¡Oh maligno! Redescubriendo a Neruda

Pablo Neruda despertó la fascinación en sus lectores y la reverencia de la crítica, pero también generó una retahíla de polémicas que versaron en torno a la negligencia de su paternidad, su ambición desmedida y sus contradicciones. Visto con detenimiento, el poeta es un monstruo de mil cabezas.

EN CONTRA

Una constelación salvaje

Loja, 2007. Las letras de Neruda formaban una constelación de papeles salvajes. En los muros de madera sucia, las palabras de Pablo brillaban, eran islas negras coronadas con pedacitos de cinta adhesiva. No. No era solo un libro deshojado y pegado en las paredes con gesto desprolijo y mano ágil; era la sed irracional por la lectura y la escritura que balbuceaba con persistencia en mi cabeza. “Yo sueño con ser escritora”, le dije a mi hermano mayor, mientras jugábamos con las manos mojadas en el lavaplatos. Se echó a reír mostrando las encías y una fila de dientes color chicle. “Tarada. Vos, a los quince ya has de estar embarazada”. Enfurecí. Ahogué la mano en el agua e hice un puño que imaginé idéntico al tamaño de mi corazón. Apreté más los dedos. Estaba decidida. Sería escritora, contra toda adversidad, lo intentaría, y la figura de Neruda sería una de las primeras piedras a las que tanto me abrazaría.

Pablo Neruda y Maruca Hagenaar (1930). Fotografía: Wikipedia.org

No creía en Dios, pero reescribir con esfero Bic azul los versos de Neruda en las paredes me hacía pensar en la divinidad de las palabras, capaces de reverenciar no solo el amor sino el mundo; y al mismo tiempo, en que hay cosas que, por mucho que se quiera, no pueden trasladarse al lenguaje. ¿Han tenido catorce años y experimentado, con la misma fiebre, la derrota y la esperanza? Crecí pensando que era una inútil, pero, al menos, escribir era hundir los dedos en azúcar y lamerme. Era una niña enloquecida de poesía, y este hombre, hijo de obrero ferroviario y maestra de escuela; este Pablo, quien, en verdad se llamaba Neftalí Reyes, me mostraba una impresionante capacidad de celebración, un testimonio solemne del vínculo del ser humano y la naturaleza. Pedro Gutiérrez lo tenía claro cuando, en 2013, decía que en Neruda “la poesía no reside en la cabeza, sino que sube por los pies absorbiendo las fuerzas misteriosas de la naturaleza”. Neruda no era mi dios, pero casi.

El monstruo silencioso

En 1971, en una entrevista con Gabriel García Márquez, Neruda con las manos entrelazadas, decía: “Yo siempre he tenido envidia de los novelistas que cuentan tanto”. Quizá, ya escribía Confieso que he vivido (1974), su autobiografía, el último de sus libros y no se imaginaba que sus revelaciones ocasionarían polémicas futuras. Si Neruda no hubiese escrito ese libro, tal vez su imagen se mantendría limpia en la mitología literaria. Sería elogiado como Whitman, el poeta estadounidense, porque su mayor ambición fue cantar a la universalidad y ser testigo de la tierra, el mar y su esplendor, como quien asiste a un espectáculo.

Sin embargo, el tiempo hace lo suyo y reclama sus victorias. Como versa el ecuatoriano Efraín Jara: “todo cuanto toca la mano o el amor empieza a vacilar y desmenuzarse”, así, tocada por la mano de la historia, la imagen de Neruda caería, y se reventaría como un cuerpo hinchado por una baba de sangre.

Acerca de su cuerpo, hay evidencia literaria que estudia la morfología de Neruda y coincide en que su figura era semejante a un animal de mar. Ramón Gómez decía que contemplar al poeta “es estar como si anduviésemos sobre un inmenso monstruo del que no vemos la cabeza ni la cola”. Cortázar añadía: “tiene lenta mirada de tiburón varado”. Yo tengo otras razones para creer que Neruda fue un monstruo silencioso.

La hija no nombrada

Quito, 2023. No he aprendido a escribir sin acudir al llanto. Me hubiese gustado ser arquitecta y diseñar puentes desde donde mirar las vertientes del océano. Tal vez me preocuparía menos por el dinero y caminaría más tranquila. Intuyo que hoy están en mis ojos la melancolía, la vida insondable y unas ganas de llorar el Pacífico entero con sus misteriosas criaturas marinas.

Cuando lloro, como lo hago ahora mismo con las piernas desnudas, pero envueltas en una cobija rosada de lunares, siento que las mejillas se me incendian y con el mar caliente en mi cara tengo ganas de morir. Me interesaría leer un libro que cuente cómo era Neruda cuando lloraba. Sobre todo, me gustaría entender por qué en su biografía no mencionó ni un solo instante a su hija Malva Marina. Porque, incluso, insinuó una violación. Sin embargo, no se refirió a su sangre, a su única niña.

En una carta a Sara Tornú en 1934, quien en ese momento era amante del poeta, se apunta: “Mi hija, o lo que yo así denomino, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”. Ese chiste maligno es lo único que se conoce que Neruda mencionó de la niña que había nacido con hidrocefalia y que durante sus ocho años no pudo hablar ni caminar. Una vez muerta, su madre sobreviviría entre la drogadicción y la miseria. En 2007 Bernardo Reyes, sobrino nieto del poeta, narró El enigma de Malva Marina. En 2015 Hagar Peeters, poeta neerlandesa, conmovida por el caso, dio voz a la pequeña en Malva. Su novela fue un acto de justicia; también vivió el abandono paterno.

Voy por un café y, después de mancharme los dientes, camino hacia el lavabo. Miro la caída del agua oscureciendo más el rastro del pelo que se me ha caído estos días y me acuerdo que la primera vez que vi la cara de mi papá fue en una fotografía, él aparecía sonriendo con la piel joven, tenía el pelo tan marrón como el mío. Memoricé esa imagen. Me gustaría leer un libro que cuente por qué mi padre no quiso verme crecer. ¿Por qué hay padres que se van y no vuelven a nombrar a sus hijas?

“Yo he escrito tantas cosas contradictorias que de todas partes se me puede tomar para despedazarme”, decía Neruda. Y claro que fue incongruente. Era un hombre burgués que escribía acerca de los obreros, pero jamás trabajó como obrero. Cantaba al amor comprometido, pero era desleal a sus parejas cada vez que podía. Decía “hay que tomar parte por los oprimidos”, pero en 1936, mientras se solidarizaba con las víctimas del fascismo, abandonaba a María Hagenaar y su hija. ¿En qué fue coherente Neruda? Machado decía “al poeta no le es dado pensar fuera del tiempo”. Sí, pero, ¿el horror y la negligencia son justificables?

Adiós

Pienso en mi piedra fundacional ahora pulverizada. Creo que no fue el activismo, la poesía o la política lo que forjó a Neruda. Fue el trabajo de las mujeres que lo acompañaron quienes lo sofisticaron y lo convirtieron en una leyenda. A los cincuenta años de la muerte del poeta, imagino Isla Negra, la casa en que vivió sus últimos años. Ahí están las paredes de piedra desde donde se ve el mar violento de la costa que acaricia Chile. La luna tiembla sobre el agua luminosa, los islotes son figuras oscuras que duermen como Pablo, un monstruo al fondo de la noche.

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