“Que las señoras negocien la paz…”

Cuadro de firma de la paz.
Pintura de firma de la paz de Cambrai por Luisa de Saboya y Margarita de Austria.

La Liga de Cognac, que el papa y el rey de Francia habían forjado en 1526 para luchar contra Carlos V, el poderoso rey de España y Alemania en cuyos dominios nunca se ponía el sol, estaba exhausta después de tres años de guerra. Era indispensable un acuerdo. Pero había demasiado encono entre los soberanos. La decisión fue sabia: “que las señoras negocien la paz…”.

La comarca, con un valle verde y plácido a orillas del río Charente, era desde el siglo XII una de las rutas predilectas de los peregrinos cristianos que se dirigían a Galicia para postrarse en Compostela ante la tumba del apóstol Santiago.

Fue tal vez por ese andar incesante de hombres píos (monjes, abades, frailes, clérigos y también legos movidos por la devoción) que los posaderos y taberneros de la región habían elaborado a lo largo de los años unos vinos espléndidos, que después destilaban para convertirlos en un licor cálido, fuerte y aromático, al que los holandeses llamaban ‘vino quemado’, ‘brandewijn’ (palabra de la que derivaría la denominación ‘brandy’). Y ese suntuoso licor local adquirió, para siempre, el nombre de la región: Cognac.

Paz.
Francisco I de Francia. Fotografía: Shutterstock.

Allí, en Cognac, en 1494, nació quien en 1515 fue coronado rey de Francia y que llegaría a ser el monarca emblemático del Renacimiento francés. Sí, Francisco I se dedicó con pasión a impulsar las letras y las artes, porque admiraba a Italia y a sus artistas, en especial a Da Vinci.

Pero anhelaba, además, que su país llegara a ser una potencia económica en capacidad de disputarles poderes e influencias a los Habsburgo, la resplandeciente dinastía austríaca que no sólo controlaba el Sacro Imperio Romano Germánico, sino también el Reino de España con sus territorios inacabables en un continente nuevo, al otro lado del Atlántico, que empezaba a ser llamado América.

Pero el rey de España —que era Carlos I para los españoles y Carlos V para los alemanes— estaba resuelto a que en sus dominios (en los que nunca se ponía el sol) nadie pudiera interferir, nadie, menos aún alguien de la casa de Valois, de la dinastía de los Capeto, con la que la rivalidad de los Habsburgo era proverbial.

Los ejércitos de Carlos V y Francisco I habían librado ya, entre 1521 y 1525, la quinta de las nueve Guerras Italianas, cuyo resultado amenazaba con trastornar el equilibrio de fuerzas en toda Europa. Y es que la victoria de Carlos les había dado a los Habsburgo una supremacía tan aplastante que, comparados con su imperio, los demás poderes europeos parecían insignificantes.

El más preocupado era el papa de Roma, Clemente VII, proveniente de la poderosa familia florentina de los Medici. Convencido de que restaurar el equilibrio de poder en Italia era requisito indispensable para mantener la independencia del papado, el pontífice se unió a Francisco I para forjar una alianza con el alcance suficiente para poder contrarrestar la “omnipotencia imperial” de Carlos V.

Carlos V necesitaba la paz.
Carlos V de Alemania. Fotografía: Shutterstock.

De inmediato, en 1526, se unieron el Ducado de Milán, la República de Venecia y la República de Florencia. En 1527 lo hizo Inglaterra, bajo el mando de su rey, Enrique VIII. Los acuerdos finales de la alianza fueron negociados en Cognac, la ciudad natal del rey francés. Y sin demora la Liga de Cognac —que así fue llamada la alianza— lanzó sus tropas al combate.

La Guerra de la Liga de Cognac fue el episodio de culminación de la rivalidad entre Carlos V y Francisco I. Las batallas fueron prolongadas y sangrientas. Derivaron, incluso, en episodios inesperados, como la peste que desbandó a las tropas francesas que sitiaban Nápoles, el saqueo de Roma y el cautiverio del papa Clemente VII (cautiverio que fue aprovechado por los nobles florentinos para expulsar del poder a los Medici).

Para 1529 la guerra tenía exhaustos a los dos bandos, aparte de que al escenario europeo se habían incorporado una serie de elementos desequilibrantes, como la difusión de la reforma protestante que Martín Lutero había empezado en 1517 y el avance arrollador hacia Viena de los ejércitos otomanos del sultán Solimán ‘el Magnífico’. Tanto Carlos como Francisco necesitaban acordar la paz.

Sin embargo, la rivalidad entre los dos soberanos se había enconado y les impedía reunirse. Pero encontraron una solución salomónica: “que las señoras negocien la paz”. Y, en efecto, en la ciudad francesa de Cambrai, Luisa de Saboya, madre de Francisco I, y Margarita de Austria, tía de Carlos V, acordaron los términos de un tratado que, al cabo de debates ásperos, fue firmado al empezar agosto de 1529. Fue “la Paz de las Damas”, que terminó con la Guerra de la Liga de Cognac. Los dos monarcas retuvieron sus tronos. Francisco pudo reinar hasta su muerte, en 1547, y Carlos hasta la suya, en 1556.

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