Por Pablo Cuvi.
Fotografías: Juan Reyes y archivo de R. Hidalgo.
Edición 461 – octubre 2020.
Ruth Hidalgo, directora de Participación Ciudadana y decana de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Las Américas (UDLA), pertenece a esa primera generación de mujeres ecuatorianas que se prepararon para ocupar puestos antes destinados solo a hombres, sobre todo en el campo de la política.
Pero el rango de intereses y aficiones de esta académica y activista que escribe en 4pelagatos es amplio: va desde las leyes y los derechos de las minorías hasta la meditación zen, el baile flamenco y el arte de la cocina, pasando por las organizaciones de la sociedad civil, la defensa del medioambiente y el gusto por la cátedra universitaria. Casada con un químico y madre de dos hijos, tiene una indeclinable inclinación a ver el vaso medio lleno y transmite ese entusiasmo tan necesario para superar estos días pandémicos que nos obligan a charlar por teléfono.

—¿De dónde le salió a usted el gusto por la política?
—Toda la vida estuve acostumbrada a escuchar en mi casa temas de política; mi mamá era una persona muy vinculada con un partido político y ocupó altos cargos públicos.
—¿Con qué partido?
—(Ríe). El Social Cristiano. Ella me inculcó mucho la lectura. Mientras otros niños leían cuentos, yo leía libros de más contenido y le fui cogiendo el gusto.
—¿Qué libros, por ejemplo?
—Leí los Diálogos de Platón cuando tenía nueve años, los volví a leer a los doce, luego cuando ya era grande.
—¿En qué colegio estudió?
—Estuve en La Inmaculada primero y después en La Dolorosa.
—O sea, educación religiosa full time.
—De monjitas.
—Para terminar con la ficha: ¿casada?
—Sí, mi marido se llama César Zambrano.
—Es apellido manabita, Zambrano.
—No, de los Zambrano de Riobamba.
—¡Ah! Había unos doctores Zambrano Orejuela de Riobamba.
—Exactamente: él es nieto del doctor Alfonso Zambrano Orejuela y tiene un PhD en Química.
—¿Cómo le fue en la Católica cuando estudiaba Leyes? ¿Qué compañeros tenía?
—Estuve en la Universidad Católica cuando la Democracia Popular (DP) era bastante importante como partido político y tuve profesores como Ernesto Albán y Alberto Wray; le escuché a Osvaldo Hurtado varias veces, a Alexandra Vela, a Ramiro Rivera. Me relacioné bastante con ellos; la DP en esos años tenía una escuela de formación de liderazgo bien interesante y asistí a varios seminarios, pero nunca me afilié.
—¿En qué Gobierno era eso?
—De Febres Cordero.
—O sea Democracia Cristiana, Osvaldo Hurtado perseguido por Febres Cordero. ¿Cómo hacía en la casa con su mamá socialcristiana?
—Porque así era la vida. Mi mamá trabajaba en el palacio, tenía rango de ministra, era la que manejaba el relacionamiento laboral con las centrales sindicales, era el enlace. Pero déjeme contarle quiénes eran mis compañeros de aula…
—A ver.
—Gustavo Jalkh…
—¡Mire usted!
—Andrés Páez. También Ramiro Ávila, que ahora es juez constitucional. Y, del otro lado del pensamiento, Tania Arias, que fue una de estas triunviras de la función judicial cuando el Gobierno de Correa metió la mano a la justicia, a la recuperación de la justicia.
—O sea que la política zumbaba ahí.
—Zumbaba siempre alrededor mío.
—Usted hizo sus primeras armas en el Gobierno de Sixto Durán…
—Recién graduada fui a trabajar como parte de los abogados de la asesoría jurídica, al mando de Arturo Donoso. Fue una época que me marcó no solo políticamente, sino profesionalmente. Porque, más allá de los aciertos y desaciertos que pudo haber tenido el presidente Sixto Durán, me gustaba mucho la visión democrática que tenía; él era un demócrata convencido que, cuando la gente iba a protestar en la plaza de la Independencia, nunca mandó a reprimir a nadie, sino que más bien abría las ventanas y decía: “Espérate, quiero escuchar lo que me están reclamando para entender mejor”. Me formé con esa visión democrática de escuchar, de ser autocrítico.
—Pero tenía al vicepresidente Dahik, que es un fundamentalista del neoliberalismo; y contra el aborto escribió un terrible artículo exigiendo a la vicepresidenta que renuncie si Moreno no veta el Código de Salud. ¿Cómo era la relación en el Gobierno?
—Una relación con mucho respeto. Alberto Dahik nunca ha escondido su tendencia bastante fuerte en cuanto a los temas muy dogmáticos. De lo que pude ver, la relación entre ellos era exclusivamente técnica, de amistad por sobre las creencias religiosas extremas. Además, era un tiempo, Pablo, usted recordará, que los temas del aborto, del derecho de las mujeres, de la participación, no estaban en la agenda de discusión como ahora.


Con Sylvia Rozines en el Museo del Holocausto, Washington, 2019.
ELECCIONES MUY CONTROVERTIDAS
—¿Cómo así llegó a trabajar en la Universidad SEK?
—Porque estaba buscando dar clases y allí tuve la oportunidad de darlas y, al mismo tiempo, coger tutorías. Daba derecho civil I, veíamos la Ley contra la Violencia a la Mujer y la Familia, creo que se llamaba en ese tiempo, acababa de ser aprobada. También di derecho romano e introducción al derecho.
—Hablando de derecho romano, veo que hizo un curso en Roma.
—Hice un curso en Italia sobre derecho de desarrollo, bien interesante; el curso era en francés, que es un idioma que me encanta. Ese curso fue el culpable de que me dedicara a trabajar con organizaciones de la sociedad civil.
—¿Y dónde aprendió el francés?
—Estudié doce años en la Alianza Francesa, saqué todos los títulos y estudié después en París este diplomado en Derecho Administrativo y Control Parlamentario. Mientras estaba en la SEK fui una de las fundadores del Centro Ecuatoriano de Derecho Ambiental (CEDA), que tuvo veinticinco años de vida bastante prolífica en la elaboración de leyes y políticas públicas ambientales, y leyes relacionadas con el acceso a la información y con participación ciudadana y democracia. Ahí escribí algunas publicaciones antes de irme a Estados Unidos.
—¿A qué se fue?
—Mi marido fue de profesor visitante a la Universidad de Kentucky, donde tienen un programa en Química bien interesante. En la misma universidad hice un semestre de Latinamerican Studies. Cuando regresé fui directora ejecutiva de CEDA y ya estaba de candidato Rafael Correa; había este fervor de Montecristi y había que refundar la República y armar la Constituyente. Entonces me involucré en los talleres que hacíamos con muchas otras organizaciones de la sociedad civil para fomentar los temas de participación ciudadana, de derecho del agua y discutir los derechos de la naturaleza.
—¿O sea que usted también le creyó el cuento a Rafael Correa?
—En un principio sí. Me pareció una propuesta nueva, interesante. Pero, con el tiempo, conforme se fueron decantando, honestamente no me gustó la personalidad de Rafael Correa y no me sentí muy representada por esa forma demasiado combativa, beligerante; no era la manera de llegar a acuerdos básicos para gobernar. Entonces se abrió una plaza en Participación Ciudadana cuando renunció José Valencia, que era el director ejecutivo. Participación Ciudadana era una organización que despuntaba como un referente democrático, me gustaban los postulados, la presencia en los espacios académicos, en la formación de opinión, en el fortalecimiento de la democracia.
—Participación Ciudadana había sonado mucho por el éxito del conteo rápido. ¿Sigue funcionando?
—Claro, desde 2008 hemos hecho nueve ejercicios, el último, en 2017, fue bastante polémico, usted recordará, porque salimos a decir ante la opinión pública que teníamos un empate técnico y fuimos perseguidos por el Gobierno de Correa hasta el último, inclusive fui amenazada de juicio penal y etcétera. Pero lo hemos logrado con éxito, más allá del empate técnico, son resultados con un margen de error muy, muy bajo.
—¿Qué pasó para que Lenín Moreno haya sacado esa ventaja al final?
—Fue una elección bastante peleada, la ciudadanía estaba partida a la mitad y Lenín Moreno termina ganando con un margen ajustado. Las elecciones de 2017 fueron bastante controvertidas, tensas y, sobre todo, muy agresivas desde el punto de vista del oficialismo porque todavía Rafael Correa estaba en el poder.
—¿En las elecciones que vienen, en febrero harán conteo rápido?
—Desafortunadamente no, porque nos jugó en contra la pandemia. Para organizar el conteo rápido, Pablo, ponemos en el campo 10 500 voluntarios y hay todo un proceso de capacitación a nivel nacional, y, claro, la pandemia no nos permitió. Lo que vamos a hacer es una observación cualitativa de este proceso sui géneris que va a requerir del CNE (Consejo Nacional Electoral) una preparación y un esfuerzo diferentes para garantizarnos, más que nada, el acceso a los recintos electorales con seguridad sanitaria.
—¿Y con la alianza CREO-PSC cambiará la correlación en el Consejo Nacional Electoral?
—No sabemos, pero en el acuerdo se habla acerca de que los dos partidos se comprometen y que sus representantes harán todo lo posible para que este proceso electoral se desarrolle de la mejor forma, con lo cual debería entenderse que al menos bajarán las armas aquellos que estaban dedicados a torpedear al interno. Lo ideal debería ser eso por el bien de las elecciones y la tranquilidad de los ciudadanos.
—A lo largo del correísmo, ¿cómo se llevaba con su excompañero Gustavo Jalkh?
—En la universidad con Gustavo tuvimos una excelente relación, bastante cercana. Luego le perdí un poco la pista, sobre todo en el tiempo que estaba con Correa, porque este era un contendor nuestro permanente porque le monitoreábamos el uso de recursos públicos y siempre estuve criticando en medios de comunicación y en artículos que no se debían usar fondos públicos ni los canales y los medios públicos para hacer proselitismo.
—Hubo muchas personas que estaban formadas para ser muy democráticas, muy legalistas, muy progresistas… ¿Qué le pasó a esta generación de intelectuales jóvenes que perdieron todos los parámetros en el correísmo?
—Habría que ver dónde estuvo el detalle, cual fue el trigger o el desencadenante para que ellos tomen esas decisiones. Cicerón decía que una las peores cosas que le pueden pasar a la democracia es la corrupción de los buenos. Ahorita que me pregunta me viene a la mente eso, porque era gente buena, muchas personas que formaron parte del correísmo fueron gente que se reconoció en la lucha social y muy, muy adepta a los derechos humanos, y después se torció en el camino; eso fue el daño más grande a la democracia.


VIOLENCIA, PANDEMIA, CREATIVIDAD
—Una tarea fundamental de Participación Ciudadana es formar ciudadanía, fortalecer la democracia. Pero el balance luego de diez años de correísmo y tres y pico de morenismo arroja lo contrario. ¿Qué fallo?
—Si bien es cierto que fue una época muy dura porque tuvimos un Gobierno en contra, continuamos nuestro trabajo: nuestro legado es de más de un millón de personas que hemos formado en los diecisiete años de Participación Ciudadana. Teníamos sobre todo un programa bien interesante de formación de líderes juveniles a nivel nacional; fue una red poderosísima de jóvenes empoderados en derecho constitucional, en derechos de participación ciudadana, en veedurías. Además, tenemos una red bien poderosa de mujeres con las que trabajamos desde hace unos años, buscando que se empoderen y luchen por tener espacios en tomas de decisiones de los partidos políticos.
—Acaba de salir el Código de Salud. Por una vez, esa desastrosa Asamblea produce algo y no he oído que salgan a defenderles de este ataque feroz de la Iglesia católica, los evangélicos, los partidos, los dirigentes, diciendo que el código fomenta el aborto. ¿Dónde están las mujeres para que defiendan ese mínimo espacio que se ha creado?
—Bueno, dentro de los grupos de mujeres en los cuales me muevo sí he visto pronunciamientos contundentes, pero sobre todo técnicos en este tema. El Estado ecuatoriano es laico, que significa Iglesia separada de las leyes. La visión del Estado laico es una forma de establecer políticas públicas con un punto de vista técnico. Los temas que toca el código son absolutamente de salud pública. Estamos en el siglo XXI, es momento de entender de qué se tratan estos temas que deben ser necesariamente tomados como políticas públicas desde una visión de Estado laico.
—Esa visión también es la mía, pero la realidad es otra: aquí nunca funcionó bien el Estado laico porque 80 % de la población se declara católica y en el fondo son curuchupas.
—Las encuestas de nuestro barómetro en las Américas reafirma lo que usted dice. Sin embargo, hay un cambio interesante a ese sentido. Aunque persiste esta versión bastante conservadora de principios morales y éticos que creen que deberían estar puestos en las políticas públicas, también tenemos un porcentaje importante de las nuevas generaciones que se declaran totalmente abiertas a nuevos conceptos y nuevas formas. Los millennials, centennials, zetas, no sé cómo se llaman ahora, conforme vayan pasando los años, son los que van a reformar estos temas y van a implantarse las nuevas ideas, más modernas y sobre todo más humanas.
—Leí que la pandemia va a significar un retroceso de dos décadas de desarrollo en América Latina. ¿Cómo afectará esto a su trabajo?
—Soy de las personas que se esfuerza por ver el vaso medio lleno. Lo que ha provocado esta pandemia es que nos esforcemos por crear nuevas formas de llegar a la ciudadanía, a los partidos, a la política y a todos los estamentos de Gobierno, inclusive para generar cambios. ¿Qué significan estas formas innovadoras? No solamente Zoom; hay teleconferencias, hay nuevos productos de video y otras formas comunicacionales a través de las cuales seguimos trabajando. Lo curioso es que, a pesar de la pandemia, este tiempo ha sido tal vez el proceso más prolífico de Participación Ciudadana, quizá porque en nuestro equipo técnico tenemos muchísimos jóvenes y nuestra red de jóvenes es una motivación permanente por sus ideas, muchas veces locas, que nos ponen a trabajar a mil. El sábado tuvimos, nunca me hubiera imaginado, lo que ellos denominan la pijamada virtual; fue un espacio en el cual nos divertimos todos, aprendimos, dialogamos, compartimos y descubrimos al final que en este tiempo de pandemia el ser humano puede ser lo suficientemente creativo para seguir en contacto y, por supuesto, defendiendo y generando valores.
—Sin embargo, la violencia doméstica y el abuso a las mujeres y a los niños ha aumentado con la cuarentena. ¿Qué fue lo que agravó el problema?
—Qué bueno que toca este tema en el que estoy totalmente metida y comprometida. La violencia doméstica y la violencia intrafamiliar, desde mi punto de vista, hablan no solamente de falta de trabajo, sino de problemas estructurales que tienen que ver con estereotipos, con roles, con la educación, y tienen que ver también con economía y con la forma en que la sociedad ecuatoriana crece y forma a sus hijos y a sus hijas. Por eso es tan difícil atacar y aliviar la violencia doméstica. Hay gente que piensa que a la violencia doméstica solamente la sanas si es que pones mayores penas; entonces, al que le pega a la mujer o comete feminicidio tienes que ponerle tantos años de cárcel; eso ayuda sin duda, pero es siempre un problema estructural.
Mientras los Gobiernos no la asuman como una política de Estado y generen un sistema de protección, prevención y sobre todo de aplicación de justicia y reparación para las víctimas de este flagelo no vamos a caminar hacia ningún lado. La violencia doméstica está proporcionalmente relacionada con el mayor o menor grado de ejercicio de la democracia y los derechos. Cuando usted tiene mujeres empoderadas, cuando educa a sus niñas y niños en igualdad de condiciones, cuando se decide a romper estereotipos, usted va a tener mujeres que escojan mejor sus profesiones, que quieran ser independientes económicamente y empiecen a verse a sí mismas como un elemento que camina junto a su compañero, su hermano, su amigo, su colega, y va a mejorar la democracia.


ME ENCANTA EL FLAMENCO
—La pandemia mandó a segundo plano a Greta Thunberg y el calentamiento global, que es una catástrofe mucho más grande y definitiva que la pandemia. ¿Cómo enfrentar eso?
—El calentamiento global un reto para todos y lo malo es que no están suficientemente socializadas sus consecuencias. Desafortunadamente estamos normalizando como parte de la naturaleza cambios que nosotros creemos naturales y que no lo son: eso de las temperaturas más cálidas, de las tormentas intensas, las olas de calor, los derretimientos de los glaciares, los cambios de los ecosistemas, inclusive la desaparición de las especies animales, es una realidad que la estamos viviendo día a día, pero no existe decisión política eficiente y efectiva para luchar contra él.
Si es que en todo veo vasos medio llenos, aquí siento bastante pesimismo porque el ser humano no está dispuesto a cambiar su estilo de vida en pro del mejoramiento de la naturaleza, desconociendo que, si es que hoy los cambiamos y ayudamos al ambiente a regenerarse, vamos a tener un planeta mejor para nuestros hijos. Pero no lo asumimos así por egoísmo, la constante del ser humano es vivir el momento y usar la naturaleza.
—Volviendo a la parte académica, ¿usted es ahora decana de…?
—Decana de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UDLA.
—¿Qué buscan los alumnos de Ciencias Políticas?
—En general, un estudiante de Ciencias Políticas quiere, desde el pensamiento soñador de un joven, cambiar el país y contribuir a que las políticas públicas del Ecuador mejoren, que sean más técnicas y más asociadas a lo que necesita el país.
También tengo muchos alumnos que quieren dedicarse a la política partidista, quieren formarse adecuadamente para ser buenos políticos, lo que está muy bien. Hay otros, un grupo más chico, que quieren dedicarse a asesorar a los políticos para lograr un buen ejercicio de la política; otros quieren ser asesores parlamentarios; otros quieren ser parlamentarios.
A mí, en lo personal, me encanta la carrera que estoy dirigiendo, me encanta la UDLA, una universidad muy abierta a dar posibilidades a los estudiantes y a quienes somos académicos para ejercer nuestro pensamiento libre, con mucha visión de equidad, de inclusión; es una universidad que ha declarado cero tolerancia al acoso y a la violencia.
—¿Y a Relaciones Internacionales van a formarse los que quieren ser diplomáticos?
—No solo los que quieren ser diplomáticos sino también aquellos que quieren estar vinculados con organismos internacionales, que son bastantes. La UDLA abre la posibilidad para que se relacionen desde temprano con organismos como la ONU, y ahora estamos trabajando directamente en modelos con la OEA.
Para mí, comprenderá, haciendo lo que yo hago, con mi experiencia de Participación Ciudadana y mi experiencia en los otros espacios académicos, es un caramelo estar allí porque me da la oportunidad de poner mi sello personal en lo que considero importante en la formación, sobre todo en valores.
—Cuando no está queriendo arreglar la democracia, ¿con qué se divierte, cuáles son sus hobbies?
—Primero, soy una lectora contumaz, nunca dejo de leer. Leo de todo, siempre trato de tener dos libros al lado de mi cama, uno para aprender y otro para soñar. También adoro la cocina, me desestresa un montón. Ahora, en la pandemia, con mi esposo y mi hijo menor, que vive conmigo, nos ha tocado colaborar: yo cocino, aunque a veces me turno con mi marido, dependiendo de las otras obligaciones.
A veces una por estar dedicada a la vida anterior, cuando estaba muy ocupada, dejaba atrofiar esto de regar las plantas, de limpiar el cuarto, esto de acercarnos todos a la mesa; no almorzábamos juntos nunca, ahora almorzamos y cenamos juntos. Eso me ha devuelto el apego a lo esencial. Lo esencial no necesariamente pasa por un tema de desarrollo personal y éxito profesional, sino por amar las cosas cotidianas
Y hay algo muy importante: soy una meditadora también contumaz, medito muchísimo. Me formé en la meditación zen con Vera Kohn durante seis años; en su casa, todos los lunes y los sábados entrené mi espíritu; eso me ha ayudado muchísimo a lo largo de mi vida. La Vera Kohn decía que la meditación no es un momento, es una forma de vida, porque es estar presente y vivir despierto.
—No ha dicho nada de los deportes…
—Con la pandemia es difícil, me encanta nadar pero ahora no he nadado. Bailaba flamenco, por años de años, hasta hace poco; el baile es como un desate. Ahora estoy caminando bastante, aquí dentro de la casa en la máquina y saliendo un poco por el barrio.
—Yo tengo una bicicleta estática viejísima: esa es la mejor metáfora de lo que está pasando: uno pedalea y pedalea para no llegar a ningún sitio.
—Pero está haciendo ejercicio, esa es la parte positiva.