Ricardo Noboa: ¿Existe o no la oligarquía guayaquileña?

Fotografías: José Sánchez, cortesía y El Comercio.

Aunque quince años menor que su hermano Gustavo, Ricardo Noboa irrumpió en la alta política en la misma década de los ochenta, bajo la tutela de Febres Cordero, quien le nombró ministro de Industrias, Comercio, Integración, Pesca y Turismo. Fue entonces cuando lanzó los carros populares: el Suzuki Forsa y el Fiat I. Luego sería tesorero de las campañas de Jaime Nebot, pero cuando León hizo con Abdalá el Pacto de la Regalada Gana, por pura decencia se desafilió del PSC, convirtiéndose en un paria en el Concejo Municipal.

Esos altibajos de la política no le impidieron mantener durante décadas su cátedra de Derecho en la Universidad Católica de Guayaquil ni asistir los sábados al béisbol que se jugaba en el Yeyo Úraga. Pero su actividad principal hasta el día de hoy ha sido litigar en los tribunales de diversas provincias, de modo que conoce a fondo los problemas de la justicia, donde muchos meten la mano. O el billete. Oigámosle desde el principio.

—¿Por qué entraste a estudiar Leyes en la Católica?

—Porque cuando estaba en el Cristóbal Colón las matemáticas no se me daban por ningún lado y era un incansable lector. Hubo también una serie de televisión en blanco y negro, Perry Mason, que me parecía espectacular.

—El famoso Perry Mason.

—Famoso. Así que entre la lectura, Perry Mason y esta especie de alejamiento de las matemáticas, me fueron conduciendo al Derecho.

—¿Cómo era el ambiente político entre los estudiantes esa época? ¿Qué se discutía? ¿Qué se planteaba?

—Particularmente la Facultad de Derecho era la caldera de la política a inicios de los años setenta. Había dos grupos claramente diferenciados; uno que lo representaba un líder estudiantil que se llamaba Jaime Moreno González, un hombre muy inteligente, de centroderecha; y el otro grupo que lo lideraba un movimiento que se identificaba con la Izquierda Democrática (ID).

Los líderes de aquella época de la Católica pasaron a ser militantes de la ID muy activos. Xavier Ledesma, Nicolás Iza, Eduardo Jiménez Parra y Jorge Gallardo Zavala en Economía, eran los que llevaban el liderazgo de la centroizquierda en la universidad. Estos enfrentamientos hacían que en la Asociación de Estudiantes de Derecho más o menos se alternara la presidencia entre el grupo de Jaime Moreno, que se llamaba Frente de Universitarios Católicos (FUC), versus el grupo de los Ledesma.

—¿Tú estabas en el FUC?

Con la cúpula del PSC en 1992: Ricardo Noboa, León Febres Cordero, Jaime Nebot y Heinz Moeller.

—Yo estaba en el centro, mi querido amigo.

—¿Y cómo así, estando en el centro, te afiliaste al Partido Social Cristiano?

—Primero voté por Jaime Roldós Aguilera en el año 79, pero luego me fui identificando con las tesis de Febres Cordero y participé en su Gobierno sin ser afiliado al partido, era simplemente simpatizante, me afilié en el año 91.

—El de Febres Cordero fue un Gobierno de empresarios, se lo calificaba también como el Gobierno de la oligarquía guayaquileña, ¿Había algo de eso?

—A ver: Febres Cordero era un empresario nato efectivamente, pero que terminó muy disgustado con el empresariado. Las reuniones de Febres Cordero con el empresariado costeño, que era algo también de Quito, en los años 87 y 88, fueron sumamente duras. Al final del día, Febres Cordero terminó siendo un líder populista, más allá de su ideología de centroderecha que es la que lleva al Frente de Reconstrucción en el 84 al Gobierno. Creo que a Febres Cordero políticamente lo reivindica mucho la alcaldía de Guayaquil.

El presidente León Febres Cordero nombra ministro de Industrias a Ricardo Noboa. A su derecha, el ministro saliente, Xavier Neira. Quito, 1987.

—¿Existe la oligarquía guayaquileña? ¿Existía en esa época?

—No. Sinceramente creo que es un concepto elaborado, producto de las luchas políticas. “Pueblo contra trincas”: ¿existió eso realmente con Guevara Moreno, uno de los aristócratas de la política nacional? ¿Don Asaad Bucaram encarnaba el pueblo contra trincas luego de haberse unido a los patriarcas de la componenda el año 79? Son eslóganes, Pablo. Febres Cordero no llevó a muchos empresarios al gabinete, llevó a Marcel Laniado de ministro de Agricultura; y llevó a técnicos: Swett, Emanuel y Dahik, en aquella época jóvenes que encarnaban a un grupo de técnicos de centroderecha.

—Eran vistos como los primeros neoliberales.

—También es un preconcepto: eran técnicos que provenían de universidades americanas con mucho conocimiento de las cosas. La oligarquía guayaquileña clásica, de los años veinte, eran los grandes hacendados cacaoteros, los gran cacao, era la época en la cual la Costa tenía un enorme poder para poner presidentes de la República. Luego fue cediendo con el transcurso del tiempo…

—Luego estaba Noboa Naranjo. ¿Era él quien ponía los presidentes o no?

—No creo que Noboa Naranjo haya puesto presidentes. Efectivamente, Febres Cordero encarnaba algo de lo que tú dices, era el gerente de las empresas de Noboa pero tomó distancia muy pronto: cuando fue candidato a legislador en el año 79, renunció y se distanció de Noboa, esa es la verdad.

—¿Cuál fue tu papel en el ministerio? Tenías un ministerio muy importante: Industrias, Comercio, Integración y Pesca. Solo faltaba el petróleo ahí.

—(Ríe). Primero fui subsecretario de Recursos Pesqueros, el 84, y, sin falsa modestia, levantamos al sector pesquero y al sector camaronero. Me retiré en octubre del 86 y Febres Cordero me volvió a llamar en marzo, cuando Xavier Neira renunció al ministerio. Ahí me encargaron la cartera que tú dices, que efectivamente era enorme: industrias, comercio, integración, pesca y turismo, que también estaba incluido. Me hice cargo en momentos muy complejos y me quedé con Febres Cordero hasta agosto del 88, y logramos hacer algunas cosas muy interesantes.

—¿Cuál era la idea en industria? O una pregunta más general: ¿por qué no se ha dado la industrialización en el Ecuador?

—Acuérdate de que, en la década del setenta, casi estaba prohibido importar, había que consumir lo que era producción nacional y para eso se alentaba con exoneraciones tributarias a las industrias.

Ese modelo cepalino no aguantó en América Latina y poco a poco fue cediendo a un modelo de apertura que trataba de privilegiar al consumidor, o con producto local o con producto importado porque la calidad era lo que prevalecía.

Yo intenté reformular la política automotriz para tratar de diversificar y ahí vino el famoso carro popular que apuntaba a decirle a la industria automotriz: “Oye, industria automotriz, tú que tienes tanta exoneración tributaria, fabrica un carro económico y de consumo masivo”. Y lo logramos.

—¿Hablas del Suzuki Forsa?

—Hablo del Suzuki Forsa, que aún lo veo en las calles de vez en cuando, y del Fiat Uno.

—¿Cuánto afectó la ruptura del oleoducto al Gobierno de Febres Cordero?

—A Febres Cordero lo afectó Taura y la ruptura del oleoducto. Lo primero fue un tema psicológico de enorme trascendencia en el manejo político, y cuando el Congreso le pidió la renuncia estando secuestrado, eso le afectó mucho. Y el terremoto nos afectó económicamente muchísimo, tuvimos que pedirle prestado petróleo a Venezuela, al presidente Lusinchi, que era amigo de Febres Cordero, a pesar de ser de tendencia socialdemócrata. Nos prestó petróleo y nos permitió cruzar el bache hasta que se reparó el oleoducto.

“¡Corra, doctor, corra!”

—¿Fuiste jefe de finanzas de la campaña de Nebot el año 92?

—Fui tesorero de la campaña de Jaime Nebot en el año 90 para ser diputado, y el año 92 para ser presidente, efectivamente, muy buen amigo. Nebot perdió y León fue candidato a alcalde y ganó. Yo fui candidato a diputado y llegué al Congreso.

—¿Cómo fue tu experiencia en el Congreso?

—Extraordinaria, no la cambio por nada. Era un lindo Congreso, en el Partido Social Cristiano estaba Heinz Moeller que era el jefe de bloque; en la ID estaban Andrés Vallejo, Antonio Rodríguez Vincens; en el PUR estaba el doctor Carlos Julio Arosemena Monroy; en el PRE, que eran mis adversarios naturales, estaban Jacobo Bucaram y Fernando Rosero, con quienes podía debatir…

—¿De la Democracia Popular quien estaba?

—Carlos Vallejo y Ramiro Rivera eran buenos parlamentarios. Vallejo fue presidente del Congreso con los votos del partido de Gobierno. Yo vivía en Quito y trabajaba en el Congreso de nueve de la mañana a ocho de la noche, tramitaba los proyectos de ley porque era el encargado de la parte legislativa. Luego, Febres Cordero me encargó la fiscalización a Elsa Bucaram, que concluyó con una sesión compleja, tormentosa, donde se levantó su inmunidad parlamentaria.

Luego vino el pacto con el PRE y decidí irme del partido pues, la verdad, después de haber luchado como luché, no tenía sentido que hubiera semejante pacto.

—¿Cuándo fue que los roldosistas te persiguieron para pegarte?

—(Ríe). El 10 de agosto del 94 se dio la elección de presidente del Congreso: eligieron a Heinz Moeller y a Marco Proaño Maya. Yo era concejal de Guayaquil y el 11 o 12 me desafilié públicamente, y le pedí al alcalde de Guayaquil que presentara acusación particular contra Elsa Bucaram por el delito de peculado, porque era indispensable que el Municipio de Guayaquil fuera parte procesal, de lo contrario, la denuncia iba a prescribir. Febres Cordero se disgustó pero no le quedó más, y puso la acusación particular contra Elsa Bucaram.

La Corte me llamó como testigo, una especie de testigo de cargo, y fui, en Quito, a la Corte Superior a decir lo que sabía sobre los líos que hubo en el Municipio de Guayaquil. A la salida de la declaración, que no pude presentar porque me olvidé la cedula de identidad, había una turba de entre doscientas y trescientas personas que me esperaba afuera, y cuando salí, la turba me pifió, me gritó cosas, hasta que una exreina de Guayaquil cogió su cartera como una especie de onda al estilo de David y me pegó un carterazo en la cabeza que todavía me duele.

En ese momento, uno de los chicos de seguridad me dijo: “Corra doctor, corra, que esto se complicó”. Así que pegué la carrera al Congreso y corrí más que la turba porque llegué primero y me refugié en el hall del Congreso Nacional. Después ya tenía un problema político muy grave tanto con el Partido Social Cristiano como con el roldosismo.

—¿Cómo era tu relación en el Consejo Municipal con Febres Cordero?

—Muy tensa, muy mala. Después de haber sido uno de los militantes más en la línea de Febres Cordero y de Jaime, a tal punto que Febres Cordero me pidió que fuera candidato a la concejalía, pasar al otro lado de la mesa, con una relación ya quebrada, fue sumamente tenso. Aparte de que mis adversarios políticos eran los roldosistas y tuve muchas polémicas con Fernando Rosero. Rosero votaba con Febres Cordero, yo también votaba porque lógicamente me identificaba con el proyecto, pero era realmente un judío errante en el Concejo Cantonal.

—Se ha comparado el pacto actual entre Nebot y Correa con el Pacto de la Regalada Gana, ¿qué te parece a ti?

El diputado Ricardo Noboa en el Congreso Nacional de 1993: “Fue una experiencia extraordinaria”.

—Sí, me parecen comparables porque estamos hablando de antípodas políticas. Así como en el año 94, luego de que Febres Cordero dijo que la administración de Elsa Bucaram se había robado “hasta el sillón de Olmedo”, era inadmisible el pacto, así también resulta inadmisible hoy y el presidente Lasso hizo bien dinamitando, por su parte, ese acuerdo para que el socialcristianismo se entienda con Correa en el Congreso Nacional; riñe con la ética totalmente.

—¿Por qué en Guayaquil hay este estilo caudillista y puede haber un líder como Febres Cordero tantas décadas y luego heredar el liderazgo Jaime Nebot? ¿Por qué se acepta eso?

—Porque el guayaquileño es un hombre práctico, el sector medio y popular trabaja todos los días para poder sobrevivir, le interesa el bienestar. Y tuvimos años de años de alcaldías desastrosas, que denigraron y le quitaron la autoestima al ciudadano guayaquileño, el aeropuerto era una vergüenza, las calles de la ciudad eran un desastre.

Cuando vino Febres Cordero, hombre de grandes ejecutorias, extraordinario gerente, cierra el municipio unos sesenta días o más y lo reorganiza, la gente se entusiasma con el nuevo proyecto y le da un aval. Hay estabilidad, la ciudad se transforma y el guayaquileño le agradece eso. Entonces, no es un tema de caudillismo, sino de eficiencia. Y a la ciudad la termina de recuperar Nebot desde el año 2000.

La del 97 era buena

—¿Cuándo empiezas a dar clases en la Católica?

—He sido un enamorado de la cátedra, Pablo, me gradué de abogado el 7 de octubre de 1977, y el 13 de octubre comencé a dar clases en la Católica. (Cuenta que incluso cuando vivía en Quito entre semana, daba clases el sábado. Pero dejó la cátedra en 2002 porque era terriblemente complicado el problema del tráfico).

—Se ha insistido en que parte del problema de la justicia es la mala formación de los abogados. ¿Tiene alguna razón esta posición?

—No, no estoy de acuerdo. El problema de la justicia en el Ecuador es, en primer lugar, un problema de presupuesto, la falta de presupuesto de la Función Judicial y del Consejo de la Judicatura es absolutamente crónica, los sueldos que ganan los jueces no armonizan con la enorme responsabilidad que tienen. Entonces, un poco, el tema de la corrupción judicial se ha convertido en algo absolutamente cultural y cotidiano: hay jueces que consideran que no tiene nada de particular el que, en un momento dado, por darle la razón a una de las partes, se reciba un honorario.

En segundo lugar, sí, efectivamente, hay un tema ético que gira alrededor de las Cortes y que también ha girado alrededor de la politización de la justicia. Aunque eso hay que agradecérselo a Lenín Moreno, que dejó de meterle la mano a la justicia luego de que Correa se la metió desde el año 2008.

—Recuerdo que al Palacio de la Justicia, en Guayaquil, le llamaban el Palacio de la Moneda.

—(Ríe). Sí, efectivamente. Pero en el Ecuador, en general, es una justicia que tiene que mejorar mucho, en Quito también, en Manabí sin duda alguna, en El Oro… Lo digo porque ejerzo la profesión a plenitud y litigo, entonces tengo mucho contacto con tribunales de distintas provincias. La diferencia es que la Corte de Guayaquil ha sido muy apetecida políticamente, fue parte de un feudo político durante muchísimo tiempo y el Partido Social Cristiano manejaba las Cortes en Guayaquil. Eso afectó a la imagen de la Función Judicial sobremanera porque no solamente era un tema de moneda, también era un tema de persecución.

—Respecto de la Asamblea Constituyente del 97, ¿a qué crees que se debe esa manía del Ecuador de creer que con una nueva Constitución se arregla la realidad y no al revés?

—Porque hemos tenido constituciones tremendamente reglamentalistas; porque no hemos tenido la visión suficiente para pensar que una Constitución no es un plan de Gobierno, sino un grupo de normas que debería permitir gobernar a cualquier presidente de la República. Creo que la Constitución del 97-98 era una buena Constitución, no se necesitaba la de Montecristi, que es una Constitución hecha a la medida del programa de Gobierno de Correa. Pero la ciudadanía en general no creo que tenga la necesidad de andar reformando la Constitución a cada momento. Eso es parte de un déficit de nuestra clase política.

—¿Qué fuerzas se enfrentaban ahí?

—En la Constituyente del 97 se lograron consensos muy importantes entre las diversas fuerzas políticas. Al principio se hizo la mayoría socialcristiana, Democracia Popular y FRA. Yo votaba con ellos la mayor parte de las veces; otras votaba con la ID, por ejemplo, cuando se trataba de la reforma política de la Asamblea, porque el Partido Social Cristiano no quería realmente ninguna reforma política de fondo.

En temas polémicos no se pudo reformar la seguridad social ni se pudo incorporar el sistema bicameral que hubiera sido conveniente…

—Tampoco se puso la votación de legisladores en la segunda vuelta porque finalmente Jaime Nebot se desmontó de eso.

—Sí, exactamente, tienes razón. Es que la Asamblea tuvo un adversario que fue el presidente Alarcón; el presidente no simpatizaba con la Asamblea, y el Congreso de la época tampoco, de tal manera que al final la Asamblea se vio muy golpeada cuando el Partido Social Cristiano la abandonó.


Con sus hijos Ricardo y Esteban y varios nietos en 2018.

Del Conam a Taura II

—¿Mientras tu hermano era vicepresidente colaboraste con él?

—No. Te cuento: un día, conversando con mi hermano Gustavo, hermano que ha sido mi padrino y preceptor, y con quien siempre me unió una maravillosa relación de hermandad y amistad, me dijo que lo había llamado Jamil Mahuad y le había propuesto la vicepresidencia de la República y le dije: “Hermano querido, anda adelante porque es tu momento, es la hora en la cual tú que has sido un académico y un educador pueden servir al país desde un cargo público”. Así ocurrió y yo en las elecciones del 98 fui candidato a diputado independiente, perdí y durante esa vicepresidencia no tuve ninguna participación política ni pública.

—¿Cuándo entraste al Conam?

—Gustavo subió el 22 de enero del año 2000, un mes y medio después me llamó, con Pancho Huerta y Juan Manrique, y me dijeron: “Tú participaste muchísimo en la discusión de la ley de modernización del Estado cuando fuiste diputado y aquí hay que entrar a consolidar el proceso de dolarización”. Entonces me pidieron que me hiciera cargo de la presidencia del Conam. Director ejecutivo era Antonio Peré, nombrado en el Gobierno de Mahuad y que siguió en el cargo. Trabajamos en la Trole 1 con Jorge Guzmán Ortega, ministro de Finanzas, y en la Trole 2, que fueron las leyes que apuntalaron el proceso de dolarización.

—¿Por qué se distanció Febres Cordero del presidente?

—El distanciamiento ni siquiera fue de carácter político: se produjo por una reacción de Febres Cordero contra la amnistía que Gustavo expidió a favor de Lucio Gutiérrez y otros, y que la anunció en la base de Taura. Esa es la verdad; luego vino una pelotera gigantesca.

—¿Por qué le molestaba tanto a Febres Cordero esa amnistía?

—Te decía que el tema de Taura marcó la vida de Febres Cordero, y no discuto eso. La amnistía a los sublevados cuando se cayó Mahuad era un tema de reconciliación nacional, no solamente era un compromiso político, sino que eso restañaría las heridas y había tardado el anuncio. Políticamente, quizá, anunciar la amnistía en Taura podía haber herido sensibilidades, pero tenía que ser un anuncio público y el presidente Noboa tenía una sesión en Taura y las Fuerzas Armadas le pidieron que hiciera el anuncio. Febres Cordero resintió que se hiciera un anuncio de una amnistía justamente en la base de Taura. Luego hubo declaraciones públicas de lado y lado, que terminaron afectando la relación y pusieron al Partido Social Cristiano en la oposición.

Lassista de vieja data

—¿Desde cuando eres amigo de Guillermo Lasso?

—Desde la década del setenta más o menos, porque él trabajaba con su cuñado Danilo Carrera. Yo era abogado de algunos socios de Danilo Carrera y nos veíamos en el edificio Finansur, donde trabajaba Guillermo, cada vez que había algún directorio o alguna reunión.

—¿Participaste desde su primera campaña presidencial en 2012?

—El candidato natural del centroderecha era Jaime Nebot, tenía el liderazgo, tenía la imagen, tenía la propuesta, pero cuando Nebot decidió no ser y Lasso recogió el guante, yo dije: “A este hombre hay que respaldarlo, porque este es el hombre que está asumiendo el reto”, y lo respaldé en 2012, en 2017 y en 2021. Creo que es el hombre preparado para sacar adelante al país, no tengo duda alguna.

—¿Participabas en las reuniones de este famoso think tank de los libertarios?

—No. Ecuador Libre es un tanque de pensamiento de gente joven, una fundación que Guillermo creó hace muchísimo tiempo. Yo simplemente he participado en grupos que han conversado con él a través del tiempo.

El principal asesor político y amigo personal y directo de Guillermo fue siempre Andrés Crespo, un hombre de un talento singular y de un gran sentido del humor. Mi relación con Andrés siempre fue muy afectuosa también y había ocasiones en que nos juntábamos los tres a conversar.

—¿Por qué los empresarios no han cerrado filas detrás de un presidente como Guillermo Lasso, como lo hicieron con Febres Cordero al principio?

—Creo que Guillermo tampoco es de aquellos que pide que cierren filas, porque más allá del empresariado hay un Ecuador muchísimo más grande que requiere ser escuchado y atendido. Si Guillermo es el presidente de un Gobierno del Encuentro, ese encuentro no es solo con los empresarios, para nada, porque muchas veces los intereses de unos no son los intereses de otros. En ese sentido, él es un hombre muy sensato.

—Leía un artículo tuyo de los cien días de Gobierno donde todo era entusiasmo y rescatabas lo positivo. En un mes cambió radicalmente la situación y estamos en la crisis que estamos. ¿Qué pasó?

—¿Estamos en crisis o se está creando la crisis? Yo camino por las calles de la ciudad, comparto con gente, ejerzo mi profesión y no siento para nada que haya una crispación social, como he sentido en el Ecuador de los últimos años en muchísimas ocasiones. Lo que siento es una gestación política para crear las condiciones de una crisis política.

La crisis política que se da con la Conaie, que se da en la Asamblea y que se da con el FUT, no la siento en la calle para nada ni siento que es una crisis social.

Adiós al regionalismo

—¿Cuánto ha afectado el regionalismo a la política ecuatoriana?

—La mejor manera de integrarnos en los últimos tiempos ha sido Internet y Zoom, esos son los mejores enemigos del centralismo. Hoy puedes comunicarte con cualquier persona en Quito, en cualquier ministerio de Estado, en cualquier dependencia de la función pública, a través de un Zoom. Inclusive si tengo una audiencia en la Corte Nacional de Justica, la puedo hacer a través de Zoom.

¿Por qué se produce el regionalismo? En gran medida se produce porque Quito acusa a Guayaquil y Guayaquil acusa a Quito de lo mismo, de una concentración de poder. Durante toda la década del noventa discutimos el tema de las autonomías, ¿te acuerdas? Fue una gran discusión nacional. Yo he sido un autonomista, en la Constitución del 98, en la Asamblea, planteé el artículo que creaba las regiones autónomas, ganamos la votación, pero no se obtuvo la mitad más uno porque el Partido Social Cristiano abandonó la Asamblea.

Hoy el país no discute ya el tema de las autonomías, la tecnología ha hecho que se supere esa discusión política y también, por supuesto, el fortalecimiento de los Gobiernos Autónomos Descentralizados. La discusión del regionalismo es bastante anacrónica, la nueva generación creo que se curó de ese virus, ojalá.

—Pero se sigue percibiendo al Estado como una gran teta a la que hay que exprimir como sea. Antes las movilizaciones eran contra el Estado centralista, ahora contra el Estado burgués, eso no ha cambiado.

—Pero esa no es una visión regional, es una visión ideológica desde el punto de vista de actores de la política que consideran que todavía en el Ecuador debe prevalecer el concepto del Estado de bienestar.

Correa denigró esa discusión, convirtió al Estado en un ser obsceno en la participación nacional, metiendo la mano a diversas funciones del Estado, concentrando poder y atentando contra la democracia. Esa presencia omnímoda del Estado benefactor, el Estado protagonista, ha durado catorce años realmente, aunque Lenín Moreno logró desmontar algunas cosas, el país le debe agradecer a Moreno sobre todo la consulta popular del año 2018.


Ricardo y su esposa Vivan en 1996.

Eso es un tema de visión respecto de cómo debe conducirse el Estado: la Conaie tiene una visión del Estado, los trabajadores tienen otra visión, el empresariado tiene otra, pero al pueblo ecuatoriano no le interesa mayormente esa discusión ideológica de cuánto debe el Estado ser protagonista en la vida, sino que le den servicio y bienestar.

—Pasando a otra cosa, ¿cómo así te gusta el béisbol, que es un deporte misterioso para la mayoría de los ecuatorianos?

—Porque iba al béisbol aquí en Guayaquil, todos los sábados con mi hermano Ernesto, al estadio Yeyo Úraga; yo era partidario de Barcelona, mi hermano Ernesto de Emelec, como en todo. Hoy sigo la serie mundial a través de la televisión. El béisbol es un apasionante deporte.

—Cuando lo entiendes; si no, se lo ve muy aburrido. ¿Qué otros hobbies tienes? ¿Te gusta la música?

—En deportes, el fútbol y el tenis, y sí, leo mucho, siempre leí mucho. Cuando tenía diez años, papá me regaló los Clásicos Jackson, que era una colección de cuarenta tomos de clásicos maravillosos, no sé si tú estás familiarizado con esa colección de la época…

—Hum, no…

—Pero te confieso que últimamente las series históricas de la televisión, que son muy bien logradas, captan mi atención. Y sí, la música por supuesto, me encanta la ópera y la música clásica. No soy un hombre de mar, soy hombre de tierra. Me gusta jugar tenis, jugaba fútbol, hemos sido una familia muy grande, entre hermanos y primos hemos vivido haciendo deporte con mucha frecuencia.

—¿Cuántos hijos tienes?

—Cuatro, dos hombres y dos mujeres, y diez nietos.

—¿Ellos no han heredado tu pasión por la política?

—Ninguno, gracias a Dios. A ver, Esteban, mi hijo abogado, sí tiene alguna inclinación política, pero tiene un férreo control marital como para que no se meta en política todavía.

—¿En tu caso falló el control marital entonces?

—Bueno, falló durante veinte años, pero se está ejerciendo a plenitud hoy en día.

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