Ser o no ser…

Ilustración: María José Mesías.

Decía Shakespeare, a través del famoso soliloquio de Hamlet, que esa es la cuestión, el gran dilema existencial en la vida del ser humano: la vida o la muerte. Ahora que estamos a las puertas del retorno a una especie de vida parecida a la que teníamos antes de la covid-19, me pregunto si quizá Shakespeare no estaba desvariando un poco.

Y eso que a Shakespeare la peste (no que la frase de Hamlet y la peste estuvieran vinculadas) le era totalmente familiar. Él vivió dos episodios de la peste muy letales en 1593 y en 1602, en los que murieron decenas de miles de personas y estaba refugiado en la ciudad de Londres, donde con certeza la plaga debió haber sido mucho más atroz que en los espacios rurales.

Especulo con irreverencia sobre el desvarío de Shakespeare porque es posible que exista un estado intermedio entre el ser y el no ser, y un ejemplo de ello podría ser aquello que hemos vivido en estos meses. El trastorno de la vida producto de la pandemia nos ha puesto a vivir una existencia privada de la mitad de nuestras vidas y con miedo constante, me refiero a la vida profesional y sus contactos diarios, a la vida social y sus encuentros diversos.

Esta vida a medias entre el ser y el no ser, este estadio truncado entre la plenitud de la vida y su libertad, del un lado, y la muerte y su designio final, por otro, parecía abominable en los primeros días de la pandemia. Sin embargo, empezaron a correr los meses y las semanas y nosotros, animalitos de hábitos, nos empezamos a acomodar poco a poco en nuestras cuevas. De pronto empezamos a acondicionarlas para el encierro, las hendijas despintadas que permanecían intocadas por años comenzaron a molestarnos y se pintaron, los sillones que nos incomodaban quizá fueron transformados y de repente para nuestra propia sorpresa, pasó el tiempo, se cumplió el año y así vamos contando. Construimos nuestra propia burbuja segura. El famoso trabajo a distancia que parecía imposible se volvió cotidiano y el Zoom crónico nos hartó tanto que de repente se volvió costumbre. Y entonces esta vida a medio gas nos gustó demasiado.

Sí, es cierto. Hay personas que no pueden trabajar de ese modo y de hecho hace meses que han retomado su vida anterior con relativamente pocos cambios, pero existimos otros que padecemos el síndrome de la cabaña por exposición prolongada. Algo así como que, entre el ser y el no ser, nos sedujo esta vida a medio camino entre ambos y en ella nos fuimos acostumbrando. Desde la ropa cómoda por no decir la pijama, no viajar en carro, salir al jardín para las pausas, hasta aquella costumbre loca que parece que se ha instaurado en algunos que ya no practican el baño diario.

Entre el ser y el no ser, caben matices míster Shakespeare. Entre el ser y el no ser y acaso entre el ser, el ser intermedio y el no ser, mi mente racional me dice que el ser es el sano, el adecuado para la salud mental y física porque toda interacción humana es crucial para nuestro bienestar, pero hay un pequeño demonio casero en mi interior que anda panza arriba en esta suerte de letargo existencial.

Sí, ya mismo estaremos de vuelta en el bullicio, las aglomeraciones y el apuro. El dilema no existirá, porque básicamente la presencialidad será indispensable. Sin embargo, si aún podemos en estas pocas semanas, prescindamos de Shakespeare y disfrutemos de este placer culposo mientras se va extinguiendo.

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