Qué leer, qué ver, por qué, cómo: la ética, la moral y la pata de la cama

Por Sandra Araya

Edición 460 – septiembre 2020.
Ilustración: Shutterstock

¿Podemos decir que ya pasó la polémica ausencia de Lo que el viento se llevó en HBO? Pues no. No deberíamos. Ningún viento podrá llevarse la oportunidad del debate y la necesidad de una conversación. La censura, que lejos de maldecir lo que hace es condecorar a sus sujetos, es un tema que merece la pena tratar.

Para comenzar me permitiré recordar una anécdota adolescente. Era 1995. Asistía a un colegio súper tradicional de Viña del Mar, en Chile. Pasaba mucho tiempo en la biblioteca (ya, desde ese entonces), así que la bibliotecaria me había cogido cariño. Le parecía una chica madura porque leía mucho (permítanme reírme en este momento, a carcajadas, y con tristeza, no me siento madura ni siquiera hoy que he pisado ya los cuarenta), así que tenía acceso a libros que estaban prohibidos para el resto del alumnado. Incluso para quienes tenían mi edad. Sí, ha leído usted bien: había libros que estaban prohibidos. Pero ahí estaban, en los anaqueles. Como en una biblioteca medieval. Y mis compañeras de curso, que no se contaban precisamente entre las más tranquilas ni modosas, y que, además, no habían pisado la biblioteca sino por castigo, sabían que esos libros estaban ahí. Yo era, entonces, la llave para lo prohibido.

Lo pedí prestado, con la recomendación de que no se lo pasara a nadie más, y lo leí en un par de horas, aunque no me interesaba en lo absoluto (yo ya tenía a cuestas un acervo lector de violaciones, sexo, drogas y rock’n roll, gracias a mis libros de fantasía épica editados por la maravillosa Martínez Roca). Anyway. Luego, no por quedar bien, sino porque desde siempre he tenido la imposibilidad atávica de seguir normas, les pasé el libro a mis amigas, con tal de que me lo devolvieran pronto. El libro de esta intriga se llama Pregúntale a Alicia, diario anónimo de una chica que tenía nuestra edad, entre trece y catorce años, y que experimentaba con drogas y tenía sexo. Se suponía que era el diario real de una chica que habría muerto por sus excesos. Ahora sé, gracias al bendito Internet (que no teníamos en esa época, por cierto, y que me hubiera ahorrado a mí una lectura tediosa y a mis amigas aguantarse mi cara de incredulidad cuando me pidieron el libro), que una psicóloga norteamericana se atribuyó luego la escritura de este diario, que se habría basado en la bitácora de una de sus pacientes, pero que es casi imposible discriminar qué pertenece a la ficción añadida por la terapeuta y qué corresponde realmente a las anotaciones de esta chica. ¿Cuál fue la intención de esta mujer al ejecutar esta ficción? ¿Crear conciencia en los jóvenes sobre los efectos de una vida sexual a temprana edad, sazonada con drogas? Y entonces, me pregunto ahora, ya casi madura (entre nuevas risas de incredulidad), ¿cuál era la intención de las autoridades del colegio al acotar su lectura, sobre todo entre el público a la que iba dirigida la obra? ¿Que no se influenciaran?

¿Quién estaba leyendo mal esa historia, ese libro?

Traigo a colación este recuerdo algo bobo a raíz de la polémica que se desató hace algunas semanas cuando la cadena HBO sacó de su plataforma de streaming Max Lo que el viento se llevó (1939), uno de los hitos del cine, blablablá, historia basada en la novela homónima de Margaret Mitchell. Los motivos habrían sido solidarizarse con la causa Black Live Matters, que se ha encendido más luego del asesinato de George Floyd. Y también hubo gente que pidió que la obra fuera retirada de la parrilla, así lo ha reconocido el guionista de 12 años de esclavitud, John Ridley, quien firmó esta petición. ¿Es racista esta obra?

Hay un panorama: el sur, metido de lleno en sus costumbres, entre las que estaba el sistema esclavista, se ve enfrentado a una guerra con el Norte, comandado por un gobierno federal que buscaba la abolición de la esclavitud. Scarlett O’Hara, una niña mimada de esa sociedad confederada, verá su mundo tambalearse, caerse, por la guerra. Pero a ella, la verdad, la guerra, la esclavitud o la libertad le importan un bledo (robándole la expresión a Rhett Butler). A ella lo único que le importa es obtener el amor del soso Ashley Wilkes. Pero nada en la vida sale como una quiere, ¿o sí? La vida de Scarlett, luego de que los hombres vayan a la guerra, cambia: se casa con un hombre al que no ama, queda viuda, la plantación de su familia es arrasada, su madre muere, su padre queda algo loco, ahora debe hacerse cargo de la familia y de los sirvientes que no se han ido. Sirvientes negros. Esclavos. Personas que han sido esclavizadas, pero que parecen sentirse muy bien en sus roles. Como Mammy, la criada personal de Scarlett, una especie de nana, ancha y, claro, negra. Lo que pasa después… véalo, léalo, por favor. Scarlett será para siempre, en mi opinión, uno de los personajes mejor construidos del cine. No es agradable, ojo: no es religiosa ni modosa como su cuñada Melanie, le roba el novio a una de sus hermanas y luego se pone a dirigir, a solas, tozuda, un aserradero. Sigue trabajando luego de que su marido y amor, Rhett Butler, la haga muy rica. Es una mujer a la que le gusta hacer lo que le da la gana. Y sí, resulta que nació en el sur.

¿Romantiza Lo que el viento se llevó la esclavitud en el sur de Estados Unidos?

Es posible que sí, que se haga una visión desde el lado que ahora, luego de que intentamos abrirnos paso para conquistar derechos e igualdad para todos, es el bando de los equivocados, de los que no debieron existir. Pero que existieron. Y borrar la historia, aunque sea a través de sus ficciones, sí es una forma de edulcorar lo que hemos atravesado como humanidad. Algo así como barrer sin botar los desperdicios a la basura, sino que ocultándolos debajo del tapete más cercano. Por vergüenza. Por solidaridad. Por lo que sea. Se llama ocultar. Y si callásemos ahora, estas nuevas generaciones no podrían explicarse ni por qué se dio la Guerra de Secesión ni cómo se afincó un sentimiento racista que pervive exclusivamente en una nación.

No digamos que algo está mal. Digamos por qué está mal. Aunque con las mediaciones hay que tener mucho cuidado también, y creo que sirve como ejemplo la anécdota que conté al inicio.

*

Mea culpa. Alguna vez, no, muchas veces, diría, yo también he mirado a alguien por encima del hombro y le he dicho qué debe leer o, peor aún, he sonreído con algo de conmiseración cuando ese alguien me ha contado qué está leyendo en ese momento. De algún lado, luego de varias lecturas, nos sale lo maestra de escuela de película de horror, de maestro con palmeta en mano, nos sale un purismo-puritanismo para decretar qué es lo que debe o no leerse. Y cómo leerse. Y por qué leerse. Cuando las reivindicaciones se convierten en imposiciones, pues volvemos al principio de los tiempos, y vuelta a empezar. Nos mordemos la cola.

Luego de las reacciones en redes, a favor y en contra de su decisión, la cadena HBO lanzó un comunicado en el que se aclaraba que la película no estaba siendo eliminada de forma definitiva, sino que se haría un comentario donde se contextualizara su visionado: en qué Hollywood había sido producida la película, la historia del Sur, esa región “romantizada” en la obra en cuestión. Esperaría, entonces, que todas las historias fuesen contadas en ese contexto, por ejemplo, cómo Hattie McDaniel fue la primera afroamericana en ganar un Óscar y sí, cómo en la ceremonia de entrega de los premios fue segregada, fue apartada del resto del elenco, porque blancos y negros no podían mezclarse. La historia de Hattie McDaniel, además de sus luchas raciales, apunta también a una conducta disidente a la sexualidad tradicional. Ella misma se enfrentó a quienes la acusaban como traidora a su raza, diciendo que prefería ganar setenta dólares haciendo de sirvienta que ganar siete siéndolo. Y podríamos decir mucho más de la producción de Lo que el viento se llevó. Espero que lo haga, por mí, y por el resto, HBO.

Es cierto. HBO Max no llega a Latinoamérica. ¡Rayos y centellas!, y ahora, ¿cómo opino sobre lo que no sucede en mi país? ¿Cómo puedo traer este tira y afloja sobre qué ver o qué leer a nuestro país, chico y minúsculo dentro de un mundo en permanente conflicto? Pensemos en un caso más pequeño, no en una empresa enorme como HBO. Pensemos en una editorial independiente de nuestro país. Local. Pensemos en que su editora, para entrar al mercado, ha publicado un libro que rompió con el canon establecido, con una literatura oficial, con tabúes, moralismos y otros afeites. Y el libro sacó ronchas. Hubo muchas risas. Hubo, luego, reconvenciones. Hubo, y hay aún, personas que se han sentido afectadas por ese libro. Hay heridas. ¿Qué se puede hacer con ese libro? ¿Prohibirlo, sacarlo de perchas, linchar a los libreros, a la editorial, al autor? No sé lo que hará el resto. Puedo hablar como la editora, tomando la primera persona, algo que no me gusta hacer, aunque a veces sea necesario: lo que puedo hacer, de la forma más sincera, es pedirle disculpas a A. T., a quien está dedicado el libro, y quien se sintió acosada por la publicación tanto como por el sujeto que escribió la obra. Te pido disculpas públicamente y te digo algo más: tenías razón. El tipo es un acosador. No me lo contó nadie ni lo colegí luego de otra lectura del libro. Lo digo porque me acosó a mí, porque desperté un día cuando alguien me tocaba sin mi permiso y me encontré con un hombre masturbándose a mi lado. Eso es acoso. Eso es intento de violación. Pero si bien el tipo me produce repugnancia extrema, y no diré su nombre, pues muchos lo saben y conocen esta historia, no puedo soportar la imagen de las hogueras de libros, hogueras católicas, hogueras estalinistas, hogueras en las épocas de las dictaduras realmente duras del continente y otros lares. Ese libro no saldrá de circulación. Si alguien lo solicita, lo venderé. Mi responsabilidad como editora es poner a disposición del público ese libro. Y es que no creo que luego de leer ese libro un sujeto salga a la calle y empiece a acosar mujeres. Creo que un lector inteligente leerá con algo de humor la confesión de un hombre imposibilitado para amar porque está más seguro con sus demonios. Es un libro para un lector con criterio.

Mi mamá, medio en broma medio en serio, siempre dice que la falta de criterio es algo que se nota cuando alguien va al cine, mira una película de artes marciales y sale dando patadas a todo lo que se le cruce.

¿Cómo llegar a ese criterio?

No se nace con él. Se va formando. Y se va nutriendo si vas leyendo, viendo películas, viendo comedias, incluso las más estúpidas y chirriantes. Vas conociendo gente en el camino. Vas hablando con esa gente. Conociendo sus puntos de vista. Sus dolores. Los monstruos. No hay otra forma de, valga la redundancia, formar el criterio. Así que al sacar tal película de la parrilla o bajar de las perchas un determinado libro, estamos borrando contenidos, perspectivas con las cuales entrar a debatir.

Las nuevas lecturas se agradecen. Pero, insisto, cuando las nuevas lecturas quieren ser imposiciones, entramos en un nuevo juego paternalista. Lo que se debe y no lo que no. Porque lo digo yo. Porque cómo no te has dado cuenta. Porque eres un bobo y yo te voy a enseñar.

En febrero se cumplieron 81 años del día en que Lo que el viento se llevó arrasó en los Premios Óscar, al ganar en 8 de las 13 nominaciones que tenía, y llevarse dos premios especiales entregados por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Ganó como mejor película, mejor director (Victor Fleming), mejor guion adaptado, mejor actriz (Vivien Leigh), mejor actriz de reparto (Hattie McDaniel, convirtiéndose en la primera actriz de raza negra en ganar un Óscar), mejor fotografía, mejor dirección artística y mejor montaje. Lo que el viento se llevó fue retirada temporalmente de la plataforma de HBO Max por su contenido racista, pero el filme se convirtió en la película más vendida en Amazon y iTunes tras la decisión.

¿Y qué tiene que ver aquí la pata de la cama? Mi mamá siempre se reía de un amigo de ella que se colgaba al cuello mil y una cadenas, medallas, escapularios varios y otras zarandajas. Le decía la pata de la cama. Ahí se cuelga todo y no se puede distinguir ya luego qué es un amuleto para la buena suerte, el medallón con la foto de la abuelita, la credencial para un evento o la etiqueta de un producto con altas dosis de azúcar. Y de buenas intenciones.

En febrero se cumplieron 81 años del día en que Lo que el viento se llevó arrasó en los Premios Óscar, al ganar en 8 de las 13 nominaciones que tenía, y llevarse dos premios especiales entregados por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Ganó como mejor película, mejor director (Victor Fleming), mejor guion adaptado, mejor actriz (Vivien Leigh), mejor actriz de reparto (Hattie McDaniel, convirtiéndose en la primera actriz de raza negra en ganar un Óscar), mejor fotografía, mejor dirección artística y mejor montaje. Lo que el viento se llevó fue retirada temporalmente de la plataforma de HBO Max por su contenido racista, pero el filme se convirtió en la película más vendida en Amazon y iTunes tras la decisión.

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