Las granjas de bilis y el tráfico de especies son las mayores amenazas para los osos asiáticos. La organización Free the Bears recibe, en sus tres centros de rehabilitación, a los animales que han sido víctimas de esta industria.

Un recipiente con miel es la señal que usan los rescatistas para indicar a los osos que han llegado a un entorno seguro. Después de vivir durante décadas encerrados en jaulas de cemento, lograr que confíen nuevamente en los humanos es un proceso complejo.
Los osos rescatados de las fábricas de bilis llegan todos los días a los santuarios de Free the Bears, en Camboya, Laos y Vietnam. Al abrir la puerta de sus cajas de transporte, el dulce aroma de la miel, que los osos asiáticos adoran, los invita a dejar atrás el encierro y les presenta una nueva vida lejos de la tortura a la que estaban acostumbrados.
Algunos arriban con heridas en su cuerpo, otros desnutridos y muchos con sus órganos afectados. Al igual que a los elefantes, que es conocido que los buscan por el marfil, a los osos los cazan para extraer una parte de su cuerpo: la bilis.
En Asia extraen esta sustancia de los osos y la usan como medicina tradicional para tratar enfermedades del hígado, cálculos biliares, hemorroides, fiebre, inflamaciones y resfríos. Algunos la ponen también en el champú, pasta de dientes, colirios y hasta en el vino asiático.
Una lucha contra las granjas de bilis
Las granjas de bilis son una de las mayores amenazas para los osos asiáticos negros, conocidos como “de la luna”, y para los osos malayos, llamados “del sol”. Estos últimos son los más pequeños del mundo. Las hembras pesan hasta 60 kg y los machos 80 kg (el tamaño de un perro grande). En los últimos veintiocho años, los tres centros de Free The Bears, en el sureste asiático, han recibido y rehabilitado a más de mil animales de ambas especies.
La imagen de un grupo de osos asiáticos negros, amontonados en jaulas diminutas —sin poder moverse o sin espacio para asentar sus cuatro patas— y conectados a un catéter, horrorizó a Mary Hutton. Su hijo, Simon, fue quien la obligó a ver un programa de televisión en el que mostraban esta realidad. Treinta años después, esta escena continúa en la mente de la activista de 84 años.

El proceso que espantó a Hutton, y que asustaría a cualquiera que lo viera, empieza cuando los criadores capturan a los animales, los meten en estas jaulas y conectan una cánula a su vesícula biliar (con la ayuda de un médico para humanos). No les dan agua ni comida. Cuando los mamíferos no se alimentan, la vesícula biliar se llena y empieza a salir la bilis. Este es uno de los procesos “más amigables”.
En otros casos les colocan las conocidas como “chaquetas de metal”, que son estructuras filosas, para evitar que se muevan. Lo que buscan en la bilis es un componente especial, el ácido ursodesoxicólico. Ya se ha comprobado científicamente que no es necesario torturar a los osos para obtenerlo. Se puede encontrar en forma sintética que se obtiene en laboratorios y, además, hay alternativas vegetales. La organización mundial Animals Asia creó un libro con más de 32 plantas, como canela, artemisa y ruibarbo, que reemplazan a la bilis del oso.
Al siguiente día de ver las escenas de las granjas de bilis, Hutton, que en ese momento era ama de casa y no sabía lo que era el activismo, empezó su lucha. “Estaba enojada. No podía creer que no me había enterado de esta realidad”, dice. Se paró afuera de un centro comercial en el barrio australiano de Perth y, después de contar a todos lo que había visto, recolectó miles de firmas para liberar a los osos asiáticos.
Realizó colectas, ferias, proyecciones de cine y varios eventos para recaudar fondos. Dos años después, en 1995, fundó oficialmente Free the Bears. Sabía que estaba muy lejos de los osos, así que dejó su vida en Australia y se instaló en Camboya para construir el primer santuario.
Ahora ese es el refugio más grande del mundo de osos asiáticos negros o de la luna. En 2003 creó el centro de Laos y en 2007 abrió el de Vietnam. En los tres santuarios también viven los osos del sol. Ambas especies están en riesgo de extinción.



Una práctica prohibida pero recurrente
Hay osos que llegan ya de adultos, mientras que otros nacen en las granjas y no conocen otra realidad, hasta que los rescatan. Después de décadas de aguantar este sufrimiento, su arribo al centro es el inicio de un largo camino. Muchos llegan con peritonitis, deficiencias nutricionales o desarrollan enfermedades biliares, que necesitan varios tratamientos y cuidados.
En junio de 2022 el equipo de Free the Bears rescató al último oso enjaulado de la provincia vietnamita de Binh Phuoc. Rod Mabin, gerente regional de Comunicaciones del santuario, cuenta que esta hembra vivió en una jaula durante dieciséis años.
A pesar de ser un oso de sol, que ya de por sí es una especie pequeña, este medía la mitad de lo que debería a su edad. Su talla se relacionaba con la mala alimentación que tuvo desde que era una cría. Se cree que lo capturaron en Camboya y después lo llevaron de forma ilegal a Vietnam.

Este oso corrió con suerte. Actualmente está en el santuario asiático donde lo cuidan, alimentan, y vive, por primera vez, rodeado de naturaleza y de personas que no buscan hacerle daño. En otras provincias de este país los osos siguen atrapados.
A finales de ese mismo año el equipo visitó a diecinueve animales en siete granjas biliares de Dong Nai. Aunque en 2005 ya se prohibió esta actividad en Vietnam, la ley permite que los criadores se queden con los osos que capturaron antes de ese momento. Es decir, estos llevaban más de diecisiete años en ese lugar, en condiciones deplorables.
Mabin explica que no es obligatorio que los criaderos liberen o entreguen a los animales al santuario. La única opción es “apelar a su humanidad” y convencerlos de que lo hagan. En esa misión se encuentran ahora los veterinarios y rescatistas de Free the Bears.
La situación es similar en Laos, pero en Camboya, donde la lucha contra esta industria ha sido más fuerte, los principales problemas son el mascotismo y la cacería.
El tráfico y sus secuelas
Cuando John escuchaba que su veterinaria entraba a su recinto, se agachaba, acercaba su nariz para olfatearla y movía su cabeza para que lo acariciara. Antes de perder ambos ojos, este oso no acostumbraba a tener contacto físico con sus cuidadores.
La falta de visión lo llevó a desarrollar sus otros sentidos y, sobre todo, a recobrar la confianza en los humanos. John fue rescatado del tráfico de especies, otra amenaza recurrente para los osos de sol y de luna en el sureste asiático.
Este animal vivía en una casa como mascota, hasta que las autoridades del país lo llevaron al santuario Free the Bears, ubicado en Camboya. Allí murió en 2023, a los treinta años, por un fallo renal.
Alejandra Recalde fue quien le diagnosticó esta enfermedad cuando empezó a trabajar en el santuario, en febrero de 2022. Al hablar de sus aventuras con John, sus ojos brillan y su voz se entrecorta.

Esta veterinaria ecuatoriana, que dejó su trabajo en el zoológico de Quito para mudarse a Camboya a rehabilitar osos, admite que nunca había sentido esta conexión con otro de sus pacientes.
Al inicio, todas las mañanas le hacía un chequeo básico, un monitoreo de su función renal y controlaba su alimentación, pero la enfermedad avanzaba. El fallo renal le causó hipertensión y esto le llevó al glaucoma.
La veterinaria tuvo que tomar la decisión más fuerte hasta ese momento: removerle el ojo que le quedaba. A partir de allí, las caricias se sumaron a las rutinas. Pero cuando el vínculo era aún más estrecho, Recalde tuvo que eutanasiar a John para que dejara de sufrir.
“Fue de las pérdidas más fuertes que he tenido”, dice, mirando fijamente a la cámara de su computadora. Esta ecuatoriana, de 35 años, se dedica desde hace casi una década a tratar animales. Al hablar de John, también recuerda con nostalgia a los osos Suro y Pablo, que murieron en el zoológico de Quito.
Una esperanza para los osos
Tras contar la experiencia con John, el rostro de Alejandra Recalde se recompone al relatar procedimientos con final feliz. Ella es la primera latinoamericana en trabajar en el santuario de Camboya.
Durante este año removió un tumor del estómago de Brandy, una hembra que pesaba 131 kilos y es la estrella del santuario. Esta osa asiática es especial porque tiene una mutación genética. Su color es dorado brillante y no negro como el resto de su especie.
Otra de las intervenciones exitosas fue la reconstrucción de la lengua de un malayo, que perdió 50 cm de esta parte de su cuerpo en una pelea con otro de su tipo. Este oso tiene la lengua más grande del planeta.
También hay experiencias positivas en casos de víctimas de tráfico de especies como Koh y su hermano Kong. Ambos fueron rescatados de un karaoke en Camboya y ahora se revuelcan entre la vegetación del centro de rehabilitación. Sandie los acompaña. Esta hembra, en cambio, perdió su brazo al caer en una trampa colocada por cazadores en el bosque.

Durante un año Recalde hizo 88 cirugías y revisó a cientos de animales. En Camboya, a diferencia de Laos y Vietnam, casi todos los osos son adultos mayores. Por eso, losexámenes son más exhaustivos para identificar en qué articulación empiezan los problemas, y controlar sus funciones renal y hepática.
Esta es solo una parte de las tareas. El proceso para rehabilitar a los osos de sol y de luna es un trabajo retador. Empieza muy temprano y termina en la noche. Las visitas diarias, los chequeos y los cuidados intentan alejar a estos animales de la extinción.
La media luna que tienen los asiáticos negros en su pecho y la mancha anaranjada que tienen los malayos en la misma zona son las únicas marcas que permiten a los cuidadores distinguir a un oso de otro. Estas son huellas que ni las fábricas de bilis han logrado borrar y que cada día les recuerda la necesidad de conservar a cada uno de los animales de estas especies.
Los esfuerzos para que se reformen las leyes y cambien los hábitos de las personas en Asia son otra parte de las acciones de Free the Bears. Aunque la vida en cautiverio no es la meta final, mientras las amenazas para los osos asiáticos persistan en la naturaleza, su futuro se desarrollará dentro del santuario. Así la lucha continúa para que, algún día, el olor a miel los conduzca, por primera vez, realmente a una vida en libertad.