La traducción y el ensayo literario son un ejercicio personal que Ekaterina Ignatova ha realizado como profesora de lengua y literatura, y al que ahora le dedica su tiempo de jubilación. Así rescata Ekaterina a los poetas rusos.

Ekaterina Ignatova llegó a Loja casada con un joven arquitecto ecuatoriano en 1974. Aterrizó directamente desde Cracovia, donde estudió Filología en la antigua Universidad Jaguelónica, donde también lo hizo Copérnico, y es considerada la más prestigiosa de Polonia. Aunque había nacido en Moscú, gracias a su dedicación y talento, consiguió una beca para estudiar en la república satelital de la entonces Unión Soviética.
La madre de Katia fue una destacada crítica teatral, lo cual llevó a la joven a soñar con un futuro como actriz, algo que no sucedió pues su sabia madre la conocía y entendió que ella no tenía el carácter complaciente que esa carrera requería. Entonces Ekaterina, quien escuchaba a su madre recitar los versos de los poetas rusos de memoria (de corazón, se dice en otras lenguas), se decidió por la Filología, ciencia que, como lo recuerda su etimología, significa nada más ni nada menos que “amor por las palabras”.
Traducción y amor
Los traductores son justamente personas enamoradas de las palabras. Enamoradas apasionadamente de ellas y digo esto recordando que la pasión, lejos de hablar de entrega ciega y romántica, implica sufrimiento. Y traducir es un ejercicio de dulce y refinado sufrimiento.
Lo ha sido para Ekaterina Ignatova quien, luego de treinta años como profesora de lengua y literatura francesa y rusa en Quito (años pagados con la característica frialdad de cierta academia ecuatoriana algo provinciana y mezquina, si se me permite la crítica), decidió dedicar el tiempo de su jubilación a traducir a los poetas que su madre le presentó en el Moscú de su infancia y juventud, y con cuyas palabras convivió trayéndolas al Ecuador como un caracol que carga a cuestas con su verdadera casa.
En 2009 apareció La desconocida y otros poemas, selección de poesía y prosa de Aleksandr Blok (1880-1921), poeta fundamental de la literatura rusa que vivió los turbulentos acontecimientos de esos años violentos. Se movió con libertad y tensión entre el romanticismo y el simbolismo. Aquí un ejemplo de su paradójica experiencia: “Es maravilloso todo lo que aprendo,/ vergonzoso todo lo que hago./ Estoy presto para ir al encuentro del paraíso,/ pero me detengo en el paraje sombrío”.
En 2015 publicó Olas y otros poemas. Selección de poesía de Boris Pasternak que es el ejercicio de traducción más personal de la autora. Esto dice en su dedicatoria: “A la venerada memoria de mi madre Nina Aleksieyevna Ignatova (quien) tenía la costumbre de expresar sus sentimientos y reflexiones con citas de Pasternak”. Cuando el libro se presentó en Quito, resultó conmovedor escuchar a muchos de los rusos residentes en la capital recitar con Ekaterina varios versos del insigne y sufrido autor, quien soportó los horrores del estalinismo con verdadero estoicismo.



rusos más queridos: Aleksandr Blok, Boris Pasternak, Marina Tsvetáyeva.
No se le permitió asistir a la entrega del Nobel ni tampoco aceptar el dinero del premio. Sin embargo, el amor del pueblo ruso lo mantuvo a salvo de la locura de esos años de terror. Nadie como Pasternak supo cantar el amor de los rusos por la poesía y por la vida. Aquí unos versos que hasta hoy los rusos saben, como los ecuatorianos cantamos los pasillos con las letras de los modernistas: “Mi hermana vida, hoy en la crecida/ te has hecho añicos como la lluvia de primavera”.
En 2017 apareció En mi Moscú y otros poemas. Selección de poesía de Marina Tsvetáyeva. Este tercer libro está dedicado a una poeta tan extraordinaria como trágica, quien soportó la locura revolucionaria, el odio de los poetas “comprometidos” y la hambruna que se llevó a su hija pequeña. No obstante, Tsvetáyeva le dedica al amor muchos de sus poemas.
Aunque vivió exiliada en Francia, volvió a Rusia para encontrarse con su marido, quien fue fusilado, acusado de espía. Finalmente ella se suicidó en 1941. Dice de sí misma: “No soy una impostora: llegué a mi casa,/ tampoco soy una sirvienta, no pido pan./ Soy tu pasión, tu descanso del domingo,/ tu séptimo día, tu séptimo cielo”.
En una época en la que la irracionalidad del mundo pretende censurar la cultura rusa, en Quito sus poetas han encontrado un refugio de la mano de Ekaterina Ignatova, quien ha sabido tender un puente entre el ruso y el español; un puente entre la poesía y los lectores que descartan las insidias ideológicas, y simplemente se entregan al íntimo goce de la poesía.