Roberto Aguilar: “Me gusta joder a los políticos”

Roberto Aguilar
Roberto Aguilar. Fotografía: Santiago Fernández

Roberto Aguilar (Quito, 1966) es, desde hace rato, el mejor cronista político del país y ha colaborado con los principales medios escritos. Aunque la política le viene en la sangre, también se ha movido en el campo cultural y ha escrito columnas muy leídas que le han cosechado no pocos enemigos entre artistas pueblerinos que no soportan la crítica.

Lo conozco desde muchacho, desde que asomó un día por Impulso 2000, la revista que hacíamos con Pancho Huerta y he seguido su carrera a saltos y brincos.

No había otra forma, con tantos cambios de lugares de trabajo. De manera que esta charla me ha servido para completar el perfil de alguien que, en estos tiempos de mensajitos confusos e instantáneos, se mantiene fiel al buen periodismo impreso.

—Cuando nos conocimos el año 85, el adversario era el Gobierno socialcristiano. Casi cuarenta años después veo que sigues peleándote con los socialcristianos. ¿Qué ha pasado?

—Que los socialcristianos no han cambiado, siguen siendo esta empresa electoral que se desentiende de los problemas del país, que están acostumbrados a gobernar legislando de la peor manera para mantener secuestrados a los Gobiernos de turno.

En este caso de la alcaldesa de Guayaquil, está la bronca que le ha agarrado al Expreso porque el periódico en el que trabajo se ha dedicado a investigarle los negocios torcidos.

—¿Te parece que Rafael Correa es una continuación de la manera de hacer política de los socialcristianos?

—Rafael Correa es ya el fondo de la crisis política que se manifiesta desde los años noventa, con presidentes tumbados y demás. Y creo que sí, que al grupo político al que más se parecen Correa y su gente es a los socialcristianos.

—También tienen esa forma de liderazgo guayaquileño: Febres Cordero, Nebot, Abdalá, Correa; aparte de sus ideologías, es una forma de hacer política, y Cynthia quiere copiarles.

—Es que Cinthya es producto de esa escuela, acuérdate que Nebot decía que Cinthya “es el hombre”. Es la escuela de la política como poder testicular. Y no tiene ideología…

—Como La Tigra del cuento de José de la Cuadra, que asumía el papel de dura para enfrentar a los hombres en el campo.

—O como todos los personajes de María Félix.

—Dame unos datos personales. ¿Educación religiosa?

—Educación religiosa, sí, con los hermanos maristas: escuela Borja 2, colegio Los Andes. Madre católica, practicante.

—¿Papá?

—Papá medio descreído. Era un tipo de izquierda, había peleado como dirigente universitario en La Gloriosa del 44 en Cuenca, que parece que fue bastante movida y violenta, con bala y muertos. Pero en el fondo era católico, aunque no hablaba de Dios.

Roberto Aguilar en una de primer grado, como alumno del Borja 2. Fotografía: Cortesía.

—¿Y tú?

—Yo era también un tipo de izquierda que algún momento anduve en el Partido Socialista en la universidad. Con mis amigos decíamos que estábamos en ese partido porque era el único de izquierda donde se admitían anarquistas, la prueba es que estaba ahí el Alexei Páez. Entré sin considerarme marxista; más bien considerándome súper antisoviético en esa época de Guerra Fría.

—¿Tu papá trabajaba en El Tiempo?

—Toda la vida, desde que me acuerdo, era el jefe de redacción del diario El Tiempo.

—¿Entraste a Periodismo en la Central?

—Nunca estudié Periodismo. Ese fue un consejo de mi papá, me dijo que el periodismo era un oficio como la carpintería y que la carpintería se aprende en el taller. Que más bien estudiara cualquier otra cosa que me enriqueciera la cabeza para ser un buen periodista.

—¿A estas alturas te parece que fue un buen consejo?

—Me parece que fue el mejor consejo que me pudo dar.

Música y bohemia en Guápulo

—¿Cómo así entraste a diario Hoy?

—Porque estaba el Pájaro Febres Cordero que era amigo de mi papá y había ido por la casa y me parecía un tipo simpático. Me gradué en el año 84 y decidí que ahí donde trabajaba el Pájaro podía ir a buscar trabajo.

De hecho, me dieron trabajo el día que fui porque media Redacción se estaba yendo de vacaciones y la sección cultural del Hoy iba a quedar abandonada por veinte días o algo así. Entré, estuve una semana aprendiendo los rudimentos de cómo se montaba el periódico con el Pájaro, él se fue de vacaciones y me quedé en la sección.

—Era la época de oro del Hoy, enfrentados a Febres Cordero.

—Sí, y era el diario más chic de la ciudad porque El Comercio todavía era ese mamotreto en blanco y negro con esos tipos horribles y el Hoy era un periódico moderno, en color, con recuadros. Y la Redacción estaba llena de gente interesante.

Aprendí muchas cosas de toda esa gente, se armaban las conversaciones de escritorio en escritorio. Me acuerdo del Pájaro, cigarrillo en mano, fumaba Full, gesticulando; el Gonzalo Ortiz, estaba ahí; la Luz Elena Coloma hacía la sección Internacional, jovencita, empezando. Fidel Jaramillo, Mauricio Samaniego, Felipe Burbano…

—¿Ahí te tocó la influencia del Nuevo Periodismo que juntaba la literatura con el periodismo, Tom Wolfe y eso?

—Cuando entré al Hoy no tenía mayor idea de nada de esto. A la primera persona que oí estas referencias fue… a ti, cuando te conocí en Impulso 2000. Lo que más saqué en claro de esa experiencia contigo fue una lista de lecturas; para empezar Onetti.

Roberto Aguilar cursando el sexto grado. Fotografía: Cortesía

—Se cerró Impulso 2000 precisamente porque Febres Cordero obligaba a los empresarios a quitar la publicidad en cualquier medio de oposición.

—Para que veas cómo no cambian los socialcristianos. Porque la bronca de Cynthia es con la pauta como dicen ahora; ella pidió al presidente de la República que le quite la pauta a Expreso. Ellos siguen usando la pauta como premio o castigo.

—Exactamente lo mismo. Pero en esa época te fuiste a Guápulo y era el momento de Promesas Temporales.

—Conocí a Promesas Temporales porque fui a hacer ese reportaje para Impulso 2000 precisamente y me encantó la música que hacían y fue el descubrimiento del jipismo. Me fui a un cuarto en Guápulo y me quedé ahí unos tres años, justo en el momento más bohemio.

Aparte de estos músicos estaban ahí Pancho Proaño, Vicki Camacho; había pintores, escultores; era un momento superinteresante. Guápulo todavía era un pueblito aparte, colgando de la González Suarez, los viejos guapuleños hablaban de subir a Quito.

—¿Cuán importante fue para la música esta gente: Idrovo, Napo, Álex Alvear…?

—La importancia que tuvo ese grupo, así como el Taller de Música muy poco antes, fue que esta gente que venía más de la música pop o de la salsa, el son, decidieron hacer fusión con géneros vernáculos. Álex Alvear, que siempre fue un fino compositor, hizo unas piezas muy bellas, unos yaravíes, danzantes y albazos con los que grabaron su primer disco. De ahí salió un montón de otros grupos, la influencia de estos manes fue para largo.

Don Juan y las drogas psicodélicas

—¿Por qué aquí hay tanto rechazo a la crítica? ¿Por qué los artistas, escritores, intelectuales, toman la crítica como un insulto personal?

—Supongo que nunca tuvimos una etapa crítica. Pablo Barriga, el pintor, hacía una columna de crítica de artes plásticas en el Hoy que tuvo que abandonar porque se llenó de enemigos.

La gente lo toma como cosa personal y debe ser porque es una sociedad, sobre todo en este pequeño mundo de la cultura de argollas; son como los masones, esperan fidelidades y…

—Reciprocidades: yo hablo bien de ti, tú hablas bien de mí.

—Exacto, supongo que quien inició todo esto es don Benjamín Carrión, que escribió bien de todo el mundo. Hizo prólogos encomiosos a los bodrios más grandes.

—Ya estás entrando en terrenos pantanosos: hablar de Benjamín Carrión.

—(Ríe). Todo el respeto a don Benjamín, pero es eso, ¿no?

—El gran suscitador. ¿Cómo así entraste a Antropología?

—Porque tenía una idea equivocada de lo que era la antropología.

—En el siglo XIX decían que la antropología se inventó para apaciguar la conciencia culpable del Imperio inglés.

—De hecho era uno de los temas importantes de estudio en el primer semestre de Antropología: la conciencia de culpa de los antropólogos. La antropología ha sido un instrumento de dominación, para usar la frase que usaría un correísta. ¡Sí, sí, la antropología tiene un montón de culpas!

—¿Cuál era la idea equivocada que tenías de la antropología y qué era en realidad?

—Pensaba que era un estudio filosófico de lo humano, no estaba preparado para lo étnico, para el trabajo de campo y esas cosas. Pero de hecho la antropología me abrió a un montón de cosas porque te mete en la cabeza el concepto del relativismo cultural, de que tus valores culturales no son los valores culturales universales y no eres mejor por pertenecer a tal o cual cultura.

En 2001 cubriendo el rodaje de la película Pasos de baile, en la que participó Javier Bardem.
En 2001 cubriendo el rodaje de la película Pasos de baile, en la que participó Javier Bardem. Fotografía: Cortesía.

—Salvo que te llames Claude Lévi-Strauss.

—Que se carteaba con un profesor nuestro, el padre Rueda, que sacaba en clase: “En la última carta que me escribió Lévi-Strauss…”.

—Bueno, pero el objeto de estudio era el mundo indígena. Y era la época de consolidación del movimiento indígena. Monseñor Leonidas Proaño tenía la imagen de santo, ¿o no?

—En mi generación, no tanto. ¿Sabes quién era nuestro santo? Carlos Castaneda. Buscábamos el atajo químico a la experiencia mística.

—¿Estás hablando de Las enseñanzas de don Juan?

—Exactamente, era la lectura obligatoria de todo estudiante de Antropología.

—De manera que había que tomar mezcalina para entender bien. Como parte del pénsum.

—Había que tomar todo. Parte de la educación del antropólogo era ir a La Esperanza, provincia de Imbabura, a los hongos alucinógenos. Y cuando podías ir a la Amazonía a pegarte la ayahuasca pasabas a un grado superior del entendimiento humano.

—¿Qué descubriste con esas experiencias?

—Que son unas plantas bien respetables, que la experiencia con los hongos es una experiencia de conocimiento que va más allá del lenguaje, llegas a sentir una integración con el cosmos, con la naturaleza. Es una experiencia sensorial que te abre la cabeza para buscar tu lugar como ser humano en el mundo.

—¿Cuánto duraste en Antropología?

—Hasta el 91. Yo me pagué mis estudios, la Católica no era barata para mí, entonces trabajaba a medio tiempo como periodista y medio tiempo como estudiante. Mi carrera se alargó, no llegué a graduarme pero casi completé el pénsum.

—La Escuela de Antropología también alimentó a todas las oenegés que empezaron a crecer en esta época.

—Sí, eso fue lo más decepcionante, ver cómo esta carrera se estaba convirtiendo en una especie de escuela de trabajo social, que a veces estaba al servicio de las peores causas. O sea, las mejores plazas de trabajo que podía conseguir un egresado estaban en las petroleras. En el campo, tratando de meter a las etnias amazónicas en todo el rollo de la industria petrolera. Estaban haciendo el trabajo del que tenían conciencia de culpa los ingleses del siglo XIX.

No tenía piedad

—¿Cómo entras a El Comercio?

—Me encontré en Cuenca con Milagros Aguirre y le dije me gustaría trabajar en El Comercio y me dijo que fuera. El diario estaba entrando, el año 95, en esa época de renovación. Habían venido José Hernández con Ponto Moreno e hicieron un periódico absolutamente novedoso, moderno, todo un proceso de transformación editorial.

—¿A qué te dedicabas tú?

—Periodismo cultural. Milagros era la editora de la sección, fue mi jefa, y fui un redactor de la sección cultural de El Comercio durante algunos años. Luego me ascendieron a editor y separaron la cultura de los espectáculos. Yo hacía música, teatro y cine.

—¿Ahí empezaste esa columna que se llamaba “A control remoto”?

—La empecé el año 99, justo después de la crisis bancaria porque era el momento de la guerra de canales, TC televisión, canal de los Isaías se peleaba contra todo el mundo.

Era un momento efervescente de la TV porque todavía no se popularizaba el cable, la mayoría veía televisión nacional, era la época de Betty la fea, de muchas producciones de Ecuavisa, los noticieros eran importantes, había programas de opinión importantes… así que la columna de crítica a la televisión tuvo muchos lectores.

Roberto Aguilar y Santiago Estrella.
Con amigo Santiago Estrella, cerca de 1990. Fotografía: Cortesía.

—Se me vienen nombres de la época: Jorge Ortiz, Carlos Vera, el mismo Oquendo…

—Las entrevistas de la mañana eran decisivas, ahí se generaban noticias. Si eras un periodista político o un editor, tenías que ver las entrevistas de la mañana, de todos los canales. Había que ver quién estaba en Ecuavisa y en Teleamazonas, que siempre han sido los más fuertes en esa área, también en Gama. En mi casa tenía tres pantallas de TV, me manejaba, veía todo al mismo tiempo (ríe).

—Heroico. Yo veía una, si acaso.

—Y tenía tres VHS para grabar todo si había entrevistas simultáneas. Llegué a tener una colección de más de cien casetes, todos tenían un índice. Y si me iba de vacaciones, dejaba programando para que graben quince días y veía cuando regresaba. Estaba enfermo con el tema, sentía que a cada rato me estaba perdiendo de algo importante.

—¿Cómo así fuiste a dar a El Universo?

—Salí de El Comercio un poco frustrado, estuve desconectado un tiempito y me llamaron de El Universo a que hiciera lo mismo, una columna diaria de crítica de televisión y un artículo de fondo semanal.

Como la gran producción en términos numéricos estaba en Guayaquil, una ciudad mucho más farandulera, la misma cosa tuvo muchísimo más impacto. Empezaron a nombrarme en la televisión, era la época de programas de farándula con Marian Sabaté, con Mariela Viteri. Me convertí en personaje, pero fantasma porque ni siquiera me habían visto pero hablaban de mí, se reían, decían que me tenían miedo.

¡Porque yo era una bestia, decía unas cosas tremendas, la verdad es que no tenía piedad! Y, claro, muchos me odiaban.

—¿Y por qué te fuiste de El Universo? Tienes fama de inestable…

—Normalmente me voy de todos los sitios a los tres años, no me gusta convertirme en activo fijo, aunque ahora ya colaboro con el Expreso desde 2017, por tercera vez.

—Te estarás haciendo viejo. (Con picardía). Supuestamente el amor apasionado dura tres años, por eso de las feromonas y las oxitocinas y tal.

—(Ríe). Quizás es por las mismas feromonas.

No me da miedo escribir

—Con toda esta experiencia cultural, ¿cómo fuiste a dar al periodismo político?

—Porque siempre me interesó la política. A los catorce años recortaba todas las informaciones del Congreso Nacional con la idea de que si juntaba todo un período iba a encontrar alguna constante, una pista de algo, una manera de hacer política. Tenía la idea de que todo esto era una puesta en escena.

Mi primera crónica política la hice en El Comercio el año 96 o 97, saltó a primera página. Tuve la suerte de ir al baño y, mientras estaba en el cubículo con los pantalones abajo, llegaron unos asambleístas y se pusieron a negociar. Hice la crónica de la política real y el teatro en el hemiciclo. Ya nadie se acordaba de esa crónica, pero la había leído don Galo Martínez Merchán, y unos trece años después me llamó y me dijo: “Quiero que venga al Expreso a hacer eso”.

—¿Hay que tener mala leche para hacer la crítica política?

—(Duda). Eh… no necesariamente. Lo que hay que tener es el ojo entrenado para captar los detalles que tienen significación política.

—Pero debes tener también las ganas de joder. Si no, no vas a escribir un buen artículo nunca.

—¡Sí, sí, yo sí tengo ganas de joder a los políticos siempre! Percibo que el espectáculo político es bastante ridículo en comparación con lo solemnes que pretenden ser estas personas. La posibilidad de ridiculizar al poder es lo más importante.

—¿Para qué más sirven los artículos de opinión?

—¿Aparte de para destilar los humores del opinador? (Risa de aprobación). La idea que me lleva a ser periodista es participar en el debate público. Aunque no sé qué tanto los artículos de opinión, sobre todo en este país, ayudan a construir un debate público…

—¿Por qué volviste al diario Hoy en sus años finales?

—Por José Hernández, con quien he tenido una muy buena relación de trabajo. A él lo conocí como editor de El Comercio en el 95, luego trabajé con él en Vanguardia. Es el mejor editor que he tenido, me encanta trabajar con él porque tiene superbuenas ideas.

Él me propuso volver al Hoy. Porque el Gringo Mantilla tuvo un momento de esperanza en recapitalizarlo y, para vender a los inversores la idea de un periódico fuerte, habló con José Hernández, y él me llevó.

—¿Allí hubo el enfrentamiento final con Rafael Correa?

—Correa hizo inviable cualquier intento. La misma Ley de Comunicación hacía muy difícil la sobrevivencia económica de los diarios.

En el caso del Hoy, además, hubo una persecución política: en las sabatinas rompía periódicos; todos los sábados estaba en la boca del presidente que decía “esto ya va a quebrar”.

—¿Y qué pasó contigo?

—Ahí vinieron las épocas de vacas flacas. El año 2015 tuve que sobrevivir haciendo un blog, lo que era una cuestión bastante incierta.

—¿Ese fue Estado de propaganda? Ahí escribiste tus mejores artículos, inolvidables.

—En realidad, prefiero las crónicas políticas que escribí en el Hoy y en el Expreso porque nadie me conocía de cara y me metía en todos lados, nadie me jodía.

—Pero con Estado de propaganda hubo el enfrentamiento con Correa, te identificó ya, te insultaba en las sabatinas…

—Fui insultado en las sabatinas y Fernando Alvarado ya me jodía en lo personal, incluso me llamó a una confesión judicial con la idea de sacar de ahí material para entablar un juicio. Pero le fue muy mal porque sus preguntas eran muy pendejas y esa misma tarde despidieron al abogado que, además, era el abogado de la Presidencia.

—Una de las ideas de esto es meter miedo. ¿Te daba miedo escribir?

—No me suele dar miedo escribir cosas. A mí me fastidia que jodan y que uno tenga que dedicarle tiempo. Cuando me siento a escribir me olvido si alguien me ha amenazado o si alguien es mi pana o no es mi pana, me olvido de todo, solo me importa el texto.

La peor de todas

—De lo que has visto, desde que recortabas periódicos en tu adolescencia a la Asamblea actual que estás cubriendo, ¿se ha degradado la representación?

—En todo el mundo los congresos no suelen tener buena prensa, no suelen ser instituciones en los que la gente confíe o aprecie mucho. Pero sí se ha degradado de una manera inimaginable. De cuando el Corcho era presidente de la Asamblea, a la siguiente en la que Gabriela Rivadeneira fue presidenta, ya se notó un bajón, empezando por la calidad de las autoridades.

Los periodistas que cubríamos Asamblea solíamos decir que no podía haber nada peor que la Asamblea de Gabriela Rivadeneira, Marcela Aguinaga y Rosana Alvarado. ¡Oh, sorpresa, la siguiente fue peor! Y esta, que es la siguiente de la siguiente, es peor todavía; se ha degradado más.

Parte de la responsabilidad se la puede atribuir al voto obligatorio…

—Otra razón es que se hayan debilitado o disuelto los partidos políticos, que eran los canales de la participación popular.

—De hecho sí. Uno de los peores legados del correísmo es haber acabado con el sistema de partidos. Ha llegado a un nivel tan bajo que sí me deprime la cobertura de la política y el momento político del país en el que no parece haber salida. Soy de la generación de Rafael Correa y la mayor decepción de mi vida ha sido ver a mi generación en el poder. Que la izquierda llegue al poder era algo que uno esperaba. De pronto llega y es una mierda, llega mi generación al poder y es la peor que ha habido.

—¿Por qué tanta gente se embarcó en ese proceso?

—Porque nunca hubo una verdadera vocación democrática, especialmente en la izquierda. Yo llegué a valorar la importancia de la democracia cuando la perdimos, me di cuenta de que en realidad no era un país con vocación democrática, que a los ciudadanos en general, incluso los que se dicen liberales, no les importa mucho, que hay gente que prefiere sus pequeñas causas a la causa de la democracia. Por eso es que podría volver el correísmo en cualquier momento.

—Ya que hemos hablado de la parte inhumana, vamos al “lado humano” como dicen los periodistas. Cuando no estás pensando en cómo joderles a los políticos, ¿en qué te entretienes en la casa?

—Leo la mayor parte del tiempo que puedo, veo películas y ahora me paso en el jardín. Mi esposa, que se llama Valeria, es más aficionada al jardín, ella le da a las tijeras.

—¿Jardín con hortalizas también?

—Un poquito de hortalizas, queremos cosechar nuestra primera producción de ají, un rocoto que está buenazo. Y tenemos un árbol de higos que ya está cargando, los voy a cosechar antes de que lleguen los mirlos.

—Y ahora que el cannabis ya es legal, ¿tendrás alguna plantita de cáñamo por ahí?

—No, ya abandoné ese consumo, me pone demasiado paranoico. Ese sí es un síntoma de vejez mía.

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