Lo que se hace por los hijos

La mayoría de migrantes no abandonan sus países por decisión propia, al contrario, la mayoría se siente obligada a irse. En el Ecuador la situación es la misma, hay una nueva oleada de migrantes y muchos escogen Canadá como destino. Cuando uno pregunta por qué, aparece una respuesta clara: por mis hijos.

Ilustaciones: Paco Puente

Le dicen entry job. El primer o los primeros trabajos a los que un inmigrante accede en Canadá, eso es un entry job. Me tomó tres meses conseguir el mío.

Siempre supe que existía un modo canadiense de hacer las hojas de vida, pero aquí, poco a poco, fui entendiendo que eso era apenas el inicio. 

Buscar trabajo en Canadá requiere de una amplia preparación sobre el funcionamiento del sistema laboral; investigación sobre los estrictos protocolos con los que operan los procesos de contratación, estar en todas las plataformas digitales de búsqueda de empleo, hacer networking, lograr ser referido por alguien, tener experiencia canadiense (que no tienes si no trabajas). 

Durante mi primer trimestre en este país, me dediqué a enrolarme en todos los programas de la provincia de Alberta para aprender a buscar trabajo y, también con varias agencias para inmigrantes que operan con fondos del Estado para apoyar la inserción laboral. También me inscribí en los talleres de la Biblioteca pública, que van sobre los recursos que una persona necesita para redactar su hoja de vida y la cover letter, que es como una carta de intención para cada empleador. Y los talleres de cómo prepararse para una entrevista, los bancos de preguntas y la mejor postura, comportamiento y actitud.

Las hojas de vida deben contener una lista de habilidades (liderazgo y soltura, excelente manejo de grupos, atención a los detalles, siempre dispuesta a aprender), redactadas para coincidir con las cualidades que requiere un empleador; porque esas son palabras clave y serán revisadas por inteligencia artificial en la primera etapa (cuando no sabes esto, tu hoja de vida no pasa de la primera fase).

Es decir, si el empleador sostiene que se requiere personal con habilidades para la comunicación, tu hoja de vida debe incluir algo así: comunicación escrita y verbal fluida en dos idiomas.

Tu educación, si no ha sido cursada en Canadá, no será de mayor importancia y es mejor poner solamente la licenciatura porque, si pones maestrías, en muchos lugares vas a ser sobrecalificado y nadie te quiere contratar porque saben que vas a querer cambiar de trabajo pronto (si es que consigues algo).

Quería y sigo queriendo aplicar a una librería, a ciertas posiciones en el sistema de escuelas o bibliotecas públicas, a algo vinculado con la cultura. Pero estos son trabajos altamente codiciados para los que hay que tener experiencia y hacer una larga carrera de obstáculos y de formación para llegar a estar cerca. Hay que ser voluntario antes (también hay una lista de espera para eso), hay que tener un inglés perfecto, hay que ser recomendado. Hay que tener paciencia, tiempo y mucha suerte.

Mientras, aplico a varios lugares cerca de casa, trato de que no sea nada relacionado con comida rápida, que me parece el trabajo más duro de todos (aunque estuve tentada a aplicar a un McDonald’s que abrió a pocas cuadras). Finalmente, me llaman a una entrevista y empiezo a trabajar en una tienda de ropa y objetos de segunda mano como merchandiser. Aún no logro entender del todo qué es, qué significa, porque se traduce como la persona que repone la mercadería y esa es apenas una de las pequeñas partes de mi monumental entry job.

Más te vale saber qué significa thrift

Thrift se refiere a todo lo que se vende usado. En Calgary, la tercera ciudad más grande de Canadá, el thrift es enorme y lo hay de todos los tipos y contextos. Hay thrift en el Salvation Army, un organismo no gubernamental que cuida, alimenta y abriga a las personas en situación de marginalidad; y también hay thrift solo de ropa fina de mujeres, otro solo de niños, otro de muebles, algunos de cosas vintage, unos donde a la gente le compran sus cosas, otros en los que la gente dona todo lo que tiene (para poder comprar más).

Las tiendas de segunda mano son para pobres y ricos, refugiados y coleccionistas, compradores compulsivos y todas las subespecies del consumista. Están de moda, son buenas para los bolsillos; les encantan a los ecologistas, a los inmigrantes, a los jubilados, a los cazadores de tesoros y a los revendedores ambiciosos.

En el caso de mi familia, prácticamente, todo lo que tenemos ahora, en nuestra nueva vida, es producto del thrift. Conseguimos los muebles por donación, nuestro guardarropa de invierno es de segunda mano, y todas las ollas, cubiertos, platos. Aquí lo usado tiene impacto cultural, y la mejor forma de integrarme fue conseguir un entry job donde adquirir experiencia canadiense, aprender cosas sobre esta sociedad de la que trato de ser parte. También fue el único empleo para el que me llamaron. 

La empresa en la que trabajo no tiene fines de lucro, operan sus tiendas a través de donaciones, dan empleo a personas con discapacidad y se encargan de procesar de principio a fin todo lo que reciben. Los empleados entramos a las 8:00, las donaciones no paran de llegar hasta las 17:00. A medida que llegan, se organizan, se clasifican, se precian de acuerdo con su calidad, marca y estado.

Aparte de los muebles, casi no hay nada que supere los veinticinco dólares. Puedes encontrar un par de zapatos North Face para el frío, que nuevos costarían 230, en veinticinco dólares. Salen a venderse en la tienda todo tipo de objetos: adornos, utensilios, floreros, artículos de papelería, cristalería, artículos de deporte, muebles, cortinas, manteles, cobijas, todo tipo de zapatos y ropa. Es una tienda grande, de unos quinientos metros cuadrados, sobre todo cuando la limpias, abasteces y caminas completa de ida y vuelta mil veces, seis horas diarias, cinco días a la semana. Pero, aun así, es la más pequeña de esta cadena de thrift y no es la más moderna; pero a la gente le gusta. 

Comencé mi entrenamiento clasificando y preciando, pasé enferma de la garganta las dos primeras semanas que estuve ahí metida, aspirando polvo. Todos los días pensaba: tengo que ponerme mascarilla, pero tengo estrés postraumático y no la soporto. Preferí tragar polvo antes que ponérmela. 
Al final de la primera semana, el sábado, llegué a casa luego de un turno nocturno larguísimo y apenas entré tuve un ataque de asfixia. No lograba descifrar si era el polvo que me había tapado por completo la nariz y no podía respirar, si la calefacción estaba muy alta o si estaba teniendo un ataque de pánico. Creo que en realidad fueron las tres cosas. 

Esa semana aprendí a clasificar, decidir qué es basura y qué se puede vender. También a clasificar en una decena de categorías la basura y a poner precio a lo que se va a vender. Lo que no se puede vender se clasifica para reciclar, se vende al peso, se dona a otras misiones en países del tercer mundo. Se reciben toneladas de libros al día, y la mayoría se botan y se reciclan como papel. Millones de electrodomésticos, antiguos, en desuso la mayoría; todo se recicla. Piezas metálicas, metros de cables, piezas y adornos de vidrio, cerámica, cristal; la mayoría de juguetes se van a la basura, los utensilios de cocina y cientos de zapatos sin pares.

¿A quién se quiere más, sino a los hijos?

Todo es grande, pesado, frío y polvoriento, y siempre hay mucho trabajo. Del otro lado del almacén de las donaciones están las mujeres musulmanas, “las de velo”, decimos, y las filipinas clasificando toneladas de ropa (esta tarea es la más dura de todas, la ropa llega por toneladas y muchas veces está sucia, es vieja y suele estar repleta de polvo). 

Después de mi entrenamiento pasé rápidamente a merchandiser, es decir, la encargada de abastecer el local. La tienda está abierta de lunes a viernes, de 10:00 a 20:00, y fines de semana de 10:00 a 18:00. Luego de clasificar lo que puede venderse, me llevo todo en repisas movibles de cinco pisos para colocarlo en perchas, organizar y decorar.

Se abre la tienda y empieza una batalla cuerpo a cuerpo entre los clientes y los artículos de venta, los zapatos se pierden, la ropa cae al suelo, los adornos se rompen, todo cambia de lugar, aparecen latas de Coca-Cola tiradas entre las perchas. La gente elige, se arrepiente, pasea, remueve, ensucia, rompe. La gente roba. 

He trabajado doscientas horas desde que me uní al ejército del obrero inmigrante en Canadá, a un entry job. Debo madrugar, ir en bus y caminar en –20 grados centígrados para estar de pie durante seis horas, limpiando y adquiriendo experiencia canadiense. 

Ser una extranjera en un país de extranjeros. Luchar a diario por incorporar en mi idiosincrasia las lecciones de humildad que me brinda esta nueva vida. Eso quiero.

El último sábado en que trabajé, hace muy poco, salí por la noche y el bus no llegó. Esperé veinte minutos en –20 grados centígrados y cuando no soporté más pedí un Uber (reservado para emergencias). En el camino, en el auto calientito, mientras lloraba porque estaba congelada, el conductor africano me dijo: “Yo también lloraba siempre en la parada del bus”. Luego me preguntó si tengo hijos, cuando le conté que sí, me dijo: “Todo lo que hacemos, lo hacemos por nuestros hijos”. 

Lee también: Vuelvo a comenzar, sin miedo

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