hacer rock, pero éramos tan poperos en el corazón, por lo menos yo siempre he sido tan popero, y tratábamos de maquillar lo que hacíamos como rock, pero nunca nos salió realmente. Sí, teníamos guitarras eléctricas, ritmos movidos y todo pero, si me preguntas cuáles fueron los temas con los que la gente más se identificó, siempre fueron los temas fusión, como “Haciendo aire”, “Ándate a Cancún”, o baladas como “Al borde”, que es hiperpop.
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La curiosidad artística de Sergio lo ha llevado a explorar otros ámbitos: ha producido música para películas y series infantiles, sus jingles comerciales han ganado premios dentro y fuera del país, sus canciones también han logrado importantes sitiales internacionales en otras voces y han sido interpretadas por algunos artistas ecuatorianos, como Pamela Cortés, Tercer Mundo, Mirella Cesa, Alexandra Cabanilla, Margarita Laso, Martu, AU-D, Nata Cassette, entre otros. • Desde caleta, su más reciente música, disco recopilatorio de colaboraciones musicales grabadas durante la pandemia, 2020.
—En Las desventuras de Cruks en Karnak hay un tema (“Eso no es rock”) en el que cuentas una anécdota sobre eso.
—Me pasó. De un carro a otro me gritaron: “Loco, eso que vos tocas no es rock”. Y entonces pensé (voz de dolido): ¡cómo te atreves! (Ríe). Pero tenían toda la razón.
—Sin embargo, Cruks en Karnak tuvo varios méritos. Fueron de los primeros grupos ecuatorianos en firmar con Sony Music y en llegar con un video a MTV.
—Creo que estuvimos en el lugar y el momento adecuados. Estábamos buscando quién publique nuestro segundo disco (Cruks en Karnak), y dejamos carpeta en varias partes, entre ellas, en Sony. Así nos aceptaron. Trabajamos dos discos con Sony (el segundo fue La dimensión del cuy), pero nos abrimos en el tercero (Las desventuras de Cruks en Karnak) porque queríamos ganar la plata de la venta de discos. A la larga creo que ese fue un grave error, porque vendimos muchísimo en el Ecuador (con más de veinticinco mil copias vendidas, Las desventuras de Cruks en Karnak se convirtió en disco de platino), pero si hubiésemos seguido con la disquera seguramente habría salido a nivel regional. Con MTV Latinoamérica pasó algo parecido. Nos enteramos de que había un proceso para poner material a consideración del canal, aplicamos y nos aceptaron.
—Luego sacaron dos últimos discos, Gracias y Antrología: el adiós. Si les iba tan bien como grupo, ¿por qué se separaron?
—No estaba funcionando la parte creativa. Como trabajo funcionaba bien y daba su platita mensual, pero realmente a nivel creativo, a mí no me funcionaba. Sentía que debía buscar cosas nuevas, nuevos elementos para hacer música. Además, estábamos cansados, había mucha fricción y todos apuntábamos a lugares diferentes.
—De ahí en adelante has experimentado y fusionado tu música con lo que has podido, bolero, salsa, rocola (con Aladino)… En una entrevista de 2018 leí que no te gusta la música urbana, no obstante, has hecho dúos con AU-D (“Dejarte ir”) y Gerardo Mejía (una adaptación de “Yo soy aquel”, de Rafael).
—Hasta en el género musical que más odies vas a encontrar algo bueno. La música es subjetividad pura, desde ahí nacen el arte y la excelencia. En mi caso hay cosas que no aguanto, como el reguetón y el vallenato, y eso no tiene nada que ver con que sea bueno o malo, sino que a mí no me gusta… Martín (Galarza, AU-D) me parece el mejor de su género en el Ecuador, un tipo que se reinventa y muchas veces me sorprende. Trabajar con él no fue para nada difícil. Obviamente, hay cosas en las que no estábamos de acuerdo, porque tenemos estilos diferentes, pero eso es normal entre artistas.
—Hablemos de tu faceta de productor. ¿Cuáles son los trabajos que más te han dejado?
—Uno de los discos más importantes para mí fue La ruleta (1997), de Sobrepeso, porque fue la primera vez que me confiaron un disco entero. Tuve el chance de estar siete días en Cuenca haciendo la preproducción, volví a Quito a trabajar aspectos pequeños y luego la banda vino a grabar a mi estudio. Fue un momento lindo y con final feliz, porque funcionó bien para ellos y les sirvió para despegar. Por esa misma época (1999) también hice el disco de Ratas, ratones y rateros (la película de Sebastián Cordero, director de los videos “Como camina” y “Haciéndose aire”). Esos fueron los dos primeros discos en los que me puse los pantalones largos de productor. Los primeros trabajos siempre te marcan porque aprendes cosas con las que luego sigues, pero ya más pulidas.
—Y toda esa experiencia como productor la pusiste en práctica en Música desde caleta.
—Un par de veces antes ya había hecho temas con músicos en diferentes lugares, con Carlos Mena (bajista), que está en Estados Unidos, y en el terremoto de 2016 con (el cantante) Vico Rodríguez, que estaba en su casa. En marzo de este año primero hubo una prohibición para hacer espectáculos con más de 250 personas. Entonces, Martín Galarza hizo un chat en el que estaban las figuras más conocidas del pop ecuatoriano, para conversar sobre qué íbamos a hacer si no se podían organizar shows grandes. Empezamos a hablar, pero casi enseguida las autoridades prohibieron todo. Yo estaba subiendo el Iliniza el domingo anterior a la cuarentena, y ahí tuve la idea de que teníamos que aprovechar ese chat para organizarnos y sacar canciones juntos. Entre todos ya hemos sacado alrededor de setenta temas, y este bonito método de trabajo que hemos creado seguramente tendrá incidencia en el pop ecuatoriano, porque nos dimos cuenta de que juntos somos más fuertes y queremos seguirle sacando el jugo.