En el siglo XIX de Manuela Sáenz, uno de los grandes personajes de nuestra historia, conocemos al menos un breve poema dedicado a su célebre amante.
Por Gustavo Salazar Calle
Un aspecto de la literatura ecuatoriana que en estos últimos lustros va adquiriendo particular importancia es la poesía escrita por mujeres: han aparecido valiosas compilaciones y estudios generales y específicos que nos ofrecen un amplio panorama del ámbito de estas creadoras desde la época colonial hasta la actualidad; los resultados, sin embargo, aún son insuficientes; queda mucho por indagar y descubrir.
Gracias al esfuerzo de destacados investigadores como Isaac J. Barrera, Aurelio Espinosa Pólit y Hernán Rodríguez Castelo, hemos ampliado nuestro conocimiento de esta parte de nuestra producción lírica.
Como ya indiqué, en las dos últimas décadas han aparecido importantes recopilaciones de poesía que recogen también la obra de mujeres, algunas de ellas consagradas solo a las poetas mujeres. Las más importantes, por lo que toca a esta temática, son las siguientes: la publicada en 2006 por Sheyla Bravo —quizás el mayor esfuerzo realizado hasta la fecha— La voz de Eros. Dos siglos de poesía erótica de mujeres ecuatorianas, una valiosa edición con una temática específica, como lo registra su título; poco antes la misma compiladora, acompañada por Raúl Serrano Sánchez, se había encargado de la edición de Poesía erótica de mujeres. Antología del Ecuador; por último, en 2020 la historiadora Jenny Londoño publicó, en el volumen IX-A, Letras de mujeres desde la Colonia hasta el siglo XXI, dentro de la colección Historia y Antología de la Literatura Ecuatoriana, una amplia selección de escritos de mujeres en la que la poesía figura dentro de un corpus más amplio que incluye fragmentos de obras de diversos géneros: artículos, ensayos, historia, etc. A estos trabajos se suma lo contenido en el capítulo dedicado a la lírica en la época colonial, preparado por Javier Gomezjurado Zevallos, en el tomo II de la misma colección publicado en 2018.
Un poema religioso de en torno a 1600, obra de la hermana Teresa de Jesús Cepeda y Fuentes (1566-1610), sobrina de la gran poeta Santa Teresa de Ávila (1515-1582), difundido en 1959 por el padre Aurelio Espinosa Pólit, es reconocido hasta la fecha —mientras no se hallen versos anteriores que enmienden este aserto— como el primer poema compuesto en lengua castellana en nuestro territorio; esta religiosa sería, pues, la pionera en el Ecuador en la escritura de versos en español.
Los cuatro versos iniciales de su poema ―que a continuación serán glosados― son:
Si os vais, divino manjar,
llevad mis ojos tras vos,
que ojos que vieron a Dios
no pueden sin Dios estar.
En este breve recorrido por la obra poética escrita por mujeres en nuestro territorio no puede faltar, de esta misma época, el nombre ―que es lo único que conservamos― de la poeta quiteña Gerónima de Velasco, mencionada por Lope de Vega en su Laurel de Apolo (1630).
De nuestra producción lírica del siglo XVII se conocen escasos poemas; citaré este de la monja Gertrudis de San Ildefonso:
La muerte, que tanto temo,
viéndome tan desvalida,
es tan llena de esperanzas
que yo la tendré por vida.
De aquel mismo siglo se conocen tres coplas de nuestra santa, Mariana de Jesús Paredes (1618-1645); cito una de ellas:
Enfermedades de amor
nos lo han puesto en tal extremo,
y es tan agudo el achaque,
que no se le halla remedio.
Del siglo XVIII son algunos versos de sor Catalina de Jesús María Herrera, incluidos en su Autobiografía (1760), a quien Alejandro Carrión consideró como la mejor prosista de la Colonia por su Secretos entre el alma y Dios o autobiografía de la venerable madre sor Catalina de Jesús María Herrera. Fue publicada completa en 1954 por el sacerdote dominico Alfonso A. Jerves, pero el original se conserva en el convento de Santa Catalina de Quito. Hace 31 años, en junio de 1990, lo tuve en mis manos en una breve visita de cuatro horas que me permitieron las monjas; lo conservaban envuelto en terciopelo en un cofre, y este a su vez en un armario de su biblioteca. Dice, por ejemplo, sor Catalina:
Para haber de caminar
por tan estrecho camino,
caminando a lo divino
de abajo has de comenzar.
Alejandro Carrión consideró activa hacia el año 1760 a la que llamó la Musa Quitense Incógnita —tomada de su edición del Ocioso en Faenza (1958) del gran jesuita Juan de Velasco— con su poema “A las siete palabras del redentor en la Cruz”.
Ya en el siglo XIX, de Manuela Sáenz, uno de los grandes personajes de nuestra historia, conocemos al menos un breve poema dedicado a su célebre amante:
Una víbora cruel quiso matarme
introduciendo en mí su atroz veneno;
yo no pensé morir, pero al salvarme
solo pensé en un bien, que en todo es bueno,
la imagen de Bolívar a curarme.
Ocurrió, y su recuerdo siempre tierno
una vida me dio que es toda suya,
porque, Simón, Manuela siempre es tuya.
Detengámonos algo más en Dolores Veintimilla (1829-1857), cuya importancia no radica exclusivamente en ser considerada la primera poeta romántica en nuestro territorio, con apenas diez poemas que conforman su parva obra, publicada póstumamente, sino también en que tomó la decisión de participar activamente en el devenir de la sociedad cuencana, de manera particular —lo que la llevó al suicidio— por medio de su oposición a la aplicación de la pena capital, al manifestar públicamente su rechazo a la condena a muerte del indígena Tiburcio Lucero, acusado de parricidio.
Sus poemas los he oído recitar, con entusiasmo, por no pocos migrantes ecuatorianos, en distintas latitudes; ¿qué compatriota no conoce “Quejas”?:
¡Y amarle pude!… Al sol de la existencia
se abría apenas soñadora el alma…
Perdió mi pobre corazón su calma
desde el fatal instante en que le hallé.
Dentro de la producción de Ángela Caamaño (1830-1879), que parece vertió del inglés un poema de Lord Byron, hallamos el poema “A los fumadores del teatro”, en cuyos últimos versos pueden apreciarse ligeros toques de humor:
Con razones poderosas
nos confunde el genio heroico,
pues todo el que nace estoico
reniega de las nerviosas:
nos llaman pulcras, odiosas,
y añaden, por lisonjearse,
“que todo está en habituarse”;
también sabemos que es bueno
acostumbrarse al veneno
por miedo de envenenarse.
Creo conveniente nombrar a la poeta guarandeña Felisa Égüez, que consta con dos poemas a la madre en la antología preparada por Juan León Mera en 1892, quien tradujo del latín un poema del papa León XIII en cadencioso ritmo.
La poeta que la escritora española Emilia Serrano, llamada baronesa de Wilson —quien realizó varios viajes al Ecuador—, identificó tan solo con sus iniciales M. G. de M. fue, como sabemos, la guayaquileña Mercedes González de Moscoso (1860-1911), quien, además, destacó como directora de la Biblioteca Nacional del Ecuador:
Ya sabes cómo escribo… ¿Te sorprende?
Tú que conoces mis tristezas hondas,
deja que las exprese en la ignorancia
como expresan sus quejas las alondras.
No puede dejar de mencionarse a la fluminense Aurora Estrada y Ayala (1901-1967), de quien Gonzalo Zaldumbide, con su acostumbrada perspicacia crítica, dijo tempranamente —en una revista francesa— al aparecer su primer poemario Como el incienso (1925): “Su don poético es patente y, a pesar de la indolencia confiada de ritmos sembrados un poco al azar de una inspiración descuidada, hay estrofas que llevan la marca de una vocación de lo más prometedora” (1926); señalemos que Aurora Estrada es la única ecuatoriana incluida en la Antología de poetisas americanas (1923) que publicó el vanguardista peruano Juan Parra del Riego.
Léase de esta excelente poeta algunos versos de “El hombre que pasa”, con su elegante toque de ironía:
Formaríamos el tronco de inextinguible casa,
si a mi raza caduca se juntara su raza,
pero el hombre se aleja sin siquiera mirarme.
Hace unos lustros, en junio de 2004, Leopoldo Tobar, según entiendo, dio la primicia de la existencia de una autora llamada Lydia Dávila (¿1916?-¿?) en un artículo aparecido en la revista Eskéletra; puso en la palestra a esta valiosa poeta no solo por la calidad de su producción, sino por su temática, considerando que es insólita la aparición del poemario Labios en llamas (1935), con versos eróticos de plena vigencia.
Leamos algunos versos de “Yo sabré esperarte”:
Yo sabré esperarte de rodillas. Con la santa
lujuria de Teresa de Ávila.
Y te contaré las penitencias de mi Cristo.
Tú me darás la indulgencia de los placeres idos.
Yo te daré la tragedia de los senos ebrios.
Y después…
todo será como una leyenda.
Dentro de la lírica escrita por mujeres en la segunda mitad del siglo XX destacan varios nombres por su solvencia; pero junto a Mary Corylé, Ileana Espinel, Ana María Iza y Sonia Manzano, entre otras, no se puede dejar de nombrar a la guayaquileña Violeta Luna; estos versos pertenecen a su poema “Trébol de oro”:
Y por ansiar el todo
me fui quedando sola.
Ahora me sacudo,
entierro el corazón en un tintero
y descuartizo al miedo;
me voy, pero confieso
que te amo, libertad, por imposible.
Escuchen: es la cuencana Sara Vanegas (1950) con versos de su poema “Tristeza”:
… corceles de media noche inundan tus ojeras,
abrevan sed infinita
en mi río
pasajero.
No es mi pretensión hacer una lista exhaustiva; únicamente señalo, como en el siglo XX, algunos nombres en nuestro siglo XXI: María Fernanda Espinosa, Aleyda Quevedo, Mónica Ojeda, Bernardita Maldonado, María Auxiliadora Balladares, Amanda Pazmiño y Camila Peña, entre otras creadoras.
Janeth Toledo (1964) escribió:
… y tus pasos
ateridos
son un náufrago
en la noche.
Actualmente trabajo en reunir la poesía escrita por mujeres en los últimos cuatrocientos años en nuestro país: ello nos hará acceder a un aspecto clave de la literatura nacional, con innúmeros aportes.
Una buena parte de este material está desperdigado en publicaciones de difícil acceso; estos descubrimientos nos permitirán conocer mejor, y debidamente contextualizada, esta excepcional labor dentro de la creación literaria ecuatoriana.
De la quiteña Davina Pazos (1973) menciono los últimos versos de su poema “La cocina”:
Tú prepara la cena, yo seguiré tus pasos
para aprender, ya sabes,
mi pecho cerca de tu espalda,
mis piernas, ten cuidado,
si te cortas no me culpes…
Y nos martillea la producción reciente de algunas jóvenes creadoras como Gabriela Ruiz Agila (Madame Ho) (1983), representante de las últimas generaciones:
¿Qué escribir? Porque hay
tantas razones para no hacerlo… Se acaba el amor
en la república de las plegarias.
Como vemos, toda esta producción poética cubre algunas de las diversas temáticas abordadas por las creadoras, desde la poesía religiosa hasta la familiar, doméstica, existencial, romántica, erótica, sensual, etc., en sus diversas vertientes.
¿Qué he pretendido? Nada más que ofrecer una breve muestra de algunas voces líricas de mujeres, desde la sencillez de ciertos versos religiosos de los siglos XVI, XVII y XVIII en nuestra etapa colonial hasta la madurez de distintas concepciones estéticas en varias épocas, con variedad de temas y diferentes actitudes ante el proceso creador y el uso sin trabas de la palabra… Es seguro que todavía hay muchos valiosos versos por hallar.