Rocky XLV: elogio en tres rounds

El mito de Rocky, sobre el cual se levantó la carrera de una de las estrellas de acción más famosas del mundo, se cuenta entero en Netflix. Han transcurrido 45 años desde el estreno en cines de la primera parte, podría haber pasado de moda, pero seguimos necesitando creer en algo y en alguien.

El mito de ROCKY, sobre el cual se levantó la carrera de una de las estrellas de acción más famosas del mundo, se cuenta entero en Netflix. Han transcurrido 45 años desde el estreno en cines de la primera parte, podría haber pasado de moda, pero seguimos nece-sitando creer en algo y en alguien. Foto: ROCKY PICTOGRAMA.

“¿Qué de lo que tenemos no puede reemplazarse?
Tenemos una casa, tenemos un carro, ¡tenemos dinero!
Tenemos todo menos la verdad”.
Adrian

Por Juan Fernando Andrade / @pescadoandrade

El antecedente

No recuerdo mucho más que esto: me llamaron de Ecuavisa para que escriba preguntas (cuestionarios, me dijeron) para el programa ¿Quién quiere ser millonario?, transmitido los domingos por la noche en horario estelar y conducido por Alfonso Espinosa de los Monteros. Mi primera pregunta fue cuánto pagan y la cantidad que mencionaron me pareció injusta, sobre todo para un programa que pretendía volver millonaria a la gente. Igual acepté. Si uno se dedica a esto, sabe que toda gota moja.

Me lo tomé como un cachuelo, una chaucha, un chivo, y me divertí. No sé cuántas preguntas llegué a despachar o cuántas de esas preguntas llegaron a escucharse en el aire, pero recuerdo claramente cuál fue, siempre, mi pregunta favorita, mi verdadero cameo en el programa, la que de alguna forma coronó y decapitó mi cortísima carrera en televisión.

¿Cuál de estos actores fue nominado a un Premio Óscar?

  1. Arnold Schwarzenegger
  2. Jean-Claude Van Damme
  3. Sylvester Stallone
  4. Steven Seagal

La respuesta correcta es C (la tercera es la vencida, dicen). Sylvester Stallone fue nominado no a uno, sino a dos Premios de la Academia en 1977: mejor actor en un papel principal y mejor guion escrito directamente para la pantalla, en ambas categorías por su primer papel protagónico y su ópera prima: Rocky. Dicho sea de paso, Stallone pasó a ser el tercer hombre en la historia del cine en ser nominado a mejor actor y a mejor guionista durante la misma ceremonia, siguiendo los pasos de Orson Welles y Charles Chaplin.

No seguía el programa, lo veía cuando se me cruzaba por si aparecía una de mis preguntas, pero me agotaba enseguida, y nunca supe si alguien respondió correctamente o si fue esta la pregunta que lo separó de la contienda.

Para esa persona y para todos los que respondieron en sus casas, bien o mal, van dedicadas las siguientes palabras.

La previa

Deberíamos empezar hablando de Paddy Chayefsky, ganador del Óscar a mejor guion escrito directamente para la pantalla en 1977, el año de Rocky. Chayefsky, de ascendencia ruso-judía, sirvió al ejército de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y, durante una misión en la ciudad de Aquisgrán, en Alemania, pisó una mina de tierra que lo depositó en un hospital británico en la ciudad de Cirencester, ochenta millas al oeste de Londres.

La herida le valió un Corazón Púrpura (medalla otorgada a los heridos o caídos en batalla) y una serie de cicatrices que, se dice, acentuaron su timidez, sobre todo frente a las mujeres. En el hospital, sin mucho más qué hacer, el soldado raso Paddy Chayefsky escribió un musical sobre la vida en la milicia que se montó por primera vez en 1945, fue representado por la Unidad de Servicios Especiales, dedicada al entretenimiento de las tropas, y viajó por bases militares europeas a lo largo y ancho y profundo de dos años.

Paddy Chayefsky(1923-1981) Foto: ® WIKIPEDIA.ORG.

Para finales de los cuarenta Chayefsky había ido y venido de Hollywood, donde le pareció que maltrataban a los escritores obligándolos a modificar guiones en contra de su voluntad y para desgracia de las películas, y se encontraba en Nueva York escribiendo obras de teatro, cintas para televisión y novelas. En 1956 ganó un Óscar por el guion de la película Marty; en 1972 ganó un Óscar por el guion de la película El hospital; y en 1977, compitiendo contra gente de la talla de Sylvester Stallone, ganó su tercer Óscar por el guion de la película Network, nada menos que una catedral moderna.

(Dicho sea de paso, Paddy Chayefsky es el único guionista en haber ganado tres Premios de la Academia sin colaborar con otro escritor. Por poner un ejemplo, Francis Ford Coppola compartió el mismo galardón con Mario Puzo, autor de El Padrino y coguionista de la adaptación).

Como si hubiese escrito una profecía y no la historia de un amor que se consuma no en la cama sino en el ring, Stallone perdió como pierde Rocky, es decir, perdió ganando. Perdió, por puntos, frente a un veterano de guerra, un guionista que llevaba más de veinte años escribiendo películas, que se había revelado abiertamente contra la industria y aún así recogía esa noche su tercera estatuilla. Stallone perdió contra el mejor.

Caben las palabras dichas por Rocky a su entonces prometida, Adrian, la noche del 30 de diciembre de 1975, horas antes de su primera pelea con Apollo Creed: No importa si gano o pierdo la pelea, lo que quiero es llegar hasta el final, nadie ha llegado hasta el final con Creed. Si sigo parado cuando suene la campana voy a saber por primera vez en mi vida que no soy otro vago de este barrio.

Network es material de cátedra, de muestras de cine arte, de retrospectivas, y qué bueno que así sea porque esa película merece ser vista, procesada y comentada de aquí a la eternidad, si es que seguimos empeñados en la civilización de los pueblos. Pero Rocky es familia. Conozco a varias personas que tienen el afiche de la película en su sala o en su cuarto o en su estudio. Yo tengo un imán en mi refrigeradora y lo miro mientras se calienta el agua para el té, mientras pienso que debo seguir escribiendo, aunque no sepa qué ni mucho menos para qué; lo miro mientras abro otra botella y desde la sala, por encima de la música, una voz que empieza a extrañarme me grita: ¿Por qué te demoras tanto?, ¡Ya ven! Veo a Rocky y le pido la bendición: solo quiero estar de pie cuando suene la campana.

El mito

El cuarto en el que vive es tan pequeño que puede cerrar la puerta y abrir la ventana sin levantarse de la cama. Es un actor, pero nada le sale y ha hecho porno por dinero. Es un escritor, dice que su cuarto es tan pequeño que no hay espacio para las distracciones y que eso resulta conveniente. Escribe historias que le parecen “triviales”, pero que tienen un denominador común: los sueños frustrados, las oportunidades perdidas, la tentación del fracaso. Ese es el tema, su tema, lo que por esos días lo obsesiona: pasar por su propia vida como un extra, al fondo, confundido con la escenografía, desenfocado, sin voz ni voto ni rostro. Tenía un amigo, su mejor amigo, Butkus, un bull mastiff de color café, pero tuvo que venderlo para asegurarse de que el animal estuviese bien alimentado.

Lo siguiente en ocurrir es lo que siempre ocurre, una/otra audición en la que lo rechazan. También escribo, dice. Vuelve cuando tengas algo que puedas mostrarnos, le dicen. El 24 de marzo de 1975, en un coliseo del condado Summit, en Ohio, Muhammad Ali pelea contra el blanco y más o menos relevante Chuck Wepner, un tipo de pelo rubio que se está quedando calvo. Es la primera pelea de Ali desde que noqueó a George Foreman en Kinshasa, Zaire (ahora República Democrática del Congo), en el octavo asalto y frente a sesenta mil personas y un billón de televidentes. Muhammad Ali es, de nuevo, el campeón mundial de los pesos pesados y el evento en Ohio se llama Give the White Guy a Break (Denle una oportunidad al hombre blanco). Ve esa pelea por televisión, no tiene dinero para viajar hasta Ohio o hasta cualquier otro lado, le quedan poco más de cien dólares en el banco. El evento, concebido como un acto de exhibición y misericordia, es ahora retransmitido por cadenas como ESPN en calidad de clásico: es uno de los cuatro combates de su carrera en los que Ali cayó tumbado sobre la lona, y podrán decir lo que quieran sobre Wepner pero, en una campaña que tuvo más de actividad paranormal que de competencia deportiva, soportó quince asaltos con el campeón antes de caer. Wow, dice, gracias a este momento, a este solo momento, la vida de este hombre tiene sentido, ya no es un vago. Esa noche vuelve a su cuarto y escribe noventa páginas en setenta y dos horas (de estas, según sus propias palabras, quedaron diez; no es poco).

El protagonista se llama Rocky en honor a Rocky Marciano, vive en Filadelfia, se gana la vida cobrando deudas, rompiendo piernas, y redondea su sueldo con los cuarenta dólares que le corresponden si gana peleas de box semiclandestinas. Hola, dice, con esa sonrisa chueca, tengo algo que mostrarles. Semanas más tarde, un estudio le ofrece comprar el guion de Rocky, y en la negociación se mencionan nombres como Burt Reynolds y Robert Redford para el papel principal. Le ofrecen veinticinco mil dólares, le ofrecen cien mil dólares, le ofrecen 150 mil dólares, le ofrecen 175 mil dólares, le ofrecen 250 mil dólares, le ofrecen 330 mil dólares, le dicen que podrían llegar a ofrecerle hasta 360 mil dólares, y él duda, todavía no conoce el dinero, pero esto no es negociable. Si vendo el guion, piensa, y a la película le va muy bien y yo no estoy en ella (pausa para efecto), voy a saltar por la ventana o a pararme frente a un tren. Al final, la United Artist aceptó que protagonizara la película y él aceptó 35 mil dólares por el guion.

Rocky se estrenó en 1976 y en 1977, entre otros, ganó el Óscar a mejor película del año. El actor y guionista, que perdió en las categorías en las que estaba nominado por sí solo, se levantó de su silla para aplaudir a los productores y ellos lo arrastraron al escenario para que recibieran juntos el último premio de la noche, presentado por Jack Nicholson, y su mirada horizontal y decididamente marihuanera. Y sonó esa canción que ya nunca más ha dejado de sonar y todos aplaudieron y los productores levantaron los brazos del nuevo campeón del mundo. Llevaba un traje negro, chaleco y una camisa morada, de solapas disco, que dejaba ver una cadena dorada y el comienzo de la BBD o, como se dice en mi tierra, la camisetilla. Mucho antes de eso, pero después de haber recibido el cheque por su primer guion de largometraje, usó casi la mitad del dinero para recuperar a Butkus: quince mil dólares por un amigo que, dice, vendió en cincuenta. Pero la noche de la premiación, cuando pudo decir algo, dijo esto: A todos los Rockys del mundo: los amo. Él, que era Rocky, sabía que eran muchos los Rockys. Tú, yo, él, ella, nosotros, ellos. Todos con el sueño público de ser Rocky y el anhelo íntimo de saber pelear como Sylvester Stallone.

Round 1

Me entero de que Rocky ha vuelto al cuadrilátero cuando, en casa de un amigo, mientras sus hijas juegan a ser tiktokeras (son aún muy pequeñas para manejar armas de verdad), él y yo decidimos ver las dos peleas de Rocky IV antes de salir a buscar la merienda: las niñas y su seguro servidor pedimos pizza, ganamos democráticamente. Ivan Drago derrumba, y de qué manera, al inolvidable Apollo Creed; luego, mediante una secuencia de entrenamiento (en la nieve soviética) que nació en la posteridad, Rocky domestica a Ivan Drago haciendo lo que siempre hace, eso por lo que al final de cuentas vinimos a verlo: aguanta, aguanta, aguanta, y cuando es el otro el que ya no aguanta Rocky Balboa o como también le dicen El Semental Italiano procede a cerrarlo a puñetes.

Ahora bien, Rocky IV se sabe película de Guerra Fría y en las gradas está Gorbachev y Rocky pide el micrófono un momento. Dice, entre frases de menor peso, esto: Acaban de ver a dos hombres matándose el uno al otro, pero supongo que es mejor que sean dos hombres y no veinte millones. Muchos escritores mueren persiguiendo frases como esa.

Vamos a buscar la pizza y en el camino me dice que se las ha visto todas, completas, desde Rocky hasta Rocky Balboa, en dos o tres días. Y eso trabajando, con esposa, con dos niñas en la casa, dice. Y, pregunto: ¿cómo han envejecido? Compa, mañana mismo comienzo a trotar, me dice. Y se ríe. Y nos reímos. Y recogemos dos pizzas familiares con pepperoni y algo que promete ser salchicha, pero parece mortadela en cubos.

Me dice que ni sus hijas ni su esposa conectaron con la franquicia Rocky, que no se emocionaron, que las vio casi por su cuenta. Yo recuerdo que la vi en el cine, alcancé a verla en el cine, digamos, seguramente doblada, y que ese cine es hoy la cantina 6 de Diciembre: buen lugar para beber, un sitio con carácter y sin baño. Él recuerda que la vio en televisión, capaz en el Festival de los hombres duros de Ecuavisa (segunda mención, ¿debería cobrar?), como muchos la volvimos a ver. Luego vinieron los VHS y Rocky vivió en nuestras casas en forma de cinta y en forma de disco y ahora vive hasta en teléfonos y tiene la forma de la nada. Se trata de una de esas sagas que ha superado todos los cambios de formato, de soporte, de plataforma, incluso de inventario; una película que sobrevivió no solo a su propio tiempo, sino también al de los demás.

—¿Cuál es la suya, compa? —me pregunta.

—La uno. De ley. En gajo… La uno. De cabeza.

Round 2

Rocky no tiene miedo de amar ni siente vergüenza de ser amada. Él creció con un padre que le dijo varias veces: No tienes mucho cerebro, deberías hacer algo con tu cuerpo. Ella creció con una madre que le dijo varias veces: No tienes mucho cuerpo, deberías hacer algo con tu cerebro. Esas dos personas tienen que estar juntas porque, de muchas maneras, viven en el mismo mundo, y uno no siempre se encuentra con su misma especie y menos en el mismo planeta. El romance de Adrian y Rocky (momento cinéfilo), que tiene algo de Rohmer y antecede orgulloso la obra de independentistas tipo Jarmusch, escapa no del género, pero sí de los que hacen quedar mal al género, huye de la mentira y construye una especie de cápsula en la que caben los dos abrazados.

Por ella son los combates y de ella es la victoria.

ROCKY Y ADRIAN Dos personas tienen que estar juntas porque, de muchas maneras, viven en el mismo mundo. Foto: ® ROCKY PICTOGRAMA.

El resto no es difícil de entender. Rocky tuvo suerte, y mucha, de haberse filmado cuando se filmó y con el apretado presupuesto con el que se filmó. Aún en la pantalla plana se nota la piel granulada de una película humilde, insegura, con más corazón que cerebro, pero llena de emociones verdaderas. Los setenta, la tierra de Scorsese, De Palma y Spielberg, era, además, una década concentrada en captar no la realidad pero sí lo verdadero, lo que se respiraba en un país en el que el poder de las flores había fracasado tanto como la lucha contra el comunismo (para más señas, ver Rambo, la uno). Si la hubiesen hecho los jóvenes delincuentes de la misma década, no sé, tendría más filo y capaz hasta mejor música, pero hubiese naufragado en las profundidades de la estética y carecería de su aliento a pueblo.

Y, claro, esto: de lo único que te puedes arrepentir es de aquello que nunca hiciste.

¿Lo harás hoy?

Round 3

Ya sabemos por quién doblan las campanas. Rocky sigue de pie y quizás sea la única franquicia de Hombres Duros con Sentimientos que ha logrado superar las limitaciones de su propio género. Esto último es más importante de lo que parece: hay películas no aptas para todo público pero sí necesarias para todos. 

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