Puerto López confidencial

Por Elías Urdánigo

Puerto López es un destino turístico que destaca por la temporada de avistamiento de ballenas jorobadas, que hacen un recorrido cercano a los ocho mil kilómetros desde el helado Antártico, adonde regresan después de tener a sus crías. El año pasado se celebró el XV festival de ballenas jorobadas, que abre la temporada de avistamiento entre junio y septiembre.

Las luminarias del muelle están embarradas de mierda de gaviota, el blanco cremoso resplandece bajo la luz artificial. Al final de este muelle, inaugurado el año pasado, descendiendo las escaleras, hay una plataforma flotante por la que los turistas cruzan hacia los botes que los llevan a altamar para ver ballenas.

Alrededor de uno de esos botes hay tres hombres inclinados sobre un motor fuera de borda con la tapa abierta, como un cerebro en un quirófano. El mayor de los tres hombres se llama Aníbal Ponce, tiene 38 años y es un guía turístico certificado. Existen 100 guías acreditados para trabajar en el parque nacional Machalilla, que comprende los cantones Jipijapa, Montecristi y Puerto López.

Hace un par de años atrás Aníbal, con un préstamo del Banco Nacional de Fomento, se compró un bote al que bautizó Luz de Luna, y montó una operadora turística con el mismo nombre. Desde entonces rara vez ejerce de guía, trabaja más bien en la cuestión logística ballenera. Luz de luna, según él, es un nombre poético y apropiado, porque todas las noches hay luz de luna sobre el muelle.

Aníbal tiene a su cargo cuatro hombres para cada viaje. Dos guías, un capitán y un marinero. Los guías ganan 35 dólares diarios cada uno, el capitán veinticinco y el marinero quince, en temporada alta un bote hace entre cuatro o cinco viajes a la semana (un poco más, un poco menos). El Luz de luna es uno de los once botes acreditados para zarpar hasta la Isla de la Plata, a más o menos veinticinco millas náuticas de la costa. “Antes era bastante sacrificado, las embarcaciones en las que se salía eran de pesca, y con un solo motor, hasta la Plata se hacían tres horas, hoy, solo una hora quince”, dice Aníbal. En la Isla de la Plata, además de las ballenas, se tiene derecho a un recorrido por sus casposos senderos, ascendiendo hasta su cumbre, entre piqueros de patas azules y fragatas de enormes buches rojos, que provoca reventar con una aguja.

Aníbal lleva una camiseta del Ministerio de Turismo, bermuda y zapatillas. Su casa, de dos pisos, queda frente a una pequeña plaza con lámparas y bancas de metal donde no se ven rastros de excremento volador. La puerta principal da a la oficina de la operadora. Una mujer de pelo recogido y aspecto cansado está detrás de un escritorio lleno de hojas, afiches y catálogos turísticos. “Mi esposa”, dice Aníbal. Mónica del Jesús Tubai es quien se encarga de la parte gerencial del asunto ballenero. Aníbal siente que esa parte no está hecha para él. Nada de estar sentado, inmóvil, ordenando facturas, apuntado nombres de clientes, dejándose invadir por los inquietantes pensamientos que suelen rondar la cabeza de quienes pasan largas horas en silencio. Basta verlo moverse para saber que no es ese tipo de hombre. Basta oírlo hablar del pueblo que no ha prosperado casi nada en años de turismo y pesca, hablar de los políticos que no saben administrar, de los estudios que ha hecho sobre ballenas y su comportamiento, con la perorata que aprendió en el curso de guía, para saber que siempre se está moviendo como el mar. Mónica del Jesús Tubai está preparada para los pensamientos que Aníbal ha escogido rechazar, como lo estuvieron preparadas todas ellas, durante siglos. Su sonrisa es giocondiana y su mirada más bien brusca, cansada. “Yo hago de todo, guía, chofer, mecánico, cocinero, menos gerente”, dice Aníbal. Su esposa sonríe, enigmática.

Cuando la temporada baja, las cosas se ponen color de hormiga para quienes viven del turismo. “Por ahora trabajo 100 días al año, pero mi meta es llegar a 250, la cosa es que no solo hay que pensar en las ballenas, se puede ofrecer al turista otras actividades, de hecho ya se lo está haciendo. Las visitas a la Isla de la Plata ofrecen snorkel, avistamiento de tortugas, piqueros y fragatas, además de la caminata por la isla, y esto se puede hacer todo el año”, dice Aníbal, que apuntala su economía con una camioneta doble cabina que ofrece servicio de taxi dentro y fuera de Puerto López.

***

El domingo por la mañana Aníbal nos entrega nuestros respectivos chalecos y un grupo de dieciséis pasajeros caminamos en fila hasta el muelle, como estudiantes de primaria. Compramos el tour hacia la Isla de la Plata, 40 dólares por cabeza. El fotógrafo y yo, sin contar a la tripulación (los dos guías, uno de ellos el propio Aníbal quien decidió acompañarnos para no perderse las fotos, un marinero y un capitán) somos los únicos ecuatorianos en el Luz de luna. Holandesas, francesas, belgas, norteamericanos, polacos, esas son las nacionalidades que nos acompañan. Pagamos un dólar por un ticket en una de las casetas del muelle: este dinero lo recauda el municipio. En 2011 se recaudaron 20 158 dólares por cobro de tickets, mientras que en 2012 la recaudación disminuyó a 14 534, y en agosto de 2013 todavía no había una cifra precisa, pero se preveía que iba a sobrepasar lo recaudado en 2012.

Durante el viaje hasta la Plata, se observan caras y pies rústicos, como si hubieran venido de algún lúgubre y rasposo páramo europeo; son dos chicas de impresionante fisonomía, cabellos rubios como grama quemada y narices largas, toscas, desde donde te puedes lanzar un clavado. El cielo está cubierto y espeso, la espuma detrás es gris y aceitosa. Se supone que para este año, por disposición del Ministerio de Turismo, se tiene previsto que todas las embarcaciones deben funcionar con motores de cuatro tiempos (menos contaminantes que los de dos tiempos, porque no queman aceite) que en promedio cuestan alrededor de dieciocho mil dólares. Para la fecha en que se realizó la investigación de campo de este reportaje (agosto de 2013) el Luz de luna navegaba con uno de dos tiempos que costó ocho mil dólares. Aníbal espera pagar una parte importante de su préstamo para este año y pedir una extensión para financiarse el motor de cuatro tiempos y no perder el permiso de navegación.

En la isla hay un refugio, habitado por dos guardabosques, que son reemplazados cada siete días por otra tanda de guardabosques. Todas las embarcaciones que vienen de turismo desde Puerto López encallan frente al refugio. Allí las tripulaciones desembarcan de acuerdo a su llegada y continúan con la caminata en el mismo orden. Cuando llegamos a la isla cada guía se hace cargo de un grupo, los dieciséis turistas nos separamos en dos y recorremos los cuatro senderos determinados para la expedición. Unos ascienden y otros descienden. En los cuatro senderos se puede ver lo mismo: vegetación reseca, tierra desértica, piqueros de patas azules y fragatas.

En la caminata Aníbal nos habla de los ratones que viven en la isla como una especie intrusa: como no tienen depredadores naturales se han vuelto lentos y gordos. Al momento de mencionarlos aparecen dos por el flanco derecho, obesos, peludos y pardos, quietos a nuestro paso como si fuesen animales domésticos.

En el transcurso aprendemos dos o tres cosas sobre orientación geográfica: dónde queda el norte y dónde el sur. Escucho a un polaco gigante decir, en un español tolerable, que a la isla la llaman la Galápagos de los pobres. En un inocente comentario, nuestro amigo polaco parece habernos definido social y económicamente. Entiendo, no sin una sonrisa taimada, la belleza de grupo que formamos aquí en la Galápagos de los pobres. Sobre todo cuando una adolescente texana llamada Taylor, residente en Cuenca ya dos años, pregunta al guía: ¿de qué porte tienen el miembro viril los hombres ecuatorianos?

Trago saliva, conmovido visceralmente, y me hago el desentendido.

***

A cada paso nos encontramos más piqueros en medio del camino. Los piqueros hacen un extraño baile para cortejar a la hembra. La naturaleza es un eterno baile, claro que no todos están invitados. Estas aves tropicales se balancean en sus dos patas azules. “La hembra del piquero es más dormilona”, dice Aníbal. La texana traduce estas palabras al inglés para sus compañeros: su hermana Logan, su cuñada de rasgos asiáticos, y su hermano, un gringo alto y pálido, novio de la pequeña asiática. Luego, la pequeña texana abre las manos y grita: “Oh, como las chicas”. “Sí, como las chicas”, repite Aníbal.

En algún momento de la caminata, mientras intento conversar con Logan, la pequeña texana grita:

—Ey, ¿tú qué anotas en esa libreta?

La miro intentando descifrar cuánto de ecuatoriano hay en su impertinencia. Imposible sacar nada en limpio; la adolescencia, en la medida de las circunstancias, es parecida en todas partes.

—Estoy haciendo un reportaje —digo.

—Creí que escribías el número de teléfono de mi hermana —dice, risueña, revoloteando alrededor de nosotros.

Logan por su parte tiene veintitrés años y, aunque le gusta Puerto López, no le interesa mucho lo que ve. Me pregunta si aquí se comen las ballenas o es lo que yo entiendo en mi rudimentario manejo del inglés.

—No que yo sepa —intento hacerme entender.

Va a contarme algo pero su hermana menor la interrumpe. Hablan en su idioma, sonríen y se adelantan, hasta alcanzar al gringo pálido con su chica asiática.

***

Más tarde hacemos snorkel cerca de los arrecifes y una ráfaga de peces de colores me deja pasmado, pero no tanto como el cuerpo de una de las dos turistas holandesas. Una piel con un tono de bronceado agradable. Terno de baño de dos piezas. Nada como un cuerpo joven, carnoso en los lugares correctos. El agua salada desciende y se empoza, brilla en esas breves hondonadas-holandesas. El snorkel no me deja bucear con libertad.

Al regreso, aunque el capitán lleva el Luz de luna muy cerca de una ballena macho que brinca una y otra vez, un animal de unos doce metros de largo, que se estira hacia el cielo con la gracia de una bailarina, apenas dos o tres turistas arriman sus cámaras fotográficas, el resto de la tripulación permanece acostada o recogida sobre los duros asientos de fibra, tapados con toallas, esperando el momento de seguir al pie de la letra las instrucciones que nos dio Aníbal: “Si tiene deseos de vomitar no se levante de su puesto, ni pida una funda, solo inclínese por la borda y alimente a los peces”; entre ellas la holandesa comestible, quién sabe si alimentada con avena y marihuana de la mejor. Quise preguntarle para qué había venido, pero ya me había visto dos veces de la forma en que se podría mirar a un pervertido, así que la dejé estar.

En el continente, con el cielo gris y el viento carnívoro, le pido a Aníbal que califique el viaje en un rango del uno al diez. “Si tuviera que calificarlo, este sería uno de ocho o nueve, vimos saltar una ballena, vimos fragatas, piqueros, hicimos snorkel y, aunque nos quedamos varados, fueron solo unos minutos. Sí, este es un viaje de nueve”. Al decir “nos quedamos varados” se refiere a un desperfecto que sufrió el motor durante media hora, 30 minutos que alejaron a esta excursión del puntaje perfecto.

***

El lunes 26 de agosto de 2013, día de mi partida, puedo saborear un cebiche al estilo Jipijapa, con maní, y me sabe a gloria. Hay dos cosas incomparables en López, su cebiche y la caipiriña de uno de sus bares frente a la playa. Hay que apurarse a probar esa caipiriña, es más, quizás al momento de leer esto ya sea imposible. Desde que Puerto López fue declarada Área Turística Protegida (ATP) el año pasado, los espectáculos se realizan a 300 metros del malecón para no afectar al turismo, aunque a la gente que llega a Puerto López al parecer le interesan solo las ballenas. Para ponerse hasta las orejas de borracho, bailar o drogarse, está Montañita, a unos 40 minutos de distancia. Por la noche López es de una expectación bizantina. En todo caso debido al ATP, la franja de bares playeros desaparecerá (o desapareció) este año. La idea es limpiar el paisaje para los turistas, para que desde los restaurantes ubicados del otro lado de la calle puedan ver el espectáculo de arena terrosa y olas con sarro. Yo prefiero una playa con bares frente al mar. Es más romántico tomarse una botella colgado de una hamaca, escuchando música, que ver la playa desde el otro lado devorando una pesada parihuela. Según el bartenderque prepara las caipiriñas, un tipo descamisado y de cabello peinado hacia atrás y teñido de rubio, con un contundente acento de barrio guayaco, los van a reubicar lejos de la playa, para hacer una especie de zona rosa alejada del mar. “La huevada también es que no tenemos baños y la gente caga, mea y tira aquí mismo en la arena”. “Caga, mea y tira en la playa”. Ese es el eslogan publicitario que deberían aprovechar.

Tips

Un ballenato, al nacer, puede llegar a medir entre cuatro y cinco metros; alcanzan su madurez sexual a los once metros.

Existen 83 especies de ballenas, entre ellas, la azul, la gris, la de Groenlandia y la jorobada.

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