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Diners 467 – Abril 2021.
Por Daniela Merino Traversari
Fotografías: Cortesía Galería + Arte y Daniela Merino
En un medio como el de Quito, que se ha vuelto tacaño para los espacios destinados al arte, una mujer joven, sensible, generosa, ilusionada, rompe esquemas y se atreve a abrir y mantener una galería. Aquí su historia.
Una cama en diagonal, apoyada sobre la pared, me da la bienvenida a la galería. Una mesa puesta, con una taza y unos platos llenos de texto en vez de comida, conforman la pieza “Cena familiar”. Alcanzo a leer: “él también nació de mí, sangre de mi sangre, el primogénito”, una frase escrita en letra diminuta. La artista del mes es Cinthia Guerra. Su trabajo es todo blanco, impecable y trata sobre los recuerdos y las relaciones familiares. La luz tenue del atardecer invade las paredes color grafito. Paredes hipercontemporáneas. Una de ellas divide el espacio en dos, alargándose hacia el fondo en una curva suave y ligera, dándole al lugar un toque seductor. Me siento en alguna ciudad cosmopolita, donde el arte es protagonista, donde la gente se para detrás de las ventanas para ver la última creación del artista de moda. Cerca de la plaza Artigas, en la planta baja de un gran edificio, se encuentra la galería + Arte. Es uno de los pocos espacios artísticos que se sostiene contra viento y marea en mitad de una pandemia, y que al mismo tiempo le hace frente a ese desgano generalizado que existe por el arte en nuestro medio. Este año + Arte Galería cumple seis años de existencia y, con o sin pandemia, está aquí para quedarse.
Su dueña nunca soñó con tener un espacio así. Pero lo tiene. Y aunque muchas veces ha querido botar la toalla, no lo ha hecho. Se necesita cierta madera para hacer su trabajo. Se necesita un requisito indispensable: entregarse completamente a un mundo de infinitos afectos que la mayoría de veces es muy ingrato. Una galería puede ser como una pequeña criatura que pide muchísima atención y muchos cuidados. Una especie de animal en el desierto. En sí misma, es la pieza más delicada del mundo del arte. Lo único que puede dar a cambio son pequeños momentos de gloria, instantes efervescentes que se disuelven sin destino seguro, como ese amor de una sola noche que nos dejó enganchados para toda la vida. Entonces, ¿cuál es la fuerza que sostiene a la galería y a su galerista?
Tuve el gusto de charlar con Gabriela Moyano, la dueña de + Arte Galería, durante casi dos horas por Zoom una fría mañana de la cuarentena. Detrás de ella pude ver las paredes vacías, listas para el nuevo montaje. Cada mes se lleva a cabo una exposición y la agenda está llena hasta abril de 2022. A pesar de la covid-19 y sus restricciones, de los múltiples fracasos de empresas y negocios, la galería se ha mantenido a flote, siempre enfrentando desafíos de todo tipo, pero con una dueña que se empeña en mantener vivo su proyecto con soluciones creativas (como la división del espacio original en dos para poder arrendar una parte). Sin duda, esto ya es un triunfo para Gabriela, quien está contenta porque le toma menos tiempo limpiar la galería.
Su tránsito a galerista
Fue mi alumna de historia del arte en la Universidad San Francisco. Siempre estaba atenta y con la sonrisa lista. Sus ojos negros, profundos, no andaban con rodeos. Sus opiniones siempre apuntaban a lo más preciso y a lo más pertinente. Nada era de más ni de menos. Presiento que estas cualidades le han servido mucho en su labor como curadora, pues aquí es importante la claridad y una habilidad para unificar atributos, atar cabos y encontrar sentidos donde no necesariamente existen. Entonces no solo es galerista, es artista y curadora, gestora, promotora y hasta educadora de los artistas, pues los ayuda a volverse más profesionales, con talleres de manejo de redes sociales, elaboración de portafolios y conversatorios de diversos temas. Se siente orgullosa de su trabajo no solo por haber dado a luz a este lugar, sino por seguir creciendo con él y continuar enfrentando los desafíos caprichosos del medio y del mercado artístico.
Toda esta aventura inimaginable comienza para Gabriela al no tener un espacio donde exponer su trabajo de tesis. Se graduó de Artes Contemporáneas en 2014 y decidió alquilar y adecuar un espacio en un local comercial en Tumbaco para mostrar su trabajo final. Era un local un tanto frío e inhóspito al filo de la carretera, pero eso parecía ser lo de menos. “En la universidad el enfoque siempre fue hacia la producción artística, pero me encantó adecuar un espacio”, dice Gabriela, y así, la galerista fue formando su gusto por la adaptación del espacio a las obras (o viceversa). Recuerdo, aún siendo su maestra, que el proyecto final de nuestra clase fue hacer una exhibición en el No Lugar (cuando aún existía en la calle Lugo, en La Floresta). Gabriela iba y venía con los martillos, los clavos, los taladros, las sillas, la pintura, el hilo nailon, y no se hacía problema de nada, es más, se ofrecía con entusiasmo a montar las obras de sus compañeros. Quizá ahí ya se estaba macerando algo en su interior. Estaba naciendo un afecto por un proceso, por un artista en particular, por una obra que no quería salir de su cabeza, porque ya se había enamorado de ella. Sin saber, algo en ella ya sabía lo que haría los próximos años de su vida.
Atávico, Los recuerdos son de nosotras las vaquitas son ajenas, Cinthia Guerra, 2021.
Espacios Particulares, Fly Back to Me, Luis Fernando Carrera, 2017.Espacios Particulares, Manifiesto del Ser Digital, Brenda Vega, 2017.
En 2015 su madre se enfermó y Gabriela decidió cerrar la galería-taller de Tumbaco para poder cuidarla. Al fallecer su madre, perdida y sin saber qué hacer con su futuro, abrió el espacio que tiene ahora en la 12 de Octubre y Abraham Lincoln. Esta vez hay mucho miedo, ya no es un juego. De pronto todo adquirió un aspecto mucho más formal que antes. Se instaló en su cabeza la idea de una galería “muy pulcra”, muy “Nueva York”. No sabe nada y comienza a leer libros, uno de ellos: How to manage an art gallery. No le sirve, eran ideas que no podía aplicar en un país como el nuestro, donde los galeristas tienen que hacer múltiples trabajos para promocionar a sus artistas y, sobre todo, donde el arte no tiene la prominencia que existe en países más desarrollados, aquí, los artistas aún son considerados profesionales de segunda categoría. “El mundo del arte en el Ecuador es muy complejo”, dice Gabriela. El mercado es muy inestable y el arte no se considera una verdadera inversión. El manejar su galería es como un juego de tetris y también donde todo avanza muy despacio. Ir a unas pocas ferias internacionales le ha ayudado a darse cuenta de que va por buen camino, pues lo que ha hecho no estuvo del todo errado como ella creía. Esto la satisface. Además, ahora no le molesta admitir que le es un poco infiel a su pequeña criatura, pues tiene otro trabajo como maestra de yoga por Zoom y una nueva pasión: la psicología.
Para celebrar este sexto aniversario de la galería, Gabriela ha decidido publicar un libro con editorial Severo. Este libro no es una reseña de los años de trabajo, más bien, es una pieza en sí misma que recopila las obras en temáticas particulares que intuitivamente se han ido tejiendo a lo largo del tiempo como puntos de conexión. Es una recopilación de escritos sensibles, producidos desde esas mismas fibras afectivas que constituyen la médula de la galería, no sin dejar de ser un libro conmemorativo y un documento sólido que contribuye a la historia del arte contemporáneo del Ecuador. Con la publicación del libro, la galería gana más espacio en un mundo artístico incierto y vulnerable. El libro le da más forma a unos objetivos y se convierte en una razón más para que Gabriela continúe y siga creyendo en su proyecto.
La tarde se pone gris. Algunas personas esperan afuera de la galería para poder entrar a la última visita guiada de la tarde. Siento la satisfacción de haber visto una exposición en directo y no por Zoom, Instagram o Facebook Live. Parece una tarde normal. Entonces pienso cuánto necesitamos de lugares así, de que se mantengan vivos, latiendo en la mitad de la ciudad.