Por Samir El Ghoul
Edición 456 – mayo 2020
Suenan a través de este texto las teclas de la memoria. Salen recuerdos. Ilusiones. Desencantos. Dolores. Presencias. Ausencias. Y se escucha, nítido, el tributo a Reinaldo Cañizares, pianista guayaquileño fallecido.

Dicho en ecuatoriano puro y duro, el “buenos días” o el “bienvenido” son un bálsamo, del que debí prescindir más de la mitad de mi vida. Febrero 28 de 2018. Las sumas y restas habían arrojado resultados desfavorables y contra natura. La pulsión de subir al avión y aceptar así el “bienvenido” tomó cuerpo esa madrugada. Veintiséis grados bajo cero. El taxista que me lleva al aeropuerto es ucraniano. Su familia, me confiesa, vivió “el terror estaliniano”. Y le parece hilarante que en mi país el presidente se llame Lenín.
Llevo dos años reinstalado en Quito, inventariando “partituras” de todo tipo, acumuladas en mis deambulaciones obstinadas. Esta, es mi tributo póstumo al pianista guayaquileño Reinaldo Cañizares Pesantes (1962-2012), hombre de vasta cultura. Inescrutable. Incansable. Actor medular de la historia pianística del Ecuador. Rememorar su persona con la fuerza que merece me lleva a revisar ciertos eventos, e incluso otros perfiles de artistas; al mencionarlos no solo pongo en relieve la incidencia de sus apariciones puntuales en la escena musical nuestra, sino que intento delinear mejor un contexto no necesariamente desprovisto de carencias y confrontaciones; un escenario sacudido por convergencias emotivas, tangibles sobre todo para quienes fuimos parte de la historia aquí narrada, que hoy observo con asombro.
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