Edición 448 – septiembre 2019.

Eran tiempos difíciles en la Inglaterra medieval: el rey Ricardo I, ‘Corazón de León’, había partido hacia las cruzadas y, en su ausencia, su hermano Juan había usurpado el trono y estaba recargando de impuestos a sus súbditos, restringiendo los derechos de la gente, aplicando castigos crueles a los disconformes y abusando del poder. El pueblo añoraba a su rey. Pero Ricardo había emprendido en 1189 su camino hacia Tierra Santa, para tratar de recuperarla para la cristiandad, arrebatándosela a los musulmanes, y su alejamiento duraría varios años.
En efecto, la Tercera Cruzada (‘la de los reyes’) se complicó bastante más de lo previsto: Saladino, el gran príncipe kurdo, sultán de Egipto y Siria, venció en una batalla tras otra a las fuerzas cristianas, las debandó y capturó a los reyes, a quienes trató con consideración y respeto, y después los liberó sin condiciones. Volviendo a su país,
‘Corazón de León’ fue apresado por el rey de Austria, Leopoldo, y mantenido en cautiverio un año y medio. Recién pudo volver a Inglaterra en 1194.
En los cinco años del alejamiento de Ricardo, Juan había suprimido —entre otros excesos que cometió— los derechos históricos de caza de la gente, por lo que quien matara un ciervo, un jabalí o una liebre se convertía en un proscrito. Que fue, ni más ni menos, lo que le ocurrió a un joven hidalgo de linaje menor del burgo de Loxley, en el norte inglés, acusado de cazar venados en un coto de propiedad real. Juan, que era conocido como ‘Sin Tierra’ porque había recibido una herencia magra de sus padres, Enrique II y Leonor de Aquitania, ordenó al sheriff de Nottingham que lo capturara sin demora.
Inglaterra, que por entonces —finales del siglo XII— tenía menos de tres millones de habitantes, era un país lleno de bosques, en los que encontraban refugio y modos de vida los perseguidos por la ley. Y allí, en los bosques de los montes de Sherwood, el joven hidalgo, que era célebre en la comarca por su destreza con el arco y las flechas, se ocultó y, con el pasar de las semanas, formó una pequeña banda (Lady Marian, Friar Tuck, Little John, Will Scarlett y Allan A’Dayle), con la que se dedicó a robar a los viajeros de riquezas mal habidas y distribuir su botín entre los pobres. Y así, perseguido por los soldados de Juan sin Tierra pero admirado por la gente humilde, a la que tanto ayudó, esperó el regreso de su rey, Ricardo Corazón de León.
¿Existió Robin Hood o fue nada más que una leyenda cautivadora ubicada en los tiempos tormentosos de la disputa por el trono de Inglaterra entre Ricardo y Juan, con el telón de fondo de las cruzadas, las conquistas de Gengis Khan y las invasiones normandas del norte de Europa? No hay en la historia ninguna mención concreta a Robin Hood. Hay, sí, referencias a una serie de proscritos de la justicia llamados Robin Hood, nombre que se habría convertido en una especie de apelativo genérico para los bandidos y fugitivos de esos años. Hay, incluso, un prófugo llamado Robert Hod que en 1226 era perseguido por el sheriff de Nottingham. Tal vez fue él. Quién sabe.
Lo cierto es que, tras volver a su país, Corazón de León recuperó su trono y gobernó con prudencia hasta su muerte en 1199. Le sucedió su hermano Juan, quien en 1203 perdió los enormes territorios que Inglaterra tenía en Francia, el ducado de Normandía. Con las arcas fiscales en ruinas, Juan sin Tierra se apropió de riquezas de la Iglesia Católica (lo que derivó en una interdicción papal que impidió por cinco años que se celebraran misas o ceremonias religiosas en suelo inglés) y, después, impuso tributos elevados a la nobleza (lo que desencadenó la rebelión que concluyó en 1215 con la firma de la Carta Magna). En algún momento del reinado de Juan I, que terminó con su muerte en 1216, Robin Hood también habría muerto, traicionado por una abadesa amiga del sheriff de Nottingham. Y aunque nadie sabe con certeza si Robin Hood en verdad existió, su leyenda está viva, cabalgando por los bosques y robándoles a los ricos para ayudar a los pobres.