Para Marcelo Chiriboga
Por María Fernanda Ampuero
Leo en el blog del escritor José Ovejero, Premio Alfaguara 2013, que él de literatura ecuatoriana no sabía casi nada hasta que estuvo en el país el pasado junio. El post, que se titula La generación decapitada, arranca con algo que el escritor quiteño Javier Vásconez le dijo a Ovejero refiriéndose a nuestra literatura: “Quito es un cráter. Ecuador un agujero”. Casi un epitafio lo de Vásconez. Viene a decir que de este hueco no sale nadie, nada. Que más que un país, somos una falla.
El español, Ovejero, añade: “Al contrario que sus vecinos colombianos y peruanos, los escritores de acá apenas consiguen que sus libros tengan una mínima difusión en otros países hispanohablantes. A mí también me cuesta responder cuando me preguntan, con frecuencia, a qué escritores ecuatorianos conozco”.
Línea imaginaria, país imaginario, escritores imaginarios.
El español confesó también en su blog que antes de visitar el país no conocía ni a Pablo Palacio. Subsanado ese error —horror— dice de Palacio que es “autor de cuentos tan morbosos —e interesantes— como El antropófago y Un hombre muerto a puntapiés”. Tampoco hizo mención alguna de Leonardo Valencia, nuestro autor contemporáneo más internacional que, además, vive y publica en España.
Aún con la pregunta de por qué no se conoce más la literatura ecuatoriana reconcomiéndome, visité el archivo donde se guardan los libros de Julio Cortázar que ahora pertenecen a una fundación madrileña. La bibliotecaria, una mujer delicada como papel de biblia, me preguntó si quería que buscara entre los tres mil y pico de ejemplares del argentino algún autor ecuatoriano —“Quito es un cráter. Ecuador es un agujero”: No va a haber—.
Probé con Icaza, con Palacio. Nada. La dulce Celia recorría con dedos de pianista los lomos de los libros buscando, buscando. Algo me iluminó: Jorge Carrera Andrade. ¡Carrera Andrade, Jorge! ¡Está! ¡Bendito tú eres entre todos los ecuatorianos! Un ejemplar del 59 de El camino del sol, dedicado a Cortázar con su letra de caballero, me sacó de la depresión en la que me había clavado Ovejero y su descorazonador post —porque pone en letras algo que todos sentimos— en el que solo faltó que mencionara al inefable Marcelo Chiriboga, ya saben, ese personaje que inventó el chileno José Donoso y que, en la ficción, era el ecuatoriano del boom latinoamericano. Tremenda broma. El escritor ecuatoriano importante, internacional, famoso, solo existe en el terreno imaginado de la novela.
Pero salgamos del agujero: justamente por la gracia de Marcelo Chiriboga, bajo su ala irónica, se ha escrito una de las mejores novelas de los últimos años: Las segundas criaturas del quiteño Diego Cornejo Menacho, en la que el autor concede un pasado, un ansia y un cuerpo al personaje de Donoso. La venganza de los burlados, el Chiriboga de Cornejo ríe al último y ríe —maravillosamente— mejor. No es que este libro sea “muy bueno para ser ecuatoriano”, el eslogan con el que nos rebajamos pretendiéndonos ensalzar, es que es muy bueno y punto.
No soy la única que lo piensa. En la Feria del Libro de Madrid de este año, en el stand de la magnífica editorial Funambulista, ahí estaba Las segundas criaturas en su edición española y, tras cruzar un par de palabras con su editor, confirmé que el enamoramiento por esta novela era mutuo.
Pero salgamos del agujero: recomiendo a aquellos que están convencidos de que el Ecuador literario es una especie de monstruo del lago Ness —se sospecha que existe, pero solo se ha visto un par de fotos borrosas de algo— que revisen la flamante edición (2013) de Los Sangurimas de José de la Cuadra que la editorial madrileña Libros de la Ballena ha editado con absoluto amor y con un prólogo elogiosísimo del español Rafael Reig.
No se preocupen, ahora mismo le pongo un mail a Ovejero.