Todo se complicó en el mundo en 2014.
Y 2015 podría ser aún peor.
Fue, sin duda, un año borrascoso y trepidante, de aquellos que los historiadores identifican como los hitos que marcan el final, o el principio, de una era. Tal como sucedió en 1914, que con el estallido de la Primera Guerra Mundial llevó al mundo —en términos históricos— al siglo XX, en 2014 hubo también una sucesión tan fragorosa de acontecimientos importantes, en su mayoría perturbadores, que tal vez algún día se diga que fue entonces, y no antes, cuando empezó el siglo XXI. El tiempo lo dirá.
Fue, en efecto, el año en que los grandes conflictos internacionales se acercaron a su punto de quiebre. Eso sucedió, ante todo, con la pugna entre el Oriente y el Occidente por el desafío múltiple y creciente a la hegemonía de los Estados Unidos y la Unión Europea surgida al término de la Guerra Fría. Y eso sucedió, sobre todo, con la proclamación de un califato, el Estado Islámico, que hizo resonar los tambores de la guerra entre el mundo musulmán y la cristiandad, tal como había sucedido casi mil años antes, cuando la Primera Cruzada inauguró dos siglos de disputas sangrientas por la posesión de la Tierra Santa.
Pero hubo más: en 2014 la guerra volvió a Europa al ritmo de los nuevos afanes protagónicos de Rusia, reflejados en su operación encubierta en Ucrania, su anexión de la península de Crimea y su intervención creciente en Moldavia. China, por su parte, demostró su determinación de que su ascenso económico tenga una inmediata equivalencia geopolítica. Al mismo tiempo, en el Oriente Medio la Primavera Árabe terminó de hundirse en la frustración y el fracaso, mientras la destrucción de la Franja de Gaza y el previsible comienzo de una nueva intifada anticipan para 2015 mayores incertidumbres (por lo pronto, el gobierno israelí ya se desintegró) y mucha violencia en la región más tensa del planeta.
Y 2014 fue también el año que pudo haber marcado el final de la era del petróleo caro y estratégicamente útil, en que, además, el terrorismo alcanzó nuevas alturas y sofisticaciones, el ébola amenazó con convertirse en una epidemia global y, para colmo de peligros, las temperaturas en alza por el calentamiento global llegaron a cimas nunca antes conocidas. Todas esas tendencias, con la probable excepción única del ébola, podrían acentuarse en 2015, hasta convertirlo en un año de nubes obscuras y densas, con rayos y centellas constantes. El año, en fin, de la tormenta perfecta.
Los guerreros del Profeta
Al empezar 2015, un territorio montañoso y vasto, de 130.000 kilómetros cuadrados correspondiente al noroeste de Irak y al noreste de Siria, donde viven ocho millones de personas, nada menos, está en poder del Estado Islámico, que el 29 de junio de 2014 proclamó allí un califato de ambiciones globales, con su líder, Abu Bakr al-Bagdadí, como ‘ibrahim, imán y califa’. Hasta 2013, el Estado Islámico circunscribía sus aspiraciones y sus operaciones al Levante, como una célula de la red Al Qaeda dedicada al terrorismo contra enclaves chiitas y cristianos. Sin embargo, la convulsión regional derivada de la interminable guerra civil siria y del colapso del Estado iraquí creó en 2014 el ambiente propicio para que un grupo codicioso y cruel se expandiera y asentara. Y, claro, Al-Bagadí lo aprovechó.
Todo lo que los potenciales adversarios del Estado Islámico no hicieron nunca, quisieron hacerlo de urgencia cuando el califato fue proclamado: Bachar al-Asad movilizó al ejército sirio, las milicias chiitas iraquíes se desplegaron como pudieron, Irán intentó sin éxito que reaccionara el gobierno iraquí, Turquía buscó cómo aprovecharse de la situación y, como siempre, el presidente Barack Obama se enredó en cavilaciones y dudas sobre qué debía hacer. Al final, los únicos que se movilizaron valerosos y con prontitud fueron los combatientes kurdos, los ‘peshmergas’, que al menos impidieron que las huestes del califato se apoderaran del Kurdistán iraquí.
Cuando 2014 se apagaba y el nuevo año despuntaba, una coalición internacional de cuarenta y tantos países, armada a tropezones por los Estados Unidos, bombardeaba con rudeza las posiciones estratégicas del califato, en una campaña aérea que si bien detuvo la expansión del Estado Islámico, no logró que retrocediera ni un solo paso. Ahora, el despliegue de fuerzas terrestres parece inminente, incluso con la anuencia de las dos mayores potencias musulmanas (Arabia Saudita, de los sunnitas, e Irán, de los chiitas), lo que eventualmente derrotará a los ‘guerreros del Profeta’, pero que con certeza exacerbará los rencores del islam sunnita más radical, que es cada vez más popular, incluso en Occidente. El terrorismo tendrá el terreno abonado para florecer. 2015 será un año agitado.
Y es que muchas de las armas que llegaron a Siria para la guerra civil, provistas para el gobierno por Rusia e Irán y para los rebeldes por Arabia Saudita, Qatar y varios países occidentales, fueron a parar en manos de los combatientes de Al-Bagdadí. Así, el califato dispone de, al menos, 30.000 luchadores bien armados, muy disciplinados, entrenados y enardecidos, dispuestos no sólo a decapitar a inocentes (como lo hicieron en las grabaciones de video que ellos mismos difundieron), sino también a morir por el islam y, así, ganar el paraíso. Tienen, además, fondos suficientes —incluso pozos de petróleo y refinerías para mantener en movimiento un ejército poderoso— con los cuales prolongar su guerra durante largo tiempo. Su derrota, si ocurre, no será ni rápida, ni fácil, ni incruenta.
El terrorismo en auge
La proclamación del califato y sus avances militares alentaron a otros grupos armados sunnitas a emprender sus propias campañas, que derivaron en una serie de ataques terroristas de repercusión inmensa. El más significativo fue el que Boko Haram, la célula en Nigeria de Al Qaeda, dio en abril, cuando secuestró en el nororiente del país, cerca de las fronteras con Níger y el Chad, a algo más de doscientas niñas cristianas que, según advirtió su líder, Abubakar Shekau, iban a ser vendidas en mercados africanos de esclavos, convertidas en esposas de sus guerrilleros o, sin más trámite, decapitadas, si se negaban a convertirse a la religión musulmana. Unas pocas pudieron escapar, pero de la mayoría nunca más se supo nada. Otras filiales de Al Qaeda (Al Shabab, en Somalia, Al Nusra, en Siria, Yemaa Islamiya, en Indonesia, Ansar Beit al-Maqdis, en Egipto, Jund al-Khalifa, en Argelia, y el Emirato del Cáucaso, en Chechenia) también atacaron en 2014 y, según parece, se proponen estar muy activas en 2015.
En Libia, donde el fracaso espantoso de la Primavera Árabe —aunque con la excepción de Túnez— es más evidente, ya están muy activas cientos de bandas armadas. Sí, cientos (se cree que podrían ser hasta 1.500), aprovechando que allí no hay un gobierno, sino dos, que se disputan a dentelladas el poder de un país en ruinas, sin instituciones y extraviado en el caos de las disputas religiosas. 2015 será muy tenso en Libia, más incluso que en Egipto, donde sólo la dureza de una dictadura militar rocosa e imponente está deteniendo el estallido de una guerra civil, en la que los Hermanos Musulmanes, hoy proscritos y escondidos, serían los grandes protagonistas.
¿Terminará en 2015 la guerra civil siria, iniciada en marzo de 2011 y que ya ha causado unos 200.000 muertos? Hay, por cierto, motivos para creer que la vieja dictadura de la familia Al-Asad está ya a un paso de la victoria, después de que, en su momento, la oposición democrática y modernizadora fue abandonada a su suerte por la miopía política y las debilidades de carácter de los gobiernos occidentales. Después, la rebelión fue copada por grupos radicales, de vocación terrorista, como Al Nusra e incluso el Estado Islámico, lo que desembocó en una paradoja inaudita: los mismos países que alentaron la rebelión, con los Estados Unidos y Arabia Saudita a la cabeza, terminaron pensando que Al-Asad es el menor de los males y que, al menos por ahora, es preferible que se quede a que se vaya, aunque siga reprimiendo y matando, porque el vacío de poder que dejaría podría derivar en la desestabilización de toda la región.
En Irak, mientras tanto, el colapso del Estado central tras el fracaso del gobierno de Nuri al-Maliki (que primero fue puesto y después sacado por los Estados Unidos) llevó a la virtual disolución del país, que quedó fragmentado en al menos cuatro partes, una de ellas ahora en poder del Califato Islámico y otra controlada por los kurdos del presidente Masud Barzani. En el resto del territorio iraquí, impera una serie de grupos armados, tanto sunitas como chiitas, que en 2014 se embarcaron en una escalada brutal de atentados terroristas, que nada indica que pueda detenerse en 2015. La buena noticia es, sin embargo, que el pueblo kurdo está avanzando hacia la creación de su primer Estado independiente, a pesar de la oposición feroz del presidente turco, Recep Tayyip Erdogán, temeroso de que también los kurdos de Turquía quieran su Estado propio.
¡Ahí vienen los rusos! ¡Y los chinos!
Tan profundos estremecimientos en el Oriente Medio, donde el peligro latente de un conflicto focalizado derivó en el peligro inminente de un conflicto generalizado, confirmaron que tanto los Estados Unidos como la Unión Europea son, en términos geopolíticos y estratégicos, potencias en declive. Potencias, más aún, en declive rápido y desprolijo, tanto que de los anuncios de que la historia había llegado a su final con la victoria definitiva de la democracia liberal, como aseguró Francis Fukuyama en 1989, el mundo pasó en un cuarto de siglo a una situación de confusión e histeria como la actual, en que la democracia está siendo cuestionada y agredida, mientras los autoritarismos y los radicalismos (desde los fanatismos del mundo musulmán hasta los populismos del ‘socialismo del siglo XXI’) contraatacan y regresan cuando ya se los tenía por superados, tras la caída del Muro de Berlín.
Ese declive tan precipitado de americanos y europeos alentó a que rusos y chinos, que estaban dispuestos a esperar con paciencia que les llegara su momento, comprendieron en 2014 que el mundo unipolar nacido en 1989, cuando terminó la Guerra Fría, estaba agonizando sin pena ni gloria. Eso significaba que les había llegado su momento. Y, claro, dieron el paso al frente. Rusia lo hizo en Siria, aprovechando las vacilaciones estadounidenses en el tema de las armas químicas, y China lo hizo en las aguas donde mantiene litigios con Japón y Corea del Sur por la posesión de unos pequeños archipiélagos, en los que, más que ganancias territoriales, busca hacer demostraciones de fuerza.
Con su éxito político en el tema sirio, Rusia se sintió alentada a redoblar su apuesta. Y lo hizo con rudeza en Ucrania, donde respondió al brusco derrocamiento de su aliado, Víktor Yanokóvich, con una intervención militar masiva pero encubierta (tanques sin banderas, soldados sin insignias), con la que se apoderó de la península de Crimea, que se la anexó en marzo de 2014 mediante un referéndum cuestionable y cuestionado. Después repitió la receta en las provincias orientales ucranianas, donde el proceso de anexión sigue su curso, a pesar de que desde las zonas que mantienen ocupadas fue cometida, en julio, una de las atrocidades mayores del año: el derribo, con un misil, de un avión de pasajeros, con 298 personas a bordo.
Fue tan exitoso el presidente Vladímir Putin en su arremetida en Ucrania que, al tenor de los preparativos que hizo en 2014, parece casi seguro que en 2015 tratará de aplicar la misma receta en Moldavia, primero, y en Estonia, Letonia y Lituania, después. Rusia todavía es, al fin y al cabo, una potencia militar global, con arsenales atómicos, y aunque quedó muy vulnerable en lo económico, lo político y lo social al cabo de tres cuartos de siglo de socialismo, todavía tiene aspiraciones imperiales y, sobre todo, la voluntad de realizarlas, algo que ya no tienen —o, al menos, que no demuestran— ni los Estados Unidos ni Europa. Su estrategia es, ahora, ‘leading from behind’, ‘liderar desde atrás’.
Sistemas en retirada
Rusia, en cambio, sigue siendo una potencia en expansión, como lo fue en los tiempos de los zares y de los comisarios políticos. Pero su audaz avance hacia el oeste fue atenuado, a finales de 2014, por dos hechos que confirmaron la fragilidad de su economía: las sanciones occidentales, moderadas pero eficaces, y sobre todo el desplome del precio internacional del petróleo. ¿Se replegará Rusia en 2015 para recomponer su situación interna? Difícil anticiparlo. Y es que, como con tanta agudeza decía Winston Churchill: “los rusos son un misterio, en medio de un enigma, que está envuelto en un secreto…”.
Lo que sí está claro es que la era de los crecimientos económicos vertiginosos financiados por los precios altos de las materias primas llegó en 2014 a su final (o, al menos, a una etapa de receso). Y eso afectará a Rusia, desde luego, pero también a varios países latinoamericanos, lo que, de paso, podría apresurar el declive —ya iniciado— del ‘socialismo del siglo XXI’, un modelo basado en cifras astronómicas, con frecuencia irresponsables, de gasto público para impulsar el consumo y la consiguiente popularidad del caudillo. Lo que está por saberse en 2015 es si la extinción de ese modelo será sosegada y en paz o con convulsiones dramáticas.
Otras interrogantes para 2015 se sitúan en Afganistán, por el avance al parecer indetenible del talibán para retomar el poder, en Corea del Norte, por el belicismo en alza de la dictadura sangrienta y hereditaria de la familia Kim, en los países europeos afectados por separatismos cada día más avinagrados (a pesar de la derrota en las urnas que los soberanistas escoceses sufrieron en 2014), en el mundo musulmán, por la rivalidad cada vez más tensa e intensa entre sunnitas y chiitas, en el interior estadounidense, debido al resurgimiento de tensiones raciales a raíz de dos fallos judiciales polémicos, y, por supuesto, en el África occidental, que en 2014 fue aterrorizado por una epidemia de ébola que ya mató a más de 7.000 personas y que amenaza con salirse de control en 2015.
Pero hay algo más: 2014 fue el año más cálido (por temperaturas de promedio en toda la superficie terrestre) desde que se tienen registros. Sí, nunca en 130 años hizo tanto calor, con sus secuelas trágicas de mayor evaporación del agua y, por consiguiente, de tormentas, huracanes e inundaciones, que al desquiciar los sistemas climáticos derivan también en cada vez más tornados, sequías y erosión. Lo terrible es que, a pesar de la evidencia del cambio del clima, el mundo sigue sin reaccionar por medio de acuerdos amplios, profundos y de vigencia inmediata que reviertan una situación que ya es crítica y que cada año será peor. Los expertos dicen que todavía hay tiempo, aunque los plazos se están acabando. ¿Se hará algo substancial y efectivo en 2015? Más vale que sí: lo que está en juego es nada menos que la supervivencia de la especie humana.