Rodrigo Paz: en la vida hay que saber reírse

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Por Pablo Cuvi

Fotos archivo de Rodrigo Paz

A los 82 años recién cumplidos, Rodrigo Paz echa un vistazo a los mejores y peores momentos de su vida. Una vida que se ha concentrado en tres campos muy sacudidos: el fútbol, la política y las actividades empresariales. Bailarín de ritmos tropicales y farrista de peso en su juventud, ministro de Finanzas de Jaime Roldós y alcalde de Quito, fundador de Casa Paz, Proinco y Produbanco, y, sobre todas las cosas, dirigente histórico de LDU, el Negro Paz, como es conocido por amigos y adversarios, ha sabido enfrentar las diversas situaciones con una buena dosis de humor, aunque también fue un crítico mordaz de personajes como Jamil Mahuad y Luis Chiriboga.

Amiguero, consejero y prioste, por su oficina de la Roca y Amazonas han desfilado generaciones de futbolistas, así como de políticos y empresarios. En cierta ocasión, un personaje que juntaba, como él, las tres vocaciones, vino a preguntarle cómo había sido el milagro de la Libertadores: era Sebastián Piñera, dueño del Colo-Colo y futuro presidente de Chile. Ahora me acerco yo a indagar, por ejemplo, sobre las relaciones del fútbol con la vida. A modo de pitazo inicial, recurro a un lugar común: las palabras de un escritor francés que ganó el Premio Nobel.

—Albert Camus, que fue arquero, decía que todo lo que aprendió de los hombres, lo aprendió jugando al fútbol. ¿Qué ha aprendido usted de la vida en el fútbol?

—Mucho. Primero, a luchar, a tener ambiciones no desmedidas y a respetar a los demás. Tal vez con mi respaldo de conocimientos financieros, a tener equipos que estén bien financiados y saber comunicarme con la gente, que eso también me dio mucho la vida del fútbol, además de haber tenido maestros enormes como Enrique Martínez Quirola y Raúl Vaca.

—¿Y cómo aplicó ese conocimiento en la política?

—Entré en la política como un ingenuo, sin mayor conocimiento, y eso que venía de una familia política de lado y lado. Antes, de muy joven, un amigo que sabía que yo era hincha de Liga me había invitado a una sesión del directorio de Liga en la universidad antigua. Lo acompañé, faltaba una persona para completar el directorio, el último vocal suplente de la Comisión de Deportes Varios. Yo estaba ahí sentadito: “El Negrito que sea” y me metí tan a fondo que me sustrajo de otras opciones, entre esas, la política.

—Pero luego entró con Jaime Roldós.

—Entraba y salía de la política, entraba y salía.

—Tenía donde volver.

—Volvía donde me daban bola: mi gran pasión ha sido el fútbol. Y me halaga que mis hijos, hijas, nietos son todos liguistas a morir.

—¿Qué hubiera hecho si le salía un hijo hincha del Aucas?

—(Ríe). Le hubiera desheredado. En broma digo que en mi casa el que no es de Liga no come.

—Un documental sobre la muerte de Jaime Roldós plantea nuevamente la teoría de la conspiración. ¿Qué opina de eso?

—Estuve con él tres días antes de su fallecimiento, Jaime Roldós nos invitó con mi señora a una comida, y ahí le decía que sería bueno que el fin de semana nos dediquemos a visitar a Galo Plaza y Andrés Córdova, que habían sido tan gentiles con él. Aceptó, pero inmediatamente Martha le dijo que ella ya había hecho un compromiso en Celica y que había que ir, y se fueron.

Le digo una cosa: él tuvo una buena relación con los americanos, era muy grato con la señora Carter porque ella vino y cuando los triunviros como que no quisieron dejar el poder el Gobierno americano influyó para que se hiciera el traspaso. Jaime se fue un mes antes a Estados Unidos, estuvo quince días en Houston porque tenía algún problema de salud, le atendieron muy bien, con el embajador, que era González, hubo una buena relación. Cuando alguna vez nos tomábamos un traguito, a él le gustaba cantar canciones de la universidad, de su tiempo, un poco revolucionarias, pero nunca le oí nada contrario a Estados Unidos. Para mí, y por conversaciones, fue una falla del piloto, que estaba cansado y se equivocó.

Era un hombre que arriesgaba, Jaime Roldós; antes fue una vez a Loja y contra la posición del piloto salieron en horas no convenientes. Como teníamos una reunión en mi finca para resolver algunas cuestiones importantes, el piloto vino asustado y me dijo: “Vea, usted puede influir sobre el presidente, que no tome estas decisiones”. Y los dos ministros que lo acompañaron, que eran Saa y Antonio Andrade, vinieron asustados. Eso es lo que yo puedo decir.

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—Cuando fue su ministro de Finanzas, ¿ahí le agarró el gusto a la política?

—No, más bien dejé de ser ministro porque ya no aguantaba la política. A mí me llevó a interpelación Febres Cordero y le gané ampliamente, fui el único ministro al que no pudo mandar a la casa, a pesar de que me desafió a trompones en el Congreso cuando ya me había ido. Jaime Roldós decía: “La política es el arte de ceder lo menos por conseguir lo más”, pero yo no estaba muy feliz.

—Alzate Avendaño, un conservador colombiano, decía que la política es el arte de defenderse de los amigos. (Risas). Usted tenía problemas con los diputados que debían estar de su lado.

—Sí, una vez saqué a dos diputados de mi despacho casi a patadas y a las dos horas me llamó Jaime Roldós; siempre me decía profesor y yo siempre le dije presidente. Dijo: “Sé que ha pasado esto con los dos diputados, eran manabitas, tienes razón, son todo lo que sea, pero te hago ver que esos dos votos son absolutamente necesarios para que podamos tener el control del Congreso, porque de lo contrario el presidente del Congreso va a ser don Asaad Bucaram y ahí se acaba nuestro Gobierno”. Comprendí y se acabó el problema, pero no me apetecía, no era algo que estaba en mi sangre a pesar de la herencia familiar.

—¿Qué sucedió cuando dejó de ser ministro y se fue a despedir del vicepresidente Osvaldo Hurtado?

—Con Osvaldo hicimos una gran relación, él siempre me apoyó, así que fui a despedirme. Se entraba del ascensor a un vestíbulo donde siempre había dos soldados y cada vez que iba el ministro se cuadraban. Llegué ahí y el uno se cuadró, el otro no, y cuando estaba yo un poco lejos oigo que le dice: “Para qué te cuadras si el pendejo ese ya no es ministro”. (Risas).

—Gran lección sobre la fugacidad del poder. Hablando de Osvaldo Hurtado, hubo un famoso partido de tenis donde apostaron que si él perdía se afiliaba a LDU, y si usted perdía se afiliaba a la DP. Y resulta que usted perdió.

—(En tono burlón). Él tiene su versión, no hay que creer mucho a los políticos. Yo había dejado de jugar tenis unos diez años siquiera, jugaba indorfútbol y él ya estaba jugando tenis, pero cuando apostamos pensé, de todas maneras, yo sí le puedo ganar. Fuimos a jugar en el Quito Tenis y el primer set me parece que le gané, pero casi al final sentí un crac, era un desgarre, el segundo set ya casi no podía moverme, ahí me ganó largo y al día siguiente tenía todos los libros de la Democracia Cristiana en mi escritorio. Después a él se le metió en la cabeza que me meta a la campaña por la alcaldía.

—Después de que se afilió.

—Claro. Hicimos una gran campaña, casi puerta a puerta y la gente creyó en mi presencia y le ganamos a Alarcón, no con mucho margen, pero ganamos.

LA DEVALUACIÓN ERA TERRIBLE

—¿Cuál era el problema más grave de Quito con el que usted se topó en la alcaldía?

—Cuando iba a entrar hicimos una encuesta, el problema más grave era el agua potable y concomitante el alcantarillado.

—¿El transporte todavía no era problema grave?

—No, tampoco la delincuencia. Yo tenía un gran asesor chileno, Marco Antonio Roca, que salió del Chile de Pinochet y estuvo conmigo los cuatro años. Heredamos el contrato de Papallacta que se había firmado en el último día de la administración de Herdoíza y Febres Cordero. Nos tocó renegociarlo y administrarlo, y debo decirle que la empresa Techint cumplió al pie de la letra. Dos excelentes fiscalizadores ecuatorianos, el ingeniero César Mosquera siempre recordado porque era el gran defensa de La Bordadora, el Negro Mosquera, y el ingeniero Espinoza Correa, que tenía un carácter fuerte, estuvieron controlando eso y se terminó en el tiempo del contrato, dos años, y con casi cinco millones de dólares menos. (Detalla luego las obras de alcantarillado, las vías que construyeron y la gran pegada que tuvo la campaña con Don Evaristo). Él fue el gran comunicador, yo prácticamente no, hablaba Evaristo quejándose: “Este alcalde que no hace nada, este alcalde que abre los baches, ve cómo les deja todavía…”

—¿Cómo fue su relación con el Gobierno de Rodrigo Borja?

—Muy buena. Conseguí, por ejemplo, que el Gobierno financiara los trolebuses, fue una ayuda muy importante, nos ayudamos muchísimo.

—¿Cuándo empezó la construcción del estadio de Liga?

—Hugo Mantilla y Raúl Baca fueron a decirme que era el momento de hacer un estadio para Liga, yo estuve de acuerdo y ellos pusieron su empeño y encontraron el sitio en Ponciano pero había que hacer mucho relleno. Es otro orgullo que tenemos: gracias a un excepcional técnico y ser humano como el ingeniero Edwin Ripalda, que fue también presidente de Liga, se construyó el estadio en lo que estaba calculado, con el diseño de Mórtola. Me pasé un año consiguiendo el financiamiento de Banco Pichincha, Proinco, Banco de Guayaquil. En términos deportivos fue un paso muy grande.

—Bueno, quedaron campeones en 1998, cuando le ganaron la final a Emelec 7 a 0. Y al año siguiente vino Pellegrini.

—Eso fue recomendación de un gran amigo chileno, el embajador Jorge Burgos, que hoy es el ministro de Interior de Chile y cuyo hijo nació aquí, lo veo cuando viene, es gran amigo del Ecuador. Pellegrini era un gran entrenador, puso disciplina, nos hizo campeones. Al año siguiente el equipo bajó un poco el funcionamiento, había un problema económico y él costaba mucho y yo tuve la debilidad y la torpeza, a pesar de que Esteban luchaba porque se quedara, de dejarlo ir. Ahí fue que bajamos de categoría, pero nos sirvió: es una humillación, el orgullo se va al suelo, pero le dan ganas de volver, como habíamos hecho en el año 74.

—Hablando del problema económico, ¿cómo tomó usted la dolarización?

—Al principio muy mal porque afectó a miles de personas, sobre todo a la clase media del país, como lo admite Mahuad.

—¿La dolarización o el congelamiento?

—Todo. Se le fue de las manos el manejo de la economía y el efecto fue terrible. En una declaración que hizo a Vistazo, él pide disculpas al pueblo ecuatoriano. Después la dolarización tranquilizó y hasta ahora ha venido funcionando. El gran pero es que no podemos movernos para defender nuestros productos, comprar menos, vender más, mientras Colombia, Perú se mueven fácilmente.

—Pero la devaluación era terrible, usted que estaba en eso…

—Sí, era terrible. Cuando estuve de ministro llegó un momento que pensé que había la necesidad de devaluar la moneda, porque yo fui el autor de la espectacular subida del precio de la gasolina que empezó a molestarle a Jaime Roldós bastante, que no quería pero era necesario porque el precio creo que era a 4,50 el galón y yo pedí 14,50, basado en los estudios que hicimos con Perú, Colombia y los barcos que venían y cargaban de gasolina por cantidades. Al final se hizo y a mí me mandaron al diablo por algún tiempo, pero era necesario, así que yo no tenía recelos de tomar esas medidas, se elevó el precio del trigo y de algo más, precios estancados que no había cómo mantener. Fui donde Jaime Roldós y le dije: “Creo que ya es momento de pensar en devaluar la moneda, pero si yo, un seudodueño de una casa de cambio, es el que propone, se puede caer el Gobierno y yo quedo estigmatizado para el resto de la vida. Entonces eso yo no lo haría, pero algún momento va a llegar”. Y llegó después con Osvaldo Hurtado, a la fuerza por el problema de la crisis mexicana que afectó a toda Sudamérica, ¿se acuerda que no pagaron?

—Eso fue por 1983, ¿no? Pero vamos a lo personal: usted, por la cuestión deportiva, también ha tenido fama de ser amiguero, de ser de gallada.

—Sí, los amigos de Liga, los amigos de indorfútbol, los amigos del colegio, nos vemos, es lindo porque uno empieza con los “¿te acuerdas de..?”, y, como dijo García Márquez en uno de sus libros, lo que estoy contando pudo haber sucedido o no, pero así es como yo recuerdo. Cada uno de nosotros es más plantilla que el otro. Es un placer estar con los amigos, los chistes, las bromas. Con dos que se fueron recientemente, inolvidables, jugábamos póquer una vez cada quince días en mi casa: Raúl Vaca, que era un gran jugador, y el Omoto Rodríguez que era espectacular; iban también Julio Álvarez, Hugo Mantilla, y nos ganábamos diez o veinte dólares, nos tomábamos una botellita de whisky y más era lo que molestábamos.

—Ahora, en los campeonatos de póquer, los grandes ganadores son jóvenes medio genios de las matemáticas que no se toman un trago ni de casualidad.

—El problema con el póquer es que si se quiere jugar bien tiene que ser seriamente y con nosotros era pura broma, nos divertíamos mucho. Porque la vida, y ese ha sido mi entorno, es reírse, saber reírse.

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NADIE CREÍA EN EL CCI

—¿Cómo se metió en el mundo empresarial?

—Apenas me gradué del colegio conseguí, porque un tío político, Alfredo Peñaherrera, era ministro del Tesoro, un puesto de ayudante cuarto, ganaba 600 sucres en el Ministerio del Tesoro. Pero mi papá, que había pasado unos dos años de mala situación económica en Guayaquil, se vino a Quito y empezó a exportar cebada y manzanas a Colombia. Entonces recibía los cheques, les cambiaba a dólares y en Tulcán continuó el negocio de cambios que había iniciado en el Ecuador años antes. Un día me llamó: “Te necesito para que pongamos una pequeña oficina en el Pasaje Royal y que recibas las transferencias, que recibas los cheques, hagas las remesas y así aprendes el negocio de cambios”.

(Así nació Casa Paz. Cuenta que estuvo al frente hasta 1970, cuando hubo la incautación decretada por el Gobierno velasquista. Delegó el puesto a Sidney Wright. También se incorporaron Coco Ribadeneira y Blasco Moscoso, y él se dedicó con Tommy al proyecto del Centro Comercial Iñaquito, CCI).

—¿EL CCI fue el primer centro comercial en Quito?

—Sí. Nadie creía en eso, nadie, salvo un alcalde que tuvo mucha visión, Jaime del Castillo. Él comprendió y consiguió un gran ingreso para el municipio porque el compromiso fue que pavimentáramos las calles de lo que era Iñaquito, y el municipio vendió eso con una muy buena utilidad. Hicimos el centro comercial, al principio con mucha dificultad, la gente no creía, pero ayudó mucho que el Supermaxi empezara a ampliarse.

—También empató con el primer boom petrolero, cuando creció la clase media y el consumo. Siguiendo en la cuestión personal, usted era jugador de índor y en determinado momento le empezaron las alergias.

—Eso me empezó cuando tenía 48 años. Empezó con una gripe, creyeron que era infección y después, cuando era asma, ya era tarde. Eso me ha perseguido más de treinta años, pero me ayudó también porque era bien indisciplinado en mi vida personal, farrista, tomador. Y con esto tuve que disciplinarme.

—¿Le dieron cortisona?

—Claro, muchas veces, pero eso me causó problemas en los ojos, en la espalda, que los tengo hasta ahora. Por lo demás soy muy saludable, aunque ya no como como antes, yo me pegaba diez llapingachos sin pensar dos veces, y seis cebiches cuando me iba con el equipo a Manabí.

—He oído que usted es un gran lector. ¿De dónde le viene esa costumbre?

—Creo que de mis padres, siempre les vi leyendo a ambos. Yo compraba, con lo poco me daba a mi papá, Peneca, Rataplán, Billiquen y la revista cubana Bohemia; compraba esta revista por lo mucho que mi mamá me contaba de la vida que pasó allá, hija del cónsul y luego ministro plenipotenciario de Colombia en Cuba, Saúl Delgado, que era un poeta revolucionario muy amigo de Maceo e íntimo de Rubén Darío. Entonces, tuve tanto de mi padre como de mi abuelo, ambos liberales radicales, alfaristas.

—¿O sea que habrá leído a Vargas Vila desde guagüito?

—Desde guagüito. Como todo liberal radical antirreligioso, mi padre era ateo, mi abuelo era ateo, mi abuelo inclusive masón; en cambio mi madre era religiosa, pero no clerical, como buena liberal. Como mis padres vivían más en Guayaquil, aquí me crio mi abuelita, que era muy religiosa y me hacía rezar todas las noches el “bendito, alabado y no sé cómo”, todas esas oraciones, pero la verdad es que yo nunca sentí mucho la cuestión religión hasta que un día me puse en la cómoda posición del agnóstico y así he vivido la vida. Pero cuando fui alcalde trabajé enormemente con el arzobispado y con los curas misiones que fueron fantásticos.

—¿Qué tipo de lecturas le han gustado más?

—Me gusta leer historia, política, economía, a veces ficción. Además, acompaño a la lectura, cuando es un libro de ficción, con la música que me gusta, los boleros de antes, la música cubana o jazz americano de Louis Armstrong; pero cuando es un libro serio, que hay que pensar, pongo música clásica. Creo que la persona a la que le gusta leer no se va a aburrir nunca. Yo puedo decir que no me aburro jamás.

—Otro cantante de su época es Frank Sinatra, que tuvo fama de estar relacionado con la mafia. El hijo de Pablo Escobar acaba de decir que era socio de Frank Sinatra en Miami.

—Puede ser, la mafia es parte de la historia americana y ellos lo reproducen como Jesse James y Bufalo Bill, son parte de los héroes americanos porque son parte de esa historia turbulenta, incluyendo a Al Capone. En algunas de las versiones de la historia de Estados Unidos que he leído, es interesantísimo ver cómo es ese pueblo, cómo es ese amor a las armas, por ejemplo…

—Siempre fue un territorio de frontera.

—Hay que tratar de comprender a ese pueblo que hoy tiene la responsabilidad que antes tuvieron los reyes, los griegos, los romanos. Y haber llegado a esa posición con no mucha madurez es un problema porque es un pueblo joven y un pueblo de migrantes.

—El otro problema es el tráfico de drogas. ¿Qué piensa de la política antidroga de Estados Unidos?

—El primer gran problema es que ellos quieren combatir su problema.

—¿El consumo dice usted?

—El consumo, que es tan difundido en todas las esferas: ricos, medianos y pobres. Y ellos no han podido salir de eso.

—¿Usted cree en la legalización?

—No.

—Hasta The Economist la defiende.

—No creo que la marihuana deba ser legalizada. Quizá para alguna cuestión medicinal podría eventualmente, pero en general, no.

—El alcohol hace mucho más daño y causa muchos más muertos.

—Sí, eso es verdad, pero añadir un drama más a los dramas que ya tenemos, cuánta plata se va en eso, cuánta droga, cuánta corrupción, usted ve como esto está difundido. Porque donde hay dinero en el mundo hay corrupción, el dinero es lo que domina ahora el mundo.

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LA LIBERTADORES Y EL SECUESTRO

—Un hito en su vida y en la vida de la Liga fue la conquista de la Copa Liberadores. ¿Cómo se logró eso?

—Se hicieron buenas contrataciones, vino el profe Bauza. Estaba Urrutia. Y Cevallos, que fue una imposición de Esteban y de Bauza, yo me oponía porque lo consideraba el enemigo mayor de Liga, pero se impusieron.

—¿Porque quemaba tiempo con el Barcelona?

—Claro. Y el buen ojo de Bauza, que hizo jugar a Guerrón, al que la gente odiaba, le silbaba, pero él fue pertinaz y Guerrón fue el mejor hombre de Liga en la Libertadores. Además, tuvimos solo un expulsado en la primera fase, Luis Bolaños, y no tuvimos un lesionado.

—Cuestión de suerte también…

—Esa tapada que nunca olvidaré, la tapada de Cevallos. Y verle el rostro de Bauza, que es un tipo inescrutable, llorando, una emoción que yo mismo no me daba cuenta cuando entramos a la cancha, estaba desconcertado, ese ha sido el gran logro de Liga.

—Haciendo un balance a sus 81 años, ¿cuáles han sido las mayores desgracias y alegrías de su vida?

—Yo perdí mi primer hogar. Con mi esposa, que era la enamorada de juventud, tuvimos dos hijos, uno recién nacido, y los perdí en un accidente de aviación. Ese fue el momento más trágico, pero la suerte me acompañó un poco, a los dos años conocí en forma inesperada a doña Cecilia, la poderosa doña Cecilia; creí que era monita, me gustaban siempre las monas, y ella es hija de mono, la conocí en una fiesta, fui y la saqué a bailar y aquí estamos bailando 53 años. Los hijos, los nietos, son alegrías grandes. Ahí me anclo, en esas cosas lindas, porque lo demás es perder: los padres, mi abuelita, perder amigos entrañables…

—Tenemos que hablar del secuestro de su hijo Esteban.

—(Hace un gesto de dolor). No querría hablar de eso, me afectó mucho.

—Hablando se descarga, es parte de su vida.

—Cuando estuve en el Ministerio de Finanzas, yo ya tenía miedo porque un día le llamaron a la finca a Esteban, tenía diez años, yo no estaba, y le amenazaron por algo. Eran esos de la policía aduanera que yo les estaba poniendo en orden. Y con la casa de cambios… por eso no quise que ninguno de ellos fuera a manejar cambios. (Tras una pausa). Ahí es que me volví grato con Febres Cordero. Yo estaba en la casa cuando Marcelo Dotti me llamó: “Mi hija acaba de ver el jeep de tu hijo abajo y está botado”. Salí enseguida a ver: estaba botado. A los pocos minutos llamaba Febres Cordero, que tenía gratitud conmigo por lo que le ayudé en el municipio. (Se refiere a los asesores de Quito que le envió cuando Febres Cordero iniciaba su gestión como alcalde de Guayaquil). Como era él empezó a dar instrucciones: que hay que hacer esto, que hay que hacer esto otro.

—¿Cómo se enteró Febres Cordero?

—Por el comandante general de la Policía, él le controlaba. Fueron unos dos meses terribles. Contratamos un negociador colombiano, pusimos una oficina en el Embassy.

—¿Usted llegó a hablar con los secuestradores?

—Con el que hacía de intermediario, sí. Conmigo se portaba educado, pero con el colombiano era amenazante: “Si no haces esto, le matamos”. Era una de esas bandas que se organizan y les venden los secuestrados a las FARC. Siguió la negociación, al final se llegó a una cifra manejable. Ahí le tengo mucha gratitud a monseñor Arregui, era obispo de Ibarra ese rato. Luego, el obispo de Santo Domingo, un alemán, con mi amigo Colin Mc Innes y el Patricio (su asistente) se fueron a entregar la plata en Colombia. Jugaban con su vida. Les llevaron a la selva, ni habían contado, metieron la plata en una bolsa: “Esperen noticias en el hotel de Ipiales”. Porque muchas veces reciben la plata y desaparecen. ¡Puta, qué día! Debe ser el peor día de mi vida.

—¿Cuánto tiempo esperó?

—Desde la hora del almuerzo, sentados con mi mujer, ni hablábamos, nosotros en Quito, ellos en Ipiales, cada hora les llamaba: “¿Qué fue?” “No hay nada”. “¿Qué fue?” “No hay nada”. ¡Qué sufrimiento! Finalmente a las siete y media me dicen: “Ya han dado orden de soltarle”. ¿Será cierto, no será cierto? Ocho y media de la noche oigo el timbre de la puerta de la casa: “¡Ese es el Esteban!”, dije y me levanté enseguida y era él. Le habían botado por la Embajada Americana, no tenía para el taxi, estaba más sucio que qué. Ahí llegó el pobre a contar su drama, nos quedamos como hasta las cuatro de la mañana.

—¿Cómo fue el rato en que usted lo vio?

—Uhhh, eso fue lo máximo. Milagros Aguirre escribió un bonito libro. Yo dije que no lo despierten, pero él se había despertado, sabía que había el Barcelona-Liga, le dijo a la empleada: “Dile al papi que sí quiero irme”. Lo fui llevando, claro, fue toda una fiesta, todos felices. El colombiano estaba al lado, está en la foto. A los seis meses nos anunciaron que le habían matado en Bogotá. Y también habían matado al que hacía de jefe de la banda en Cali. Muy difícil, nunca se sabe lo que puede pasar. A los cuatro meses le secuestraron a otro quiteño y le llevaron a las mismas montañas donde había estado Esteban, por el norte; Esteban decía que él vio pasar gente, que eran como guerrilleros que iban a la Costa.

—Si tuviera otra oportunidad, ¿qué vida le gustaría vivir?

—La que he tenido creo que vale la pena, puedo decir algo como Frank Sinatra en su canción My way: me he metido en el deporte y me ha ido bien, me he metido en el sector empresarial y me ha ido bien, me he metido en la política y me ha ido bien, la Alcaldía de Quito es la mayor satisfacción que he tenido. La gente me tiene respeto, cuando ando por la calle, cojo un taxi, todos me saludan con cariño, algunos inclusive me dicen Papá Oso, no sé por qué, eso es bonito.

—¿Cómo ve la situación económica del Ecuador?

—Penosamente horrible, y cuando una situación es horrible y quienes pueden tomar las decisiones para que no se hunda más no saben cómo hacerlo, es peor; ver que un hombre que tiene condiciones de líder y capacidad anda equivocado me da mucha pena. (Tras una pausa). El país no está produciendo líderes, antes había, ahora no hay a quién apelar. Salir adelante sí podemos porque es un país impresionantemente rico, tenemos plátano verde, tenemos pescado, tenemos papitas, tenemos fruta, tenemos locrito, podemos sobrevivir.

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