¿Se flexibiliza la Real Academia Española?

Hace algunos años la Real Academia Española ha renovado reglas ortográficas y registrado nuevos términos en su Diccionario, causando polémica sobre una flexibilización de su papel normativo. En este artículo se exploran las razones por las que se ha producido este cambio en las últimas décadas.

El servicio de consultas lingüísticas de la RAE responde, vía Twitter, cerca de 500 dudas diarias sobre la lengua española. De lunes a viernes, el Departamento de Español al día de esta institución recibe, en su cuenta tuitera, preguntas sobre nuestra lengua. Esta es la única vía por la que la RAE actualmente responde a cualquier duda. Son siete filólogos que se distribuyen la tarea por áreas (ortografía, léxico, sintaxis…) y, según la complejidad de la consulta, se responde de inmediato —como hay preguntas recurrentes, se hace un corta pega de las veces anteriores—, o les obliga a pararse, pensar y consultar las obras académicas de la institución.

En 2012 la Real Academia Española (RAE) inauguró su servicio de consultas a través de Twitter. Desde entonces, algunas de sus respuestas han sido tendencia por el ingenio que han demostrado los administradores de la cuenta. El servicio ágil y renovado de consultas es solo una muestra del giro que ha dado la RAE en los últimos años.

En cuanto los hispanohablantes empezamos la educación formal, algún bienintencionado profesor de lengua nos informa que para hablar o escribir “correctamente” debemos consultar el criterio de la autoridad máxima del español: la RAE, institución que registra las normas gramaticales y ortográficas de nuestra lengua en su conocido Diccionario de la lengua española (DLE) y en otras publicaciones como la Nueva gramática de la lengua española. De esta manera, desde niños, aprendemos que, si escribimos sin considerar lo que dice RAE, es seguro que incurriremos en errores.

Por ese respeto que con el que uno mira a las autoridades, es comprensible que nos tome por sorpresa, por ejemplo, descubrir que la academia que se ha propuesto limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua castellana elimine tildes de palabras que usualmente la llevaban (el caso de sólo) o incluya en su diccionario términos como amigovio, tuit, papichulo, friki, guasapear, cuarentenar y desconfinar. ¿Por qué la RAE ha aceptado esto? ¿Cuál es el papel y el trabajo de una academia de la lengua? ¿Cómo determinan los académicos que unas formas lingüísticas son correctas y otras incorrectas?

La historia de las academias

Antes de entender qué ha ocurrido con la RAE, es importante que tengamos en cuenta que no es imprescindible que exista siempre un organismo regulador de la lengua, por ejemplo, el inglés es un idioma que se rige por publicaciones de autor (como el diccionario Merriam-Webster) más que por una organización de control.

La idea de crear academias lingüísticas nace en un contexto histórico y político particular: la primera academia apareció en Florencia, en 1583, en pleno Renacimiento, en el que los intelectuales añoraban un retorno a la perfección clásica y a espacios, como la academia de Platón, donde se pudiese rendir culto a la palabra. De esta manera, se funda la Academia della Crusca, cuyo objetivo era recuperar o mantener la pureza del florentino, la lengua en la que habían escrito Dante, Petrarca y Boccaccio. Para ese momento el latín seguía siendo una lengua usada por poca gente ilustrada, mientras que el florentino, dialecto que prevalecería en el italiano actual, era la lengua que usaba el pueblo y que había sido llevada al ámbito literario por los tres escritores mencionados. Entonces, para demostrar que el florentino era tan apto como el latín para el desarrollo del pensamiento y las artes, esta primera academia fijó las normas de aquella lengua, con el propósito de fortalecerla, consolidarla y darle valor. Posteriormente, en 1635, en Francia, el cardenal Richelieu instauró la Academia Francesa.

El origen de estas academias se sitúa en una Europa constituida, principalmente, por ciudades estado en permanentes confrontaciones bélicas y que empezaban a aglutinarse en imperios. Estos necesitaban generar unidad entre sus habitantes para poder expandirse. La lengua era una gran herramienta para lograr esa unión, de ahí la necesidad de fijarla y protegerla de influencias externas. Además, se creía que, llegado cierto momento, las nuevas lenguas europeas habían alcanzado un estado de madurez y perfección en sus obras literarias, que se debía preservar. Quizás por ser una de las más tardías en fundarse, en 1713, la RAE tuvo a sus integrantes mirando no solamente el habla de los grandes escritores, sino también el vocabulario que se usaba en el día a día y, por su gran expansión geográfica, tuvo una evolución distinta de las otras academias europeas.

Si bien establecer normas para fijar y darle brillo a una lengua hace que esta se fortalezca, hay que tener en cuenta que también es necesaria la transformación para que esta pueda renovarse y mantenerse viva: como hemos dicho, el castellano, el portugués, el italiano y el francés nacieron como desviaciones del latín clásico. Durante el Renacimiento y la Ilustración, estas variantes coexistieron con diferentes dialectos en la misma Europa. Gracias a ese contacto, nuestra lengua, por ejemplo, adquirió palabras provenientes del vasco, como cencerro, izquierda o aquelarre, o del catalán, como avería, añoranza y faena. Y cuando los musulmanes conquistaron España, se incorporaron palabras como alcohol, alcalde o almacén, entre muchas otras. Y, una vez que el castellano llegó a América, adquirió vocablos tomados de lenguas aborígenes como el taíno, el náhuatl o el quechua: palabras de uso cotidiano como canoa, tomate o cancha fueron otros de los tesoros que cruzaron el Atlántico. De este modo, el trabajo de las academias ha fluctuado entre, por un lado, prescribir normas para dar uniformidad a la lengua y, por otro, describir las innovaciones que producen los hablantes naturalmente.

El Diccionario panhispánico de dudas (DPD) es una obra de consulta en la que se da respuesta, de forma clara y argumentada, a las dudas más habituales que plantea hoy el uso del español.

Desde luego, la tolerancia hacia las influencias externas ha tenido un trasfondo político y económico, más que lingüístico, primero, porque generalmente las variedades lingüísticas que se registran como norma son las de las élites ilustradas, y segundo, porque si bien hay palabras que han llegado de las lenguas americanas o árabes, no son tantas, pues muchas de las lenguas nativas de América se perdieron sin dejar rastro, lo que da cuenta de quiénes fueron los vencedores y quiénes los vencidos. De hecho, tras la independencia de las colonias americanas en el siglo XIX, algunos intelectuales propusieron una independencia lingüística de España. En 1843 el argentino Faustino Domingo Sarmiento publicó un Modelo de la ortografía americana en el que proponía suprimir los grafemas z y v, carentes de sonidos distintivos en la pronunciación del castellano en el Nuevo Continente. La propuesta de Sarmiento no tuvo acogida, pero en 1871 se fundó la Academia Colombiana de la Lengua, la primera de las veinte que existen hoy en América, y que registraban las variantes del español en las nuevas naciones. Un siglo más tarde, en 1997, el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, hablaba de jubilar la ortografía, para mantener la vitalidad del castellano, una lengua de usos variados y ricos, que necesitaba asimilar rápidamente los cambios para entrar con fuerza en el siglo XXI.

En 1951, por iniciativa de la Academia Mexicana de la Lengua, se realizó un primer congreso en el que se reunieron varias de las academias hispanoamericanas pero sin la presencia de España. Finalmente, para un segundo congreso, en 1956, en Madrid, se reunieron quienes constituirían la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale). A partir de este congreso, la RAE adoptó una “política lingüística panhispana” como forma de reconocer las variedades del español en el mundo y, en 1999 publicó su Ortografía, ya revisada por todas las integrantes de la Asale. En 2005 apareció el Diccionario panhispánico de dudas, en el que se recogen entradas consensuadas por las veintidós academias del español. Esta obra incluye un capítulo sobre los extranjerismos, en el que dice: “Los extranjerismos no son, pues, rechazables en sí mismos. Es importante, sin embargo, que su incorporación responda en lo posible a nuevas necesidades expresivas y, sobre todo, que se haga de forma ordenada y unitaria”. El hecho de tener un gran grupo de lingüistas y lexicógrafos trabajando por la lengua castellana también ha permitido una actualización más rápida de los términos que se usan en el habla cotidiana, por parte de la academia.

La Ortografía de la lengua española describe el sistema ortográfico y realiza una exposición pormenorizada de las normas que rigen la correcta escritura del español.

En cuanto a la ortografía, la RAE también ha buscado una modernización. En 2010 publicó la nueva Ortografía de la lengua española, con la controversial supresión de la tilde en el adverbio solo, entre otras modificaciones. Estas medidas fueron criticadas, en su momento, por los sectores más conservadores y preocupados por la pureza de la lengua, pero defendidas por quienes percibían que la flexibilización era necesaria para enfrenar nuevas realidades sociales. La aparición de las nuevas tecnologías también aceleró los procesos de actualización de las entradas del DLE y propició el registro de términos propios del ámbito tecnológico.

Así, la RAE ha trascendido su papel normativo para apoyar la investigación lingüística del castellano y sus variedades: actualmente, tiene un registro lexicográfico, en tres corpus que se pueden consultar en línea: Corde, CREA y Corpes. Cuenta con diccionarios con acceso digital desde su página web, como el Diccionario de la lengua española, el Diccionario panhispánico de Dudas, el Diccionario panhispánico del español jurídico y el Diccionario de americanismos. Adicionalmente, ha creado la plataforma Enclave, destinada a investigadores, que pueden suscribirse para consultar diccionarios, mapas, aulas de estudio del español, etc., y publica ediciones de obras de clásicos literarios de España y América. Finalmente, cuenta con servicio de resolución de dudas lingüísticas a través de Twitter, del que hemos tomado el ejemplo con el que empezaba este artículo. Desde luego, los cambios no siempre han sido bien vistos, pero todo debate que se abra sobre la lengua permite comprender mejor las transformaciones sociales que viven sus hablantes, por lo que la RAE y la Asale realizan un gran esfuerzo para balancear y conseguir la unidad del idioma y, a la vez, reconocer la flexibilidad que se necesita para mantenerlo vivo.

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