Robert Gober: La individualidad universal

 


Por Daniela Merino Traversari

Fotos: cortesía del Moma y archivo

Es la universalidad en una obra de arte lo que hace vibrar nuestras fibras más profundas. Esta es la cualidad que nos ata como raza humana, que nos lleva a reconocernos en el otro, en ese espejo silencioso de la empatía, que lo abarca todo —o casi todo—, transformándonos para siempre desde un único encuentro con esa obra de arte. Paradójicamente, hay obras tan personales que, en vez de oscurecer esa universalidad, aluden a ella de inmediato. Los mejores artistas siempre encuentran la manera de construir un puente sólido sobre ese abismo que separa a la obra del espectador. Robert Gober es uno de ellos. Es ese artista quien ha utilizado sus experiencias de vida como materia prima para su creación, para delatar aquellas emociones que nos hacen universalmente humanos.

Este artista nacido en Wallingford, Connecticut, es una de las voces más poderosas dentro del arte contemporáneo. Gober se sitúa a la vanguardia de una generación de artistas que surgieron en los ochenta, encontrando nuevas maneras de unificar lo político con lo personal, lo accesible con lo misterioso, y sus objetos e instalaciones se ubican entre las obras más desafiantes de las últimas décadas.

Su arte es sutil, elegantemente perverso y minimalista, pero otras veces se transforma en una voz de protesta, escandalosa y avasalladora en contra de lo que implica el ser ‘normal’. A lo sexual, racial y religioso lo examina desde sus raíces, es decir, desde la infancia, su propia infancia. El artista comunica estos temas en diferentes dosis de arte folk, surrealismo, arte pop, realismo mágico y realismo social, además del body y performance art de los años setenta. Y sus obras nos pueden sensibilizar y espeluznar al mismo tiempo por su estética hiperrealista, por su aparente sinsentido, por su humor negro, o su carácter melancólico.

Humor y sexualidad periférica

Robert Gober se muda a Nueva York en 1976, ciudad en la que vive hasta el día de hoy, en la que se hizo famoso y expuso su trabajo por primera vez. Comienza como carpintero, haciendo bastidores para lienzos y pedestales para esculturas; además, renueva departamentos y construye casas de muñecas. Su formación estética comienza así, con la carpintería. Quizá por esta razón sus obras de arte (en su mayoría esculturas) tienen ese toque artesanal.

Al igual que Marcel Duchamp, Gober extrae objetos de su contexto original y los coloca en el espacio de una galería, cambiando su significado original. Nuestro escultor tiene muchos objetos que remiten a la fuente de Duchamp, aquel urinario que colocó en posición invertida dando lugar a una de las obras más subversivas de la historia del arte. Pero a diferencia de Duchamp, los objetos de Gober son creados por él mismo, son hand-made, y por ciertos elementos añadidos llegan a proyectar significados adicionales a los que propusiera Duchamp, quien cuestionaba la naturaleza del propio objeto artístico, empujando los límites del arte como medio.

Para Gober este cuestionamiento queda relegado a un segundo plano; más importante es inyectar a estos objetos una carga emocional, denunciando un trauma, evidenciando las diversidades sexuales, poniendo siempre en tela de juicio los estándares de normalidad dictaminados por la sociedad.Por ejemplo, sus sanitarios, construidos en madera y yeso, tienen una escala mayor a la real y exhalan un aire siniestro, muy perturbador dentro de su silencio, al igual que esas puertas entreabiertas detrás de las cuales no sabemos qué pueda estar pasando.

El filósofo francés estrella de esos mismos años setenta, Michel Foucault, introdujo el término “sexualidades periféricas”, explicando que cualquier aspecto que se distancie del concepto heterosexual normalizado se califica como negativo o ilegítimo. Siendo un artista abiertamente homosexual, Gober es un defensor y promotor de los derechos gay y desde su arte —desde sus esculturas— cuestiona severamente los límites de la sexualidad con objetos cotidianos atípicos, tales como aquellos urinarios en forma de Y o en diagonal, como sus lavamanos con varias perforaciones, o las cunas triangulares.

Las preguntas que emergen de estas piezas serían: ¿cuál es el sexo de una persona que utiliza un objeto así? ¿Quién encaja en algo tan extraño y disfuncional? ¿Cómo es su aspecto físico? En definitiva, las inquietudes que surgen al mirar estas piezas desafían un concepto establecido de normalidad, rompiendo esquemas y abriendo posibilidades riesgosas.

Gober construye objetos cotidianos y los carga de preguntas. Lo que descubre es inquietante, enervante y nos desarma. Aunque son piezas serias, es evidente que Gober las matiza con un poco de humor, quizá de un humor sutil, solo como puerta de entrada hacia ellas. El humor se convierte así en un dispositivo de desarme”, en palabras del artista, para acercarnos a la obra y penetrar en ella con otros ojos, como aquel lavamanos que parece que nos mira con sus dos orificios, casi como una caricatura.

Esto también sucede con la anatomía humana, que Gober utiliza como objeto cotidiano. Esos cuerpos mutilados o esas piernas abandonadas, hechas en resina, pueden generar risa al comienzo, pero a poco nos damos cuenta de su perversidad, de su presencia siniestra, desplegando vellos naturales, insertados uno por uno sobre la piel, causando asco y una profunda incomodidad. Estas piernas, que han salido de la pared o han sido seccionadas por la misma, quizá sean de las esculturas más provocadoras del artista, poseen humor, pero luego existe un discurso sobre el deseo sexual, el recuerdo, la muerte y el trauma del autor.

Luego del surgimiento del sida, junto con sus consecuencias sociales en la década de los ochenta, Gober comienza a explorar la topografía del cuerpo humano, del cuerpo roto, de la mortandad y de la sexualidad. Entonces recurre a los fetiches sexuales del deseo heterosexual para transformarlos en sentimientos de abandono, de duelo y melancolía homosexual, al que alude con una serie de fregaderos blancos con los que quiere transmitir la idea de que “cada uno cuide de sí mismo, porque nadie se ocupará de los jóvenes gays”.

Marilyn Minter, otra artista muy conocida de esa época declara: “Robert Gober fue profundo para mí. Él y yo crecimos juntos durante el mismo período, cuando todos a quienes conocíamos estaban muriendo de sida. Él hacía estas increíbles piezas metafóricas: el lavamanos con agua corriendo, la caja con veneno de rata, la foto de sí mismo vestido de novia. Todas tienen unos detalles realmente exquisitos. Al principio de los ochenta, yo era tan pobre que rentaba la parte frontal de mi loft a una galería de arte y él solía hacer casas de muñecas y les prendía fuego”.

Objetos: emblemas de transición

Recalquemos: Gober utiliza sus objetos artísticos para proyectar las angustias de su mundo interno, angustias propias de su época, de su género y de la educación ultracristiana que recibió desde pequeño. Ese arte doloroso y catártico le ha permitido reexperimentar sus traumas como un proyecto sanador y conciliador con su propia historia. Sin embargo, una de las características más sólidas de sus obras es su cualidad transitoria. Gober escoge objetos que son emblemas de transición. Esta cualidad es inherente al propio objeto, habita en él silenciosamente, pero en nuestra cotidianidad no lo tomamos en cuenta, damos por hecho al propio objeto sin repensar su significado.

En palabras del mismo artista: “Son objetos que completas con el cuerpo, y que de una forma u otra te transforman, como el lavamanos: de lo sucio a lo limpio; la cama: de lo consciente a lo inconsciente, del pensamiento racional al sueño; las puertas te transforman, moviéndote desde un espacio a otro”.

Y hay un espacio, un espacio neutro entre lo sucio y lo limpio, lo consciente y lo inconsciente, entre lo racional y el sueño, entre una puerta y un nuevo ámbito. Se trata de un espacio invisible, lleno de dudas, por donde todos debemos pasar para que surja un nuevo estado de ser o un nuevo hábitat. Goberexpone este espacio en transición al escoger objetos claves de la cotidianidad del ser humano, objetos que de alguna manera marcan y perfilan nuestra identidad. Al transformarlos, al aumentar orificios en un lavamanos, torcer las barras del corral de un niño o mostrar un espacio interior como si fuera exterior a través de una puerta, abre posibilidades, provoca preguntas y exalta la naturaleza transformadora del ser humano.

Es en este espacio de transición donde, según elartista, se junta lo espiritual y lo psicológico, lo individual y lo universal, lo complementario y lo contradictorio. Gober nos está diciendo que la transición es inherente a todos, siendo por ello imposible de rechazar.

El lenguaje artístico de Gober es uno de los más poderosos del mundo del arte de las últimas décadas. No es un lenguaje indescifrable, pero por ser altamente personal, tiende a ser muy enigmático y, por ello, no puede ser conocido ni traducido en toda su plenitud. Su humanidad nos invade y su lenguaje se vuelve universal y allí radica su fuerza. Sus obras nos atrapan desde cada rincón de nuestras emociones. Sus obras están llenas de capas que van develándose, pero aún más para quienes están dispuestos a mirar más allá.

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual

Recibe contenido exclusivo de Revista Mundo Diners en tu correo