Retrato del artista como una niña pequeña


Por Juan Fernando Andrade ///

Fotos: Catalina Kulczar-Marin ///

Fabiana Aguirre tiene once años y se dedica a cantar, actuar y bailar en obras de Broadway, la capital mundial del teatro, en la ciudad de Nueva York. Mundo Diners se enorgullece en contar cómo llegó hasta ahí. Esta es la historia de una niña fabulosa, y recién comienza.

Una niña pequeña, de apenas dos años, está bañándose dentro de una tina. La niña abre y cierra la boca, abre y cierra los ojos. La niña está cantando y esa voz revuelve el agua que la rodea. La canción se llama Parte de tu mundo y es la misma que canta la princesa Ariel en La Sirenita cuando, dentro de su cueva en lo más profundo del mar, confiesa a sus amigos que el océano no es lo suficientemente grande para ella. “Quiero estar donde está la gente, quiero verlos caminando con esos, ¿cómo se llaman?, ah, ¡pies!”. “A los dos años no podía pronunciar las palabras muy bien, pero esa era mi canción favorita, todavía la canto en algunas audiciones”, me dice Fabiana. “Quería cantar desde que nací. Cuando era una bebé no lloraba, gritaba con todas mis fuerzas. Creo que ahí empecé a cantar”. Sus palabras bailan detrás de una sonrisa.

La vemos mojarse la cara, tiene agua en la frente y en las mejillas. Al principio es así, el rostro de Cenicienta está cubierto de sudor y su ropa vieja está llena de polvo. Fabiana ha usado este vestuario tantas veces que ya parece un trapo, como en el cuento. Está encerrada en su cuarto, sola, jugando. Se sabe la película de memoria y cualquiera que la viera diría lo mismo: el cuento no pasa ni en el libro ni en la televisión, pasa en la niña, en su pequeño cuerpo moviendo la historia. “No me ponía polvo en la cara porque no sabía nada del teatro ni del maquillaje”, me dice. Salta en la cama y da vueltas en el piso mientras su mamá repite cuidadito, cuidadito me desordenas el cuarto porque ya lo arreglaron. Fabiana tiene siete años, todavía no la han llamado para ninguna audición, todavía no le han dicho los horarios de ningún ensayo, pero ya pasa varias horas en el escenario porque el mundo es su escenario.

Se queda bien quietecita en su cama porque ahora juega a La bella durmiente y hay que hacer así. Después viene la parte en la que baila con el búho y canta que ya la conocemos y que amaremos como lo hicimos una vez, durante un sueño. Cuando sus tíos, sus abuelos o los amigos de sus padres llegan de visita, ella les dice vengan que les voy a hacer un show: los grandes se ríen, aplauden y dicen qué linda, mi amor. Alguien comenta que la bebe canta precioso. Un día su profesora le pide que represente a su grado en el show de talentos de la escuela, Fabiana gana ese concurso y entonces le piden que participe en otro, en el que compiten más de veinte escuelas del estado de la Florida, en Estados Unidos.

Entra al escenario por el lado izquierdo, lleva un vestido claro con rayas de colores y un suéter blanco. Es tan pequeña que parece una muñeca, un juguete que ha cobrado vida de pronto. Pone una mano sobre el micrófono y con la otra agarra el pedestal que lo sostiene, como una profesional. Se escuchan unos aplausos y una voz de mujer que grita Fa-bi. Así le dicen, Fabi. Fab, pienso, es una niña fabulosa. Esa noche canta Tomorrow, de Annie, el clásico de Broadway. Durante la primera estrofa esa voz es quieta y suave, tierna, pero casi enseguida se va volviendo más y más alta, más y más fuerte, y es como si esa voz llenara todos los espacios porque eso es precisamente lo que está pasando. “Mañana brillará el sol, mañana, solo falta un día para mañana”. Más aplausos y asombro y envidia en las caras de las mamás que se encuentran en el público. “¿Te acordarás de nosotros cuando estés en Broadway?, yo podría ser tu agente”, le pregunta la anfitriona del concurso. Fabiana no sabe cómo responder, solo se ríe, pero esto no es una broma. Una de las juezas pregunta dónde está la mamá y cuando la encuentra le dice: “recuerde este día porque ella será famosa, ella irá a Broadway, solo quiero que lo sepa”. Se escucha una voz de mujer —muy conmovida y algo avergonzada— que repite thank you, thank you. Otro miembro del jurado dice: “me recuerdas a la niña que canta en los juegos de los Heats, tienes una voz gigante”.

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Vemos a una mujer sentada frente a su computadora, la luz del monitor le alumbra la cara. Está mirando un video en YouTube, es un programa de televisión en el que entrevistan a Julia Dale, la niña que canta el himno nacional en los partidos de los Miami Heat, los Heats. La imagen se detiene cuando aparece Jeanette Hopkins, la profesora de canto de la niña. La mujer escribe ese nombre y ese apellido en el buscador de Google y descubre que en Miami viven cinco personas llamadas Jeanette Hopkins. Toma el teléfono, marca los cinco números y como nadie le contesta deja cinco veces el mismo mensaje: “Hola, me llamo Fernanda Plaza, si usted es la profesora de canto, por favor, llámeme, mi número es”. La noche anterior, Fernanda y su esposo, Xavier Aguirre, habían decidido que su hija tomara lecciones con la mejor profesora que pudieran conseguir en Miami. Fernanda y Xavier se hicieron amigos cuando vivían en Guayaquil, mientras iban al colegio, se hicieron novios en la universidad y ya nunca más volvieron a separarse. Ambos se graduaron de la carrera de Finanzas en 1999, en Boston, “cuando lo de Mahuad”, me dice Fernanda, “¿qué es eso?”, nos pregunta Fabi, luego se casaron y acordaron quedarse en Estados Unidos.

Jeanette Hopkins recibe a sus alumnos en su casa, en Kendall, al sur de Miami. Fernanda maneja 45 minutos de ida y 45 minutos de vuelta para que Fabi tenga una hora de clases a la semana. Vemos un auto que avanza entre otros cientos de autos sobre una autopista, Fabiana le cuenta a su mamá que su nueva profesora le está enseñando a respirar, “cuando estoy cantando tengo que respirar por mi estómago”, le dice. Antes de instalarse en Florida, la señora Hopkins vivía en Nueva York, donde trabajan varios de sus estudiantes. Fernanda tuvo que insistir un mes, dice, antes de que Jeanette Hopkins aceptara conocer personalmente a su hija. Fue en junio de 2013 cuando la niña acababa de cumplir ocho años. Hasta este momento la pequeña ha recibido clases de canto en un lugar llamado Broadway Kids y en el Conservatorio de Música de Miami, donde le han enseñado que eso que ella es se llama soprano. Esta es quizás la primera audición de su vida, cuando canta en la sala de la casa de la señora Hopkins y esa voz hace temblar las paredes.

Varios meses después, en noviembre, Fabiana se fue de viaje a Nueva York con su familia: su papá, su mamá y su hermano menor. Fabiana ya conocía Manhattan, a los cuatro años había visto el musical de La Sirenita y luego, de regreso en su casa y en su cuarto y en su baño, volvió a llenar la tina con agua y con espuma: mientras cantaba, su pelo negro reventaba las burbujas blancas. Iban a ver el desfile que Macy’s, una de las tiendas más grandes del mundo, monta siempre el día de acción de gracias, con bailarines, carros alegóricos y gente que canta y baila por la calle, desde un costado a la mitad de Central Park hasta Heral Square, en la calle 34. También iban a ver musicales que ella nunca había visto: Annie, El rey león y uno que quería ver su hermano y que Fabiana no vio porque prefirió quedarse dormida, El hombre araña. Durante ese viaje, precisamente en el intermedio de Annie, pasa esto: Fabiana le dice a su papá que algún día ella va a estar en ese escenario y él le dice: “estoy seguro que sí”. Después la niña levanta el brazo y le muestra la mano, su dedo meñique está extendido. Él hace lo mismo. Las manos de ambos se acercan la una a la otra. Padre e hija hacen un lazo con los dedos.

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El verano siguiente, a los nueve años de edad, Fabiana debuta en el teatro haciendo el papel de Little Cosette, uno de los personajes principales de Los miserables. Se trata de una producción del teatro comunitario de Pembroke Pines, en el condado de Broward, Florida. “Los shows eran durante los fines de semana y, además, la niña estaba en vacaciones, entonces no le afectaba en nada. Es más, esa fue la prueba de fuego, porque yo quería saber si a ella de verdad le encantaba. Es lo mismo y lo mismo, es larguísimo, pero ella estaba en su salsa, entre más la escuchaba más le gustaba”, me dice Fernanda. El musical, basado en la novela de Víctor Hugo, dura casi tres horas, Fabiana aparece en escena tan solo unos minutos pero quiere estar ahí todo el tiempo, siente que en los pasillos y en los camerinos hay un lugar donde podría quedarse a vivir. Fabiana puede ver el futuro y en el futuro ella está en un lugar como este. “No puedo evitarlo. Es mi pasión. Es mi vida”, me dice. Apenas un mes después, en julio de 2014, Jeanette Hopkins atiende la llamada de un viejo amigo que quiere felicitarla por su cumpleaños, él está en Nueva York y es uno de los productores de Matilda, el musical de Broadway. Se escucha una voz de hombre a través del teléfono: “Diles a tus alumnos que no se olviden de ver la obra cuando vengan a Nueva York”. En su casa, Jeanette Hopkins dice: “Conozco una niña que sería perfecta para Broadway”. “¿En serio? Quiero conocerla”, dice el productor.

Fabiana sale de la escuela como si esta fuera una tarde cualquiera y va directo donde su profesora de canto. “Yo siempre voy con ropa bonita pero como regresé del colegio fui así como ya no importa”, me dice. “Yo te juro que a Fabiana la he visto súper bien siempre, pero ese día no sé por qué pero parecía pordiosera, fue con la peor ropa, o sea, nada que ver, ¡y en eso me llama la profesora y me dice que hay que hacer un video!”, me cuenta Fernanda. Fabi la corrige: no fue una llamada, fue un mensaje. La madre, la hija y la profesora de pie frente a un clóset, pensando qué ropa podría quedarle mejor a la pequeña. Fabiana se señala el pecho con la mano y me dice: “Nos pusimos unas licras de la profesora que me quedaron hasta aquí”. “Ella es flaquita, gracias a Dios”, me dice Fernanda. Ambas se refieren a Jeanette Hopkins.

Al comienzo del video Fabiana mira a la cámara en silencio y su sonrisa llena la pantalla: sabe que la están viendo, que les tiene que gustar. El tema se llama Lullaby of Broadway y es una canción de cuna para los niños que se quedan dormidos recién al amanecer, acurrucados bajo el escándalo de Manhattan. “Buenas noches, bebé, el lechero viene en camino”. Fabi lleva puesta una blusa que sobre ella parece un vestido corto, cortísimo y todo lleno de lentejuelas, pero nada brilla más que sus inmensos ojos color café. A medio camino, cuando esa voz ha vuelto a envolvernos y elevarnos, la pequeña empieza a mover las manos de un lado para el otro, como jugando a cantar y bailar frente a un espejo: entendemos entonces de lo que se trata todo esto, jugar, jugar más y cada vez mejor. Al final de la canción, la pequeña suelta y resiste una nota muy alta y nosotros nos quedamos callados. Mientras la profesora revisa el video, vemos cómo Fernanda, la madre, va quitando de una en una las pinzas de pelo que, por detrás, sujetaban la blusa que su hija se puso para cantar.

Un avión cruza la costa este, de Miami a Nueva York. Fabi tiene la frente pegada a la ventana, alcanza a ver el fin de un ala y un colchón de nubes que la sostienen como sostiene el cielo a las estrellas. Solo ese día se habían presentado más de 300 niñas para audicionar por el papel de Matilda. Ellas, de aquí en adelante las veremos siempre juntas, tienen el número 19. Fabi pasó a la segunda ronda de audiciones y ese viaje fue un poco más apretado que el primero, la señora Hopkins las puso en contacto con Nancy Carson, de la agencia Carson Adler, los que descubrieron a Ben Affleck, Matt Damon y Britney Spears, por ejemplo. Vemos a Fernanda y a Fabiana correr apuradas dentro del aeropuerto JFK de Queens, Nueva York, cada una va arrastrando su propia maleta. Vemos un taxi que se detiene en la calle 57 y Broadway. Vemos como dentro de un ascensor, en completo silencio, el destino se dispone a suceder. Nancy Carson le entregó a Fabiana una página en la que estaban escritas varias líneas de diálogo; “apréndetelas”, le dijo, le dio unos minutos y luego las repasó con ella. La vida de un artista se reduce a dos momentos: ahora o nunca. La pequeña interpreta una escena que apenas conoce y ni siquiera ha podido secarse del todo el sudor que empezó a mojarle la cara mientras corría en el aeropuerto. “Mañana, cuando vuelvas al casting, diles que estás con Carson Adler”, dice Nancy Carson, la nueva agente de Fabi Aguirre.

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Las audiciones para Matilda duran todo el día, desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde. “Son talleres, las hacen trabajar en canto, en actuación, ven cómo las niñas interactúan, porque en Matilda la niña es prácticamente todo el show, de todas las audiciones que hay en Broadway, Matilda es la más larga, las otras pueden durar tres minutos, por reloj, te lo juro”, me cuenta Fernanda. “Me acuerdo que para mi último-último llamado me dijeron primero ok, canto, después, este grupo de niñas se van a actuación, después, todas las niñas que están en ese llamado se van a un cuartito y tienen que presentarlo al frente de la directora, después bailamos un poquito”, me dice Fabiana. En cuestión de días su rutina se convierte en el montaje de varias imágenes que se repiten: Fernanda recibe una llamada en la que le dicen que su hija ha pasado a la siguiente ronda de audiciones; Fernanda y Fabiana toman un avión en Miami; la pequeña aprovecha para hacer los deberes y repasar las lecciones de las clases a las que faltará; llegan siempre a un hotel en Midtown, lo más cerca posible del teatro; van juntas a la audición y al día siguiente regresan a Miami.

Vemos a Fabiana y a Fernanda sentadas a la mesa de un restaurante tex-mex llamado Chevys, en la calle 42, cerca de Times Square. Ambas están llorando. En la pantalla del celular de Fernanda está el mail donde la agente le cuenta que la pequeña no seguirá audicionando. La sensación que tenemos es la de un sueño que termina antes de empezar. “Por eso no me gusta ese restaurante, porque si voy a una audición y a comer allá me van a decir que no. Ni siquiera sé por qué sigue abierto”, me dice Fabi, con resentimiento, con furia. La vemos volver al hotel y echarse en la cama a seguir llorando, ni siquiera se cambia de ropa, solo sigue llorando, el brillo de sus ojos se humedece con las lágrimas y su mirada se convierte en una ventana sobre la que llueve sin parar. Fernanda le acaricia la cabeza, la abraza, trata de decirle cosas pero no hay nada que pueda decirle realmente: a veces lo único que puedes hacer es aguantar el dolor. Habían planeado quedarse en Nueva York unos días más para volver a la audición final y ahora esto, ¿qué es esto? Fernanda logra sacar a Fabiana de la cama después de rogarle durante tres horas que, por favor, por favor, por favor, salga de la cama. Ese día, el más triste y gris que recuerda Fabi, fueron al Museo de Historia Natural y ella conoció al Solitario George, la tortuga gigante de las islas Galápagos. Su madre quiso emocionarla con la idea de una celebridad ecuatoriana de visita en Nueva York, pero, como dicen, “el corazón quiere lo que el corazón quiere”. Por la noche, cuando volvieron a Broadway para ver Los miserables, Fabi tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Escuchamos cómo la gente termina de acomodarse en los asientos del teatro, cómo la ropa se dobla y se roza, alguien que se aclara la garganta, una niña pequeña que suspira.

De regreso en Florida, en su cuarto de paredes rosadas que es en verdad un castillo de princesas encantadas, Fabi trató de volver a la normalidad, pero no pudo. Su agente volvió a llamar y ella y su madre volvieron a Nueva York para seguir audicionando en dos obras distintas, Los miserables, donde Fabi se había estrenado como actriz y cantante, y On Your Feet!, el flamante musical biográfico sobre la vida de Emilio y Gloria Estefan. Los vemos en la cocina, reunidos alrededor de una mesa en la que hay varios platos servidos. Xavier, su padre, le dice a Fabi: “Tenemos un problema”. Fabi mira a Fernanda, en este relámpago del tiempo la una es el reflejo de la otra, los ojos muy abiertos, a punto de caer, las manos sobre los labios por si acaso se les vaya a salir el corazón. Pasan unos segundos de silencio, menos de uno quizá. “Te dieron los dos”, dice Xavier, “¡el problema es que tenemos que escoger porque te dieron los dos!”. Fabi parece confundida, es difícil creer que algo te está pasando cuando no puedes creer lo que te está pasando. Fabi comienza a llorar. Fernanda comienza a llorar. Se escuchan gritos. Gritos y lágrimas saliendo de los ojos. Chillidos mojados. Lo que se escucha es un llanto feliz.

En octubre de 2015, cuando la conocí, Fabi Aguirre tenía diez años y había estado ya más de seis meses en el reparto de Los miserables, que por esos días celebraba su 35º aniversario en cartelera, es, de hecho, el musical más visto en la historia de Occidente. La noche en que fui a verla haciendo de Little Cosette, Fernanda y yo nos encontramos antes de la función en la puerta del Imperial Theatre, en la calle 45, en pleno Broadway. “Yo digo que esa voz que tiene es de tanto grito que dio de chiquita, porque la bebe no lloraba, gritaba, eran unos alaridos”, me contó Fernanda. Vimos el show cada cual por su cuenta y nos volvimos a encontrar para esperar a Fabi en la pequeña puerta por donde salen los actores, a un lado de la entrada principal del teatro, donde se reúne la gente que quiere autógrafos y fotos. La pequeña salió corriendo, como si la vereda no fuera la vereda sino la continuación del escenario. La vemos firmar autógrafos y tomarse fotos en la calle con la gente que acababa de ver la obra. La vemos inclinar la cabeza hacia un lado, sonreír y quedar para siempre guardada en los teléfonos celulares y en los abrazos de los extraños. Fabi, que ya les había entregado el corazón, ahora les daba también su firma y les prestaba ese rostro dulce que sonríe con los ojos. Esa noche la escuché cantar por primera vez y eso fue lo que sentí, que daba el corazón, el corazón entero. Solo un artista puede atreverse a tanto.

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Fue una de sus últimas presentaciones en Los miserables, desde finales de 2015 hasta ahora, Fabi Aguirre ha pasado al elenco de On Your Feet! como Little Gloria, lo que quiere decir que protagoniza todo el primer acto de la obra. “Cuando yo tenga la edad de Gloria yo también quiero que mi historia ojalá pueda estar en Broadway”, me dijo durante una de nuestras primeras conversaciones, justo al día siguiente de la fiesta de lanzamiento del musical de los Estefan, en el ballroom del hotel Marriot Marquis de Times Square, donde Fabi bailó con Gloria y Fernanda se encontró con Tony Bennett haciendo fila para entrar al baño. ¿Cómo empieza tu historia?, le pregunto. “Conmigo de chiquita”, me responde. Una niña pequeña, de apenas dos años, está bañándose dentro de una tina. La niña está cantando.

Fabi cumplió once años el pasado mes de junio y sigue encerrándose en el baño a cantar. Vive en Manhattan con Fernanda, en un apartamento a pocas cuadras del teatro donde se presenta al menos dos veces por semana. El año pasado, junto al reparto de On Your Feet!, estuvo en el desfile de Macy’s, el día de acción de gracias, salió a bailar a la calle con el pelo rizado y esa noche tardó en dormirse, no quería acostar la cabeza en la almohada, no quería aplastar los rizos. Como los niños de la canción de cuna de Broadway, duerme tarde, después de la función. Hace sus tareas escolares por Internet y cuando no está estudiando, me dice Fernanda, está encerrada en el baño, cantando, ensayando, convirtiéndose en más de lo que ya es. Según ella, claro, solo está jugando. “Canto todo el día. Me encierro en el baño porque ahí nadie me molesta. Mi mami a veces está lavando los platos aquí afuera, entonces mejor voy al baño. Uso el cepillo de dientes como micrófono, el de dientes o el de pelo. Me miro en el espejo y hago todo el show”, me dice Fabi. “Quiero cantar hasta que me muera”, me dice. Y nos reímos. Será una vida larga, le digo yo, ¿estás segura? Está segura, ha visto el futuro y en el futuro ella sigue cantando. Cuando Fabi sonríe el universo se pone en orden y tiene sentido.

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