Primero de enero.

Por Ana Cristina Franco.

Ilustración Luis Eduardo Toapanta.

Edición 429 – Febrero 2018.

Firma--Ana-Cristina

Tomar vitamina C, comer más fruta, hacer jugo todas las mañanas, con linaza y con apio si quieres bajar de peso, ver recetas en Internet de mascarillas para la piel, hacer ejercicio todos los días, o, bueno ya, tres veces por semana, mantener una rutina es básico… Sería bueno meditar, sería aún mejor hacerlo a las cinco de la mañana, comer menos azúcar, o de plano, no comer azúcar, menorar, también, la sal, hacer bailoterapia, controlar el genio, tomar agua. Leer más, cerrar el Facebook, escuchar ópera, salir a caminar al parque.

El primero de enero el mundo está detenido. Este año, ha sido el frío el que lo ha detenido. El frío alarga las horas, las vuelve pesadas, irreales. La ciudad se vuelve mental y ajena. Metal y ajena. Como si se hubiera hundido en el océano. La vida cotidiana parece espacial, como si la casa, también, se hubiera hundido en el mar.

Vivimos lento, con eco, sin gravedad. La casa también parece un barco fantasma acorralado por la neblina en tiempos de guerra. Aquí, donde el frío congela el cerebro, nos inventamos la vida desde cero.

Otras veces el primero de enero es silencio que se funde con las promesas. Me pregunto cuánta gente ahora mismo escribe sus sueños en cuadernos, y también cuántos cuadernos con promesas viejas ahora mismo están siendo devorados por las polillas. O las hormigas. Pienso que en eso consiste la vida, en escribir listas de cosas en cuadernos que luego se comerán los ácaros. O las hormigas.

Hormigas en las sábanas y en la ducha, en el pelo, en los zapatos… para ellas, para las hormigas, debe correr el tiempo de manera distinta, no puede ser un minuto el mismo minuto para la hormiga que se desplaza en un segundo hasta el otro lado de la baldosa.

Pienso en Paterson, la película de Jim Jarmusch en la que Adam Driver es un poeta que maneja un autobús y escribe cosas importantísimas en una libreta como, por ejemplo, las formas de los fósforos o su percepción del tiempo. Sus poemas luego son devorados por el perro. No queda nada. Y entonces un desconocido, alguien que igual que él pierde el tiempo en una banca del parque, le regala una libreta en blanco.

Que vivan las libretas en blanco.

Y las rayadas con ideas que nunca se hicieron.

Y las hormigas.

Tomar linaza, cúrcuma, vitamina E, hacer ejercicio el lunes y olvidarlo el domingo, las ideas que parecen brillantes en la noche y estúpidas en la mañana, porque todo cambia en las noches, absolutamente todo se ve más denso, más largo, más complicado, más intenso en las noches; por ejemplo, hoy, que salí a caminar con el perro en la noche, pensaba en lo siniestro que se ve el patio sin gente, abandonado con la brisa fría, con el canto de los grillos. Dicen que a partir de las seis de la tarde todo se ve en blanco y negro, los colores dependen de la materia, la materia refleja la luz. La luz hace nuestras vidas. La luz ciega en verano e ilumina a ese pedazo de piedra sin luz propia, avellanado, lleno de huecos. En la noche todo es más denso, hay como puentes por todas partes. Y puertas…

Luz, ideas que parecen mejores en la noche que en el día, agendas devoradas por ácaros. Otro año que empieza. Otra agenda en blanco. ¿Qué hacer?, ¿qué prometerse? Seguir escribiendo nuestros sueños en papeles… aunque se los coman las hormigas.

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