¿Por qué matar si se puede escribir?

Por Desirée Yépez.

Fotografía: Gianna Benalcázar.

Edición 461 – octubre 2020.

El autor de Pequeñas historias cochinas, Historia sucia de Guayaquil, Ecuador escondido —crónicas y relatos—, y La piel es un veneno escribe para encontrar respuestas. El realismo sucio es una forma de descarga ante la vida.
ESCRIBO PORQUE NO COMPRENDO NADA Y TRATO DE ENTENDER AL MENOS A LOS SERES
HUMANOS A TRAVÉS DE LA ESCRITURA, DE LA COMPLEJIDAD DE LO QUE ES UNA PERSONA Y
PARA MÍ LA FORMA QUE YO HE ENCONTRADO DE ENTENDER ESTE MUNDO Y A LA GENTE QUE LO
HABITA ES LA ESCRITURA.

Tenía cinco años y estaba perdido. Caminaba sin rumbo por las calles de Bahía de Caráquez, mientras su padre mataba las horas con una mujer. Vagaba solo y una señora que lo vio se apiadó y lo llevó a su casa. Ese día de 1973 fue —sin saberlo— el principio de una relación tormentosa, apasionante, dolorosa, delirante, excitante e infinita.

Francisco Santana, el niño extraviado, encontró refugio en el hogar de la manaba y sus dos hijas. Ellas le enseñaron a leer, entretenían a aquel mulatito, ojos de pechiche y cabello negro crispado con una revista de El llanero solitario.

Cuarenta y siete años después no hay certeza de cuánto tiempo estuvo en ese lugar extraño; pero fue el suficiente para entender cómo funciona el abecedario. Era feliz, no quería irse, hasta que llegó papá. Él lo golpeó por haberse perdido y lo arrancó de las faldas de aquella persona con quien pudo conocer el cariño.

Puedes leer este contenido gratuito iniciando sesión o creando una cuenta por única vez. Por favor, inicia sesión o crea una cuenta para seguir leyendo.

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual

Recibe contenido exclusivo de Revista Mundo Diners en tu correo