Radical Women

Por Salvador Izquierdo.
Edición 466-Marzo 2021.

En una escena de la película italiana La grande belleza (2013) aparece un doble de la madre Teresa de Calcuta, anciana, sentada en una terraza de un departamento de Roma, rodeada de una bandada de flamingos que se ha acercado a ella. El protagonista de la película es un zorro viejo del periodismo cultural que alguna vez publicó una novela con cierto éxito. ¿Por qué no has vuelto a publicar un libro?, le pregunta la “santa”, sin mirarlo. Y después de que el protagonista le responde en palabras que resultan claves para captar el sentido de la película entera (“buscaba la gran belleza pero no la encontré”), la santa le pregunta si él sabe por qué ella, una asceta, solo come raíces. El protagonista mira para un lado como diciendo no sé de qué me hablas, por supuesto que no sé por qué, ¿cómo voy a saber? Porque las raíces son importantes, es la respuesta.

La exposición de arte Radical Women: Latin American Art 1960-1985 fue todo un acontecimiento cuando apareció a finales de 2017. Visité la muestra con mi pareja y apenas entramos a la sala del museo pudimos reconocer algunas cosas que nos interesan mucho en el arte: lo acumulativo, el desorden, lo colectivo, la colección, lo desconocido. La muestra también fue criticada (como casi todo en esta vida) por sus exclusiones. No había artistas ecuatorianas, por ejemplo, y eso nos dolió mucho (¡el Ecuador excluido de un marco internacional!, ¡cuándo se ha visto!). Pero ahora, unos pocos años después, me detengo en el alcance de la palabra “radical”. ¿Qué factores establecían al arte de estas mujeres como algo radical? ¿Hacían todas lo mismo? No. ¿Venían de los mismos estratos sociales, luchando en contra de las adversidades de nuestro continente para producir? Por supuesto que no. Había de las que lo tuvieron todo para convertirse en artistas de renombre: contactos, estudios en Europa, y también las que no.

“Radical” viene de “raíz”, una palabra que se refiere a lo que sostiene debajo de la tierra a las plantas o, de modo figurado, a lo que va al origen, a lo esencial, como cuando decimos “la raíz de una enfermedad” e incluso, como ahora: “la raíz de una palabra”. El término radical empezó a usarse en política, cuando hace siglos un grupo de progresistas británicos quiso incluir cambios significativos en las formas de organización social (los empezaron a llamar “radicales”). Considero que hacer una exposición con mujeres artistas únicamente ya es un gesto radical; es decir, la radicalidad estuvo tanto en la curaduría como en varios de los trabajos o trayectorias de artistas que participaron en la muestra. Pero esa decisión también puede estar sujeta a discusión, en especial, si se toma en cuenta lo sugerido por la pensadora chilena, Nelly Richard, en uno de sus artículos de mediados de los años noventa que sirvió como referente de Radical Women. “Lo femenino”, sostiene Richard, no se mide solamente en términos biológicos, sino que alcanza “aquello que desde los bordes del poder central busque producir una modificación en el tramado monolítico… establecido”.

También me interesa la otra acepción, lo que sostenía la santa de la película italiana: “las raíces son importantes”. Las mujeres artistas de Radical Women, y otros proyectos de arte en América Latina, pueden ser considerados “radicales” en cuanto sostienen la importancia de nuestras raíces. ¿Cuáles son esas raíces? ¿Nuestras raíces? ¿Las de cada uno o las de una colectividad que ocupa un territorio determinado de mil maneras? La poscolonialidad, se me ocurre, es una raíz extendida por esta tierra. Ese estado extraño, que parece perpetuo pero seguramente no lo es, de pertenecer pero como alejado del núcleo, de resignación cristiana, de una sumisión internalizada, como mendigos desamparados, furiosos porque no nos lanzan una monedita.

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