
En mi barrio aman las amoladoras, las máquinas cortadoras de césped y las sierras eléctricas. Sábados, a partir de las 7:30, o entre semana, no importa. El romance se consuma entre chirridos, zumbidos mecánicos y olor a hierro quemado.
Aquí gustan los mañaneros, más el ruido metálico que viene del corazón. ¡Qué manera tan extraña de hacer el amor! En vez de la doble hélice de los cuerpos calientes, un corte angular sobre el cemento frío. Puertas negras eléctricas flamantes. La supirrosa podada hasta el palo. Un sonido de avispero potenciado. Una pausa, y va de nuevo, con mayor intensidad porque el jardinero ha llegado al borde del parterre. Ahí, ahí, así, ah, ah. No es mi asunto, solo que escucho.
En el lugar en que vivo no hay suficiente construcción. Se construye sobre lo construido. El edificio de la esquina jamás estará terminado, es una obra-en-construcción permanente. Adentro, en el lobby, habrá imitaciones empobrecidas a manera de decoración. La persona que esperará al lado mío, en ese lobby, escuchará un video a todo volumen, cada dos segundos le llegarán mensajes al celular en burbujas sonoras que ella ignorará, pero yo no.
No es una queja en tiempo futuro, ¿quién soy yo para decir cómo la gente debe usar sus aparatos? Nadie, lo reconozco. Acepto cada sonido que se produce a mi alrededor y los incorporo a mi tren de pensamiento. Reconozco el malestar que me provocan, pero puedo soportarlo. Me caerá mal la señora pero, repito, ¿quién soy yo para juzgarla? Mis prejuicios serán ahogados.
Andamios sobre las veredas. Un grupo de hombres baja el cartel publicitario del mes pasado. Lo reemplazan a golpes de martillo y espátulas de metal por uno que muestra el nuevo barrio, la construcción perfecta, verde, en armonía con la naturaleza alrededor. Es sexi, una urbanización sexi del valle. Taladros erotizan al hormigón y retroexcavadoras erotizan la cangagua. Ah, ah. O es la propaganda de los discos para las amoladoras, brillantes, afilados, rápidos, con motores ligeros. Pruébalos gratis. Vienen en diferentes tamaños. Endéudate. Ahora o nunca.
Mi ciudad huele a que alguien quiere que me de cáncer al pulmón en quince años. Pero no es queja. No soy nadie. ¿Qué importa lo que pueda pasar en quince años? ¿Cuántas alcaldías son eso? Cada uno es libre de construir el edificio que quiera, de podar la poca vegetación que queda, de hacer sonar el pedo que sus motocicletas llevan adentro. ¿Qué habrán comido esas motos? ¿La misma espumaflex de comida que reparten? Pero yo no soy nadie para decir cómo debe ser la dieta de los demás, no soy ejemplo de nada, ¿quiénes son ellos para juzgarme a mí porque me encanta el maní o bebo demasiado?
El otro día se me acercó un hombre en una moto, haciendo un escándalo, necesitaba saber cómo llegar al hospital Baca Ortiz, y yo, que no podía respirar por los gases que este hombre me tiró encima, sin quejarme, le repetí tres veces las direcciones, con precisión clínica, le deseé suerte antes de que se marchara en su petardo. Así que es mi propia culpa, soy cómplice del ruido y el esmog, y no me estoy quejando.