
El Museo Nacional del Ecuador guarda piezas que dan sentido a la historia, que explican nuestros orígenes y el destino que llevamos puesto.
El Museo Nacional del Ecuador (MuNa) conserva 1 358 043 bienes, quizás más, considerando que cada día puede registrarse el hallazgo de un nuevo vestigio, un archivo puede develar más información, una escultura o pintura pueden llegar a su colección. Se trata del mayor acervo histórico del país. La memoria de nuestro territorio se guarda en piezas arqueológicas y archivos históricos que, entre líneas y letras, imágenes y formas, trazan nuestro acontecer desde lo prehispánico hasta lo contemporáneo.
Pero el MuNa no debe entenderse solamente como un lugar de conocimiento, sino como un sitio para empatizar, sobre todo con esa parte milenaria de la historia a la cual se tiene un menor acceso. El ambiente en el interior de un museo debe ser lúdico y proveer la satisfacción de la primera infancia, de cuando uno se sentía Indiana Jones tan solo al desenterrar el hueso escondido por un perro o encontrar el cráneo de una res en una colina. Esos restos terminaban en la basura, al contrario de lo que sucede con los vestigios patrimoniales, pocos de ellos exhibidos, muchos de ellos resguardados en las entrañas de las reservas.
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Estelina Quinotoa Cotacachi es una enciclopedia viva, un archivo de carne y hueso de la arqueología ecuatoriana. Proviene de una familia de tejedoras de Imbabura y es la curadora de la Reserva de Bienes Arqueológicos del Ministerio de Cultura. Con 42 años de trabajo en este campo, se da tiempo para resumir la vida del MuNa, la cual podría recorrerse desde 1839, cuando se fundó un museo en la incipiente república del Ecuador.
Estelina se concentra en el siglo XX, cuando ya a mediados de los cuarenta se hizo un esfuerzo por no fundir las piezas de oro encontradas y preservarlas. En su relato aparece Hernán Crespo Toral, padre de una colección organizada y motor para la creación de reservas que consolidaron el primer museo nacional en 1969. Su labor tuvo un gran impulso en los setenta, así logró que el Banco Central conformara una estructura, la cual muta en el tiempo hasta pasar a manos del Ministerio de Cultura en 2010, cerrar y reabrir sus puertas en 2018 con una nueva lectura museística, hasta nuevamente presentar un espacio de narración desde lo cronológico.
“Es importante propiciar diálogos contemporáneos y estas líneas deben darse con un sentido de qué se quiere comunicar. Pero para una mayor comprensión, es mejor siempre trasladarlos a un plano cronológico para un mayor entendimiento, mucho más cuando lo prehispánico es reducido en el aprendizaje escolar y desde la academia”, dice Estelina.
Para ella resguardar estos bienes amerita una gran responsabilidad, que hasta ahora ningún Gobierno ha logrado dimensionar: “Entendamos que un museo es mucho más que un lugar de exposición. Hay muchas piezas que no se muestran y que son cuidadas en las reservas. Menos del 1 % de lo que poseemos es el que puede admirarse. Lo que no se enseña requiere recurso humano y un aporte económico para preservarlo”.
En cuanto a lo que se muestra al público, hay que comprender que todo museo a escala mundial presenta solamente una parte de sus bienes. El Museo del Louvre, en Francia, es el más visitado del mundo y es uno de los referentes en cuidado de reservas, sus visitantes pueden admirar 35 000 de las 487 000 piezas que posee, es decir, tan solo se exhibe el 7 %.
Con respecto a lo económico, las distancias no son comparables, sin embargo, permiten una reflexión: solo con sus nueve millones de visitantes anuales (cada persona paga quince dólares de ingreso), el Louvre cuenta con los fondos necesarios y, pese a ello, el 70 % de su presupuesto lo recibe del Estado, ya que solo para conservación necesita veintitrés millones anuales. El MuNa, en cambio, cuenta para este 2022 con un presupuesto de 1 182 043 para toda su operatividad: la conservación es todo un reto.

Estelina explica que en el Ecuador toda inversión para la cultura queda corta. Aun así, asegura que en el edificio Aranjuez, donde todavía está la reserva que ella custodia, hasta que se traslade a un nuevo lugar, se cuenta con una estructura que permite resguardar las piezas de una manera óptima. “Sin duda, se necesita una mayor inversión, pero aún existen los parámetros de seguridad, cámaras y guardias, y los espacios tienen sus cuartos de climatización dependiendo de los materiales, pues no es lo mismo cuidar una cerámica que un metal, para protegerlos de la humedad y la temperatura. Pero falta personal para restaurar y conservar”.
Lo mencionado por Estelina es avalado por el arqueólogo Carlos Montalvo, encargado de la curaduría e investigación del Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado: “Los recursos económicos y humanos pueden estar en déficit pero, por suerte, el Banco Central dejó una estructura para mantener las piezas arqueológicas, que se mantienen con demasiado esfuerzo”.
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Tanto Carlos, quien trabaja en el Alabado con una colección de cinco mil piezas arqueológicas que se concentran en lo estético, como Estelina, coinciden en la manera en que se encuentra, conserva y exhibe un objeto. Las excavaciones pueden responder a un trabajo científico, que todavía no cuenta con el apoyo necesario del Estado; la otra forma es por casualidad, cuando alguien encuentra un objeto por el azar; la tercera, quizás una práctica tan peligrosa como recurrente, es la huaquería: la búsqueda y el comercio ilegales en tumbas indígenas.
Una vez hallados los objetos, hay que concentrarse en sus características: qué tipo de materiales se han usado, lo que permite entender la procedencia y los contactos comerciales de una comunidad; las técnicas de elaboración, que demuestran el desarrollo y la evolución tecnológica; la decoración, cuyos estilos y formas contienen información sobre la cosmovisión; y el uso, para determinar cuál fue la utilidad. Luego, es importante darle “cédula de identidad”, como dice Estelina, pues cada objeto entra a un inventario que cumple reglamentos nacionales e internacionales.
Para el cuidado basta imaginar la manera en que se limpia una casa: unos productos permiten asear los cristales, otros las maderas. Hay que entender también que si un objeto no se ha destruido en el tiempo es porque se adaptó a ese medio. “El contacto con el aire ya es un riesgo y hay que cuidarlo como si estuviera bajo tierra, pues hay variables que empiezan a afectar su estado como la luz, la humedad y la temperatura”, detalla Carlos. De ahí la importancia de los cuartos climatizados para que el espacio permita la adecuada conservación de los bienes.
Por último, dadas las condiciones de una pieza y la información que contiene, puede ser exhibida en respuesta a la línea conceptual y museográfica para que el público aprecie los años de historia que contiene.
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Para el restaurador y museólogo Ricardo Rivadeneira Guzmán, de la Fundación Seppia Cultura, “la conservación de un bien es una herencia desde el coleccionismo del poder, como un sinónimo de riqueza individual, hasta ese romanticismo que crea un vínculo emocional entre esa pieza y la persona, generando una identidad común”.
“En esta vida todos coleccionamos y queremos preservar y presumir de nuestros bienes. Históricamente, con la creación del primer museo nacional (Louvre), las obras se consideraron elementos significativos del acervo cultural de una nación. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, nació la expresión ‘bien cultural’ en una convención de La Haya (1954), que trataba sobre la protección del patrimonio. Eso desató la creación de varios protocolos y escritos, como la Carta de Venecia (1964), que han sido los cimientos para incorporar espacios de protección para los bienes de nuestra nación conocidos como reservas”.
Para Ricardo, estas contienen memorias que no han sido transmitidas, debido a la cantidad de bienes o a los pocos profesionales que laboran en estas áreas, quienes deben hacer tareas diarias como mediciones de temperatura y humedad relativa, investigaciones, inventario, catalogación y restauración.
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Romina Muñoz Procel, directora ejecutiva del MuNa, vuelve a señalar la evidente falta de personal, y recuerda que detrás de cada pieza exhibida hay una cantidad considerable de trabajo silencioso. “Piensa que para el MuNa, en Quito, que es gigantesco, solo tenemos una mediadora. Hay un déficit de personal y, por lo pronto, hemos logrado que se cree una estabilidad laboral y que el reducido número de trabajadores con el que contamos se mantenga”, explica.


Sobre el traspaso de la reserva a un nuevo edificio, menciona que el proceso avanza, pero que se deben tener las mismas o mejores condiciones que el espacio actual para poder mover los objetos. “Tenemos un año de trabajo y arrastramos procesos anteriores a nuestra gestión”.
Romina detalla que los 41 946 bienes de la Reserva Arqueológica del MuNa corresponden al número de inventarios que acogen, aproximadamente sesenta mil bienes. De esta reserva, destaca que por ahora se exponen 112 piezas en Quito, 174 en el Museo de Esmeraldas, 129 en el Museo de Ibarra, 44 en el Numismático, dieciocho en el Museo de Loja, seis en el Museo Pumapungo y cuatro en Carondelet.
Adelanta que, con Estelina, trabajan en la Sala de Metales y Arqueología Hernán Crespo Toral, que ocupará el tercer piso del MuNa y será otro espacio para la muestra permanente. “La exposición propone una mirada actualizada sobre la metalurgia milenaria y orfebrería prehispánica, los posibles usos y circulación de los metales y objetos en las sociedades ancestrales de nuestro actual territorio”.
Con este espacio, considera, se hace un homenaje a Crespo Toral, quien fundó el Área Cultural del Banco Central, de donde vienen los museos, reservas, archivos históricos, bibliotecas y edificios, que hoy están a cargo Ministerio de Cultura, es decir, que nos pertenecen.
Vea el tour virtual del museo Muna.