Qué será el amor

Ana Cristina Franco

Tenía siete años y estaba enamorada. Mientras mi mamá preparaba la merienda, yo me sentaba en el mesón de la cocina y no paraba de hablarle del niño que me gustaba. A esa edad, tan corta pero que en ese momento era toda mi vida, fantaseaba (y a veces lloraba) con la idea del amor. Y no, mi mamá no me leía cuentos de princesas, pero le fascinaba contarme cómo fue el día en el que vio por primera vez a mi papá o cómo se conocieron mis abuelos. No sé si fue eso o la sobrecarga de telenovelas mexicanas, pero lo cierto es que crecí con una idea romantizada del amor. Me llamaban “exagerada” o “dramática”. No entendían por qué quería enamorarme. Era como si no tuviera derecho. Luego me di cuenta de que para las mujeres amar era de cierta forma una prohibición, un atrevimiento. Las mujeres nacimos para ser amadas, no para amar. Para ser rescatadas, no para lanzarnos al abismo. En las historias románticas que había leído hasta entonces los protagonistas siempre eran hombres: el joven Werther, Dorian Gray, Romeo y Julieta (no Julieta y Romeo). En esto del amor el hombre siempre había tenido el rol del héroe (Orfeo buscando a Eurídice) y la mujer de musa inalcanzable, fantasmagórica y lejana. Pero yo quería ser la heroína. Quería buscar a mi amado en el mundo de los muertos.

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