Por Milagros Aguirre.
Fotografía: archivo de David Santillán.
Edición 461 – octubre 2020.
El arte no puede ser indiferente. No para David Santillán (Quito, 1968). Él es un cuestionador. Su obra lo es. Él interpela al poder y a sus instituciones. Desacraliza. Incomoda. Inquieta. Lo hace a partir de técnicas clásicas, como el óleo sobre lienzo, y también desde soportes como el collage, las instalaciones, los objetos, el reciclaje.
Sus estudios en restauración y museología, su cercanía con temas patrimoniales y su doctorado en Estética y Representación Artística, hacen viable ese constante diálogo y esa tensión que su obra tiene en cuanto a referencias con el pasado. Por eso David Santillán se apropia (apropiacionismo, dice para crear un ismo) de los recursos que tiene a mano para incidir en temas políticos, religiosos o de coyunturas. El pincel es su arma y el color, su bandera.
Su primera exposición, Naturalismo abstracto, ocurrió cuando tenía veintidós años. “Eran imágenes muy expresionistas, muy vinculadas al paisaje. En ese tiempo me gustaba preparar mis materiales, mis óleos. Era muy tenaz”.
Luego hizo intervenciones en espacios públicos, como la Casa de la Peña; en el Museo del Carmen Alto presentó Percepciones místicas, donde unas piezas de la Escuela Quiteña entraban en diálogo con su lectura contemporánea y sus reinterpretaciones de obras como el Cristo resucitado de Caspicara.
En el año 2000 expuso La memoria de las cosas en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). La muestra integró obra de cinco de sus series: Tools, Piercing, Cotidianos, Polisemia y Border Line.
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