La reproducción asistida, un sueño que ya es posible en el Ecuador

Los especialistas en reproducción humana asistida no aceptan el membrete de ayudantes de Dios. Son —reiteran— médicos, que se preparan para poner en práctica técnicas que contrarrestan la infertilidad, que afecta al 10 y hasta el 15 % de la población mundial.

En el Ecuador, desde los noventa, se empezaron a aplicar procedimientos como la inseminación artificial, luego la fecundación in vitro, congelación de embriones, donación de óvulos y esperma, criopreservación y diagnóstico genético preimplantacional. Y desde hace más de una década se oferta también maternidad subrogada.

En 1992, hace veintinueve años, en el centro de Iván Valencia Madero, este médico y su equipo lograron la primera fecundación in vitro en el país. Así vino al mundo Iván Arturo Padilla. Catorce años antes, en 1978, en Inglaterra, nació Louise Brown, la primera bebé probeta del planeta.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la infertilidad como una enfermedad del sistema reproductivo femenino o masculino, que se puede identificar una vez que la pareja ha intentado un embarazo después de doce meses de relaciones sexuales regulares, sin ninguna protección.

La especialista, Rosio Tavara, con catorce años de experiencia, elabora la historia clínica de la pareja, sea hombre y mujer o personas del mismo sexo, también de mujeres solas; solicita un examen ginecológico general, estudios hormonales, de cavidad endometrial y de la trompa, para saber si están obstruidas; indaga sobre antecedentes de ovario poliquístico, endometriosis o interrupciones del embarazo mal realizadas, en las mujeres. A los varones les pide un espermograma, para saber si hay infertilidad, impotencia o eyaculación retrógrada.

Rosio Tavara. Especialista en reproducción humana asistida. Fotografías: Juan Reyes y Shutterstock.

La edad es un factor a tomar en cuenta al recomendar un procedimiento, dice. Las mujeres no estériles, sin usar métodos anticonceptivos, tendrían hasta 86 % de probabilidades de embarazarse, a los veinticuatro años; 52 %, entre los 35 y 40 años.

A pacientes de 43, previo análisis de caso, les sugiere óvulo donado, por el riesgo de que conciban bebés con síndromes. No hay estudios concluyentes sobre la incidencia de la edad en la fertilidad de los hombres, ya que su capacidad reproductiva se renueva cada tres meses.

Tavara estudia los resultados de los análisis antes de proponer tratamientos de baja o alta complejidad: relaciones sexuales programadas, inseminación artificial o fecundación in vitro, con óvulo y embrión propios o donados y con banco de semen.

Entre varias historias, recuerda a un matrimonio que se había sometido a in vitros en Argentina y España. Estaban incluso golpeados en lo económico, ya que estas técnicas superan los cinco mil dólares, por intento. Tras estudios se dio cuenta de que los embriones estaban en perfectas condiciones, pero decidió esperar a que el embrión madurara un poco más antes de implantarlo en la madre. Todo salió bien y la nena ya tiene dos años. Sus padres descongelarán un embrión más, para que su familia crezca.

En el Ecuador hay dieciséis centros de este tipo, nueve de ellos en Quito, cuatro en Guayaquil y tres en Cuenca, según médicos consultados. Algunos son parte de una red regional. En el proyecto de Código Orgánico de la Salud, vetado en septiembre de 2020 por el Ejecutivo, se intentó regularlos. Legisladores pedían debatir sobre la voluntad procreacional o filiación derivada de las técnicas y si la subrogación (vientre de alquiler) debía dar lugar a un pago.

Las experiencias

Juana Rivero, de 63 años, no lleva la cuenta del número de parejas que ha tratado en treinta años. En la entrevista llegan a su memoria —como quien revisa un álbum de fotos— historias de parejas ilusionadas, en unos casos, y deprimidas, en otros, tras haber intentado concretar el sueño de la paternidad por años, inclusive usando, sin éxito, técnicas de reproducción humana en más de una y hasta ocho oportunidades.

Especialistas como Rivero no se encargan de los partos, ya que refieren a sus pacientes con ginecólogos, una vez que cumplen con su tarea: el embarazo. Sin embargo, siempre se entera de cómo avanza la gestación; le envían las fotografías del recién nacido; muchos no se olvidan de saludarla en Navidad y en su cumpleaños.

Juana Rivero. Especialista en ginecología e infertilidad.

A las 07:00 de un día de mayo, le telefoneó una madre de gemelos. Le comunicó que su esposo había fallecido la noche anterior. “Deseo agradecerle porque lo hizo muy feliz, al lograr el milagro de que tuviéramos a nuestros hijos”, le dijo. El señor le mandaba saludos y fotos.

Juana Rivero no tiene hijos. Se concentró en su carrera. Se preparó con el colombiano Elkin Lucena, quien consiguió la primera fertilización in vitro de Latinoamérica. Años más tarde se formó con José Franco Junior, brasileño, que concretó la primera microinyección espermática (ICSI) en la región.

El 10 de agosto de 1990 ella volvió a Quito para trabajar con el doctor Iván Valencia Madero, pionero de la reproducción humana asistida en el Ecuador, lo acompañó hasta el año 2000. Estuvo en el equipo que hizo posible la primera fertilización in vitro en 1992; el primer ICSI para varones, que producen mínima cantidad de espermatozoides, en 1996.

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Al preguntarle si médicos como ella le dan una mano a Dios, responde que se siente su instrumento. Recuerda que, hace treinta años, tenían la oposición de la Iglesia. “Llegaban pidiéndole perdón a Dios. Yo les decía que todo avance científico se hace de su mano. Nosotros trabajamos con células vivas, permitiendo que se unan”.

Como en otras profesiones, ella también ha enfrentado prejuicios. Una señora se trataba en otro centro. Pero cada vez que le hacían una fertilización (pasó por ocho), le pedía su opinión. Le contaba que su esposo era machista y no aceptaba que una mujer los trate. Tras ocho fracasos, un 28 de diciembre fueron a su consulta; como regalo de Navidad, el marido había permitido intentar con la doctora, por última vez.

El embarazo se concretó. A los siete meses de gestación nació el bebé. Y a los ocho meses volvieron al consultorio de Rivero y le pidieron usar un embrión que estaba congelado. Ya tienen dos hijos. “El marido ahora me adora. Costó sacarle la idea de que las mujeres no estamos preparadas”.

Testimonios

En 2011, con diez años de matrimonio, Marcela (nombre protegido) y su esposo acudieron a un centro de reproducción asistida. Pasó por una inseminación y cinco in vitros y no alcanzó su sueño. Así llegó en octubre de 2013 con Juana Rivero, quien le pidió mejorar su alimentación, hacer yoga y ejercicio. Tenía 38 años y con su pareja decidieron que sería el último intento. En febrero de 2014 la doctora le telefoneó. “Te tengo una buena noticia, te felicito, vas a ser mamá”, le dijo y lloró mucho. El niño ya tiene siete años.Dios bendijo las manos de la doctora —anota—. “Fue tan doloroso y frustrante no lograrlo en los primeros intentos. Se logró en el tiempo de Dios. Me apena que muchos se queden sin opciones por falta de recursos”. En eso coincide Luisa Orbe, quien a los veintiocho años (hoy tiene 41) se ligó, tras dar a luz a Micaela, Luis Fernando y Sebastián, que ahora tienen dieciocho, catorce y trece años. Se divorció y a los 31 conoció a Leonel Moposita, de 39 años, padre de Erick, de dieciocho.

Luego de cinco años de relación estable, buscaron la opción de tener un hijo de los dos. Y al acudir a un centro tuvieron una mala experiencia, les pidieron quince mil dólares para fertilización in vitro. El especialista nos preguntó —señala— si teníamos presupuesto, para no perder tiempo. Salieron desconsolados. En 2018 llegaron con Rivero e hicieron clic.

Luisa y Leonela.

Luego de los exámenes, la doctora descubrió que Luisa tenía nueve miomas. Se hizo una cirugía para extraerlos, aguardaron por seis meses, para que el útero se recuperara. Por tres meses, “prepararon el nido” con hormonas y se procedió a la fertilización in vitro. El 7 de enero de 2020 nació Leonela. En total, con el tratamiento y medicamentos, el proceso bordeó los catorce mil dólares, que pagaron en cuotas.

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