Por María Fernanda Ampuero
Ilustración: Mauricio Maggiorini
Edición 460-Septiembre 2020
Despertarte. No querer despertarte. Despertarte igual. Ir al baño. Recordar fragmentos de las pesadillas sentada en el váter. Te caías de unas escaleras que no tenían principio ni fin. Te peleabas con tus mejores amigos. Perdías una y otra vez un avión. Pelearte con las ganas de volver a dormir. Qué cansancio no hacer nada. Extrañar la vida de antes. Abrir la cortina y que el sol grite con su grito de cuchillo que ya es de día. Cerrarla un poco. Volver a la cama. Revisar el Whatsapp, el Twitter, el Instagram, el Gmail, el Facebook. Contestar a casi todo con stickers o emoticones para no revelarte con palabras. Usar simbolitos graciosos para no decir “Puede que no aguante mucho más”. Pensar que deberíamos tener un nuevo idioma para contar lo que nos está pasando, un lenguaje más profundo, que todo se queda corto, que, por ejemplo, cuando dices que extrañas a tu familia, de verdad estás diciendo que no sabes cuándo los volverás a ver, que una visita puede significarles la muerte, o sea, que extrañas la posibilidad de verlos y que tú, que viviste a diez mil kilómetros de distancia de ellos, nunca te has sentido tan horrorosamente lejos.
Pensarte sola como una mujer en una cápsula espacial.
Contenido exclusivo para usuarios registrados. Regístrate gratis
Puedes leer este contenido gratuito iniciando sesión o creando una cuenta por única vez. Por favor, inicia sesión o crea una cuenta para seguir leyendo.