La segunda vuelta

Segunda vuelta.
Ilustración: Shutterstock

Hay un grupo grande de gente que mira el matrimonio como un destino. Están convencidos de que, al firmar el papel, el compromiso y la vida juntos será para siempre. Esta frase siempre me hará ruido, buscar la eternidad cuando ni nosotros lo somos es casi un ejercicio de soberbia.

Recuerdo el día que me casé por la iglesia, todo iba bien en la ceremonia hasta que el padre Raniero empezó la parte en la que lee un montón de cosas y una un poco nerviosa solo acierta a decir “sí acepto” a todo. Yo había entrado en esa dinámica hasta que escuché “para siempre”, no pude evitar detener el tema con un “¿cómo para siempre, padre?”. Vi sus ojos abrirse como si fueran a desorbitarse, mientras quien se estaba convirtiendo en mi esposo hizo una sonrisa nerviosa y escuché el silencio que se hizo entre la gente que llenaba la iglesia.

El sacerdote con mucha paciencia me dijo “para siempre es un día a la vez” y, aunque no resolvió por completo mi duda, fue lo suficiente para dejar que la ceremonia continuara. Estuve dentro de un “para siempre” durante veinte años y veinte días, pero las cosas no siempre fluyen como uno desea; además, creo firmemente en la libertad de elección y la necesidad de ser feliz no como un concepto romántico, sino como una sensación de paz y bienestar de manera recurrente.

Por tanto, pienso que la vida es un camino de piedras y flores llena de atajos y disyuntivas. Cada caída nos presenta una nueva perspectiva y usualmente nos empuja hacia un giro en el derrotero. El divorcio, en contraste, es una especie de naufragio donde los sobrevivientes quedan con heridas y traumas, nadie sale ileso.

Se transita por muchas sensaciones desde culpa hasta ira, pasando por inseguridad y cuestionamientos. Sentimos lejana o imposible la posibilidad de una nueva relación. Tememos otro fracaso. La única certeza es que no hay certezas y es fundamental aprender que la soledad no es una enemiga, sino una compañera que nos puede ayudar a perdonar, y perdonarnos, muchas veces, nos sirve de espejo para vernos mejor.

Fue justo en este período cuando escuché el concepto de “la segunda vuelta” y habla de una segunda oportunidad para intentar ser feliz en pareja. Intentar una relación, tal vez, sin tener el matrimonio como destino, sino pensando más bien en compartir tiempo, risas y disfrutando la vida con la mirada que brinda el paso y el peso del tiempo. Las heridas nos vuelven más cautos y las pasiones no dirigen nuestro destino como sucedía en nuestros veinte.

Sin embargo, nunca creí en ese concepto, me hacía reír, hasta que un día apareció alguien que me dijo: “Niña, deja de estar pensando en saltos al vacío, mejor caminemos y veamos hasta dónde llegamos”; entonces, como dice Carlos Pellicer: “Yo había puesto encima de mi pecho, un pequeño letrero que decía: ‘Cerrado por demolición’. Y aquí me tiene usted pintando las paredes, abriendo las ventanas, adornando la mesa con la flor amarilla con que paga el otoño sus encantos”. Finalmente, voy un día a la vez, disfrutando cada vez.

Te podría interesar:

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual