¿Quién inventó el automóvil?

Los carros de ruedas ya eran cosa corriente. Eran tirados por caballos, bueyes y mulas, pero no era suficiente. La humanidad siempre buscó transportarse más rápido y cómodamente; algunos inventores se dedicaron a crear artefactos que pudieran moverse por sí solos. No era tarea fácil. Toda la inventiva debía dirigirse, primero y ante todo, a la creación de una fuente de energía, y luego, al medio de transformarla en movimiento.

Los primeros experimentos tuvieron lugar a inicios de la era cristiana en la Alejandría ocupada por los romanos. La cultura helénica, legado de su añorada reina Cleopatra, coexistía con la de los faraones del antiguo Egipto. En esta encrucijada de civilizaciones vivió Herón de Alejandría entre los años 10 a. C. y 70 d. C. Es considerado el mayor experimentador de la Antigüedad. Seguramente quiso aprovechar la fuerza del vapor que levantaba las tapas de las ollas cuando hervía el agua y reprodujo este fenómeno en un dispositivo llamado eolipile, que era una caldera esférica montada sobre un eje, con dos desfogues diametralmente opuestos. Cuando hervía el agua el vapor era expulsado por los desfogues y la caldera giraba. Este dispositivo está mencionado en los manuscritos del Imperio romano de Oriente que, además, señala el montaje de dicho eolipile sobre un carro de ruedas. Si fuese así, habría sido capaz de moverse sin más ayuda que la del vapor de la caldera. Los planos de tal artefacto fueron custodiados en la Biblioteca de Alejandría, que desgraciadamente tuvo una decadencia progresiva, incluso con un incendio, hasta que desapareció completamente en el año 604, junto con valiosísimos documentos de la Antigüedad. El vehículo movido por el eolipile de Herón no dejó pruebas concretas de su existencia.

En 1478 Leonardo da Vinci (1452-1519) creó un boceto de un vehículo autopropulsado. Por desgracia, no pasó de la idea y no se materializó. A su derecha se puede ver una recreación de lo que sería la idea original de Leonardo da Vinci. El mecanismo era realmente complejo y le permitía seguir una ruta previamente programada. Además, presenta un mecanismo similar al diferencial.

Pruebas es lo que exigen la ciencia y la historia para admitir la existencia de un hecho. Y en los siglos siguientes no quedaron pruebas de carros que se movieran por sí mismos. El mundo oriental era desconocido y el occidental en pleno oscurantismo no permitía mejoras en la vida monacal. Cualquier alquimista clandestino con un exceso de curiosidad sobre el cómo y el porqué de las cosas podía terminar en la hoguera.

Felizmente la humanidad despertó, y hacia los años 1500 en pleno Renacimiento, en la Florencia destellante de cultura, el genio de Leonardo Da Vinci imaginó un vehículo que pudiera moverse por sus propios medios. La fuente de energía no era térmica, sino mecánica. Se trataba de un sistema de ballestas que a fuerza de músculo debían ser puestas en tensión. Al ser liberadas, movían unos engranajes que a su vez movían las ruedas. El vehículo de cuerdas no pasó en esa época de ser más que un dibujo y tuvo que esperar cinco siglos para que algunos seguidores de Leonardo, convencidos de la factibilidad del diseño lo construyeran, demostrando que sí podía funcionar.

Canal: Historias de autos.

Más tarde, en el siglo XVII, mientras las guerras y las hambrunas azotaban Europa, en Oriente se fortalecían los imperios, lo cual generó cruzadas de catequización para enrumbar a los herejes en el camino de la cruz. Entre los misioneros figuraba el jesuita Ferdinand Verbiest, nacido en Flandes, en 1623, quien en 1658 tuvo la misión de potenciar en China las misiones durante la dinastía Quing. Pero no se limitó solamente a su piadosa misión, sino que por sus vastos conocimientos en matemáticas, geometría, música y filosofía fue incorporado en la corte del emperador Kangxi donde, además, corrigió el calendario chino y enseñó astronomía. Fue honrado con el nombre chino de Nan Huairen.

Verbiest también experimentó con la mecánica y en 1672 diseñó un juguete para el emperador Kangxi. Era un carro propulsado por vapor que fue descrito en su manuscrito Astronomía europea, impreso en 1687, en Alemania.

A diferencia del eolípilo de Herón, la caldera era fija y proyectaba el chorro de vapor hacia una rueda con aspas que accionaba las ruedas traseras.

Verbiest mencionó que, con una carga de carbón, el vehículo podía moverse más de una hora. Era solo un juguete de 65 cm de largo y, por lo tanto, no podía transportar pasajeros ni un conductor ni mercancías. Sin embargo, el vehículo pudo moverse por sí mismo.

El misionero Verbiest murió en China en 1688.

Al siglo siguiente, el de la Ilustración, los países europeos promovían movimientos filosóficos y humanistas, que desembocarían en los derechos humanos, pero también consolidaban sus imperios. Las guerras exigían muchos recursos económicos y mucha innovación en los artefactos militares.

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El fardier de Cugnot

Nicolas-Joseph Cugnot, nacido en 1725, era oficial del ejército de su majestad Luis XV. Tuvo una formación técnica que le permitió patentar algunas armas y materiales de topografía, y como, además, su rama era la de la artillería, sufría en carne propia las penurias de transportar los cañones en las operaciones militares. Tuvo la idea de que un vehículo impulsado por un motor a vapor debería ser capaz de arrastrar hasta cuatro toneladas y se la presentó al rey, quien, entusiasta, le concedió los recursos en espera de que esta innovación reforzase sus arsenales en ese siglo de conflictos. El primer intento de 1765 no tuvo éxito, pero el empecinado teniente persistió y en 1769, mientras James Watt patentaba en Inglaterra su máquina de vapor que iniciaría la Revolución Industrial, presentó la segunda versión que esta vez sí funcionó.

Era una enorme estructura de madera, con dos ruedas traseras, más la delantera que tenía las funciones de dirección y motricidad. La caldera colgaba por delante de la rueda motriz y el vapor accionaba un vástago que impulsaba, uno a uno, los escalones de la rueda dentada que movía el carro. Semejante mole, si bien podía desplazarse, tenía grandes dificultades para virar y para frenar, y fue así que en 1771 chocó contra una pared de ladrillos, que se convirtió en la primera víctima de un accidente de la circulación. La puesta en marcha era un largo proceso, que comenzaba por la tarea de calentar la caldera (en francés, chauffer), y de allí la denominación de los encargados de hacer funcionar el móvil, que a la larga serían conocidos como “chofer”.

Canal: Musée des Arts et Métiers.

No hubo modo de mejorar aquel artefacto de transporte lento y torpe. Al no poder satisfacer las necesidades militares que exigían mayor agilidad, Cugnot no obtuvo más recursos y puso fin a los experimentos, pero en 1772 el rey Luis XV le concedió una pensión de seiscientos francos al año.

Sin embargo, la Revolución francesa de 1789 revocó todo lo que podía parecer privilegios acordados por la realeza. Le retiró la pensión a Cugnot, quien con prudencia se exilió a vivir modestamente en Bruselas. En 1803 fue invitado por Napoleón Bonaparte a volver a Francia, donde falleció poco después de su regreso, a los 79 años.

A pesar de todas las peripecias, el invento de Cugnot fue el más representativo ancestro del automóvil. Fue conocido como el fardier o carromato de transporte. El prototipo desapareció, pero sus planos sobrevivieron, permitiendo la construcción de múltiples réplicas en todo el mundo: aquella que reposa en el Museo de Artes y Oficios de París, y las otras que han sido construidas en varios países para hacerlas funcionar en las mismas condiciones que las de 1771.

En 1769 Nicholas-Joseph Cugnot (1725-1804) creó el primer vehículo capaz de transportar pasajeros. Una enorme caldera en la parte frontal, un motor de dos cilindros verticales y una rueda delantera motriz lo convertía en un vehículo lento y difícil de manejar.

Los autos movidos por motores a vapor fueron perfeccionados e incluso comercializados hasta principios del siglo XX. Pero el rendimiento de la combustión en sus cámaras abiertas era muy inferior al obtenido en cámaras herméticas, de los motores a combustión interna (primero a gasolina y más tarde a diésel), cuya hegemonía se impuso durante todo el siglo XX. Sin embargo, el panorama podría cambiar drásticamente con la llegada de los autos eléctricos y sus etiquetas de baluartes ambientalistas, pero desentendidos de los daños que causaron durante su producción. En fin, son problemas del mundo moderno derivados del extraordinario desarrollo de la técnica del automóvil que, como todos los inventos, surgió a partir de la observación de los fenómenos de la naturaleza. Como aquella que ocurrió en Alejandría, hace dos mil años, frente a una olla de agua hirviendo.

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