¿Qué hacía Ian Fleming antes de crear a James Bond?

Jorge Ortiz ///

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Este pequeño relato empieza en las aguas de Punta Umbría, Huelva, en la costa atlántica del extremo suroccidental de España, donde a finales de abril de 1945, en plena Segunda Guerra Mundial, fue encontrado flotando un cadáver que llevaba atado a la cintura, con una cadena metálica, un maletín de cuero con cuatro cerraduras. En los bolsillos llevaba sus documentos de identidad: era el mayor William Martin, un oficial de la marina británica, experto en desembarcos. Todo indicaba que su avión había caído en el mar y que se cuerpo había sido arrastrado a la costa por la fuerza del oleaje. Lo que llevaba en el maletín podía ser importante.

Británicos y alemanes reaccionaron con rapidez, porque apoderarse del maletín exigía mover todas las influencias. El gobierno de España (país neutral, a pesar de las simpatías del generalísimo Franco por los nazis) decidió quedar bien con las dos partes: a los británicos les devolvió el maletín, asegurándoles que no lo había abierto, y a los alemanes les entregó copias de los documentos encontrados en el misterioso maletín. Cuando examinaron los papeles, los integrantes del alto mando militar nazi dieron un salto de alegría: eran los planes, con todo detalle, para el desembarco aliado en Grecia. Nada menos.

Cuando le fueron presentados los documentos, Hitler desconfió y dudó, pero, ante la contundencia de las pruebas, ordenó la movilización inmediata hacia el Peloponeso y Cerdeña de sus fuerzas blindadas, empezando por dos divisiones ‘panzer’ y tropas de élite de las SS. Lo mejor de lo mejor. Así, los alemanes estarían listos y reforzados cuando llegara el ataque. Pero…

Pero el ataque nunca llegó: en lugar de hacerlo en Grecia, los aliados desembarcaron en Sicilia el 10 de julio de 1943 y, sin resistencia significativa, cruzaron Italia de sur a norte. Benito Mussolini fue derrocado el 25, con lo que Alemania perdió su principal aliado europeo. Previamente, el 13, al saber del ataque en Sicilia, Hitler movilizó hacia Italia sus mejores divisiones, sacándolas del frente oriental, donde Alemania estaba recuperando la iniciativa bélica después de su severa derrota en Stalingrado. Ese fue, para muchos expertos, el principio del fin del Tercer Imperio Alemán, que veintidós meses más tarde, en mayo de 1945, terminaría rindiéndose sin condiciones. Y en todo esto, ¿qué tuvo que ver el mayor William Martin?

Pues absolutamente nada, porque el mayor William Martin nunca existió: el cadáver encontrado en Punta Umbría pertenecía a un vagabundo galés, con deficiencia mental, que murió envenenado con raticida tras haber robado comida en un almacén. Su cuerpo, preservado en un cilindro enfriado y sin aire, fue llevado en un hidroavión a la costa española y dejado en un sitio adecuado para que lo arrastrara la corriente. Sus documentos de identidad eran falsos. Los planes para el desembarco en Grecia, minuciosos y precisos, también.

La “Operación Carne Picada” había sido organizada por dos prolijos oficiales del MI5, el servicio británico de inteligencia, que pensaron hasta los detalles mínimos para asegurarse de que todo saliera bien. A ellos, Ewen Montagu y Charles Cholmondoley, se les ocurrió, por ejemplo, dejar el cadáver con los planes falsos en España “porque es el país donde existen las mayores probabilidades de que los documentos sean entregados a los alemanes”. Y es que las preferencias de Franco eran obvias. Pero, a su vez, Montagu y Cholmondoley habían sacado la idea de un memorándum del departamento de inteligencia naval del almirantazgo, escrito por un inquieto e ingenioso capitán de corbeta llamado Ian Fleming. Mucho antes, claro, de que él creara al agente 007, James Bond, y lo pusiera al servicio secreto de Su Majestad…

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